EL SONIDO OCULTO. La literatura como carnaza

Julia Martín es una profesora de escritura conoce a Hugo Barroso, un estudiante que busca inspiración para una novela que está escribiendo. Julia también necesitará a Hugo para que él le ayude a ella en otro asunto. Ambos se reconocen en sus respectivas soledades, pero también en el precario equilibrio que cada uno está pasando en sus vidas.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «El sonido oculto» que, con texto de Adam Rapp, versión y dirección de Juan Carlos Rubio e interpretación de Toni Acosta y Omar Ayuso, nosotros hemos podido ver en el Teatro Pavón, en Madrid.

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La literatura es el eje sobre el que pivota la trama de una historia que opta por la intriga como elemento de unión de las diferentes escenas. Rapp, el autor, juega a transitar por lugares que bien podrían recordarnos ora a Salinger ora a un James Salter, ambos autores duchos en el arte de la prosa cercana a lo cotidiano, ambos, como Rapp en esta pieza, propensos a los personajes carentes de una bonhomía humanista.

Cuando apuntamos a que la literatura abunda en la pieza de Rapp es por varios motivos: por un lado, el autor parece querer contarle al público cuáles son sus autores o autoras predilectos/as y tira de corolario de nombres interesantes. Como anécdota, en la versión original (recordemos que esta es una versión de Rubio, que a la vez la dirige), el personaje del alumno está escribiendo una novela y cuenta que su novela comienza con el viaje de un chico a ver una obra de teatro a la ciudad: en la versión original una obra de Carol Churchill (elegida por Rapp) y en la versión de Juan Carlos Rubio, una de Mayorga. Por otro lado, la literatura está presente en los protagonistas: ella es una profesora universitaria de escritura y él, el alumno, un escritor primerizo. Ella ha publicado varios libros de éxito, pero, con el paso de los años, la industria y la critica parecen haberla relegado a una esquina del tablero. De hecho, a modo de ejercicio metaliterario, el joven alumno y la profesora hablan de uno de los libros de ella y desgranan la historia que este relataba (sobre un chico que decía que podía atravesar los muros).

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Literaria es también la idea de cómo se resuelve la historia: el alumno y la profesora hablan de la incipiente novela que él está escribiendo y parece llevar a los espectadores a seguir la sucesión de cliffhangers que se van dando escena tras escena. Al mismo tiempo que el alumno va desvelando la historia de su novela, que parece ir construyendo poco a poco, sin un final en su cabeza, asistimos también a la relación que se abre entre ambos protagonistas: ella parece haber encontrado en el muchacho un renovado admirador; él, en ella, a una confidente. El joven, una suerte de Holden Caulfield menos carismático, se nos presenta como un tipo huidizo, soberbio, autosuficiente y a la vez vulnerable, introspectivo (o próximo a un trastorno límite de la personalidad). Ella, centrada en la enseñanza de la escritura antes que en la escritura en sí misma, aparece como una mujer solitaria, que pasa los días con cierta amargura; tal vez enfadada con una parte de la industria y la crítica literaria que, igual que un día la colocó en un pedestal, pronto se olvidó de ella.

En cualquier caso, la historia no aterriza en reflexiones en torno al arte de la escritura ni se detiene a pensar en por qué uno escribe y qué busca o persigue un/a autor/a cuando comienza una historia. La literatura, aquí, es solo carnaza (el anzuelo es el melodrama). En realidad, todo el presunto interés en torno a la escritura y la pasión por los libros no es más que una carcasa, una elegante excusa para abordar otras cuestiones que poco o nada parecen tener que ver con la escritura, pero que sí son comunes denominadores en la literatura: la muerte y el dolor/sufrimiento.

El chico parece estar escribiendo una crónica de su propia autodestrucción. Su novela no es tanto una novela como una declaración de intenciones hacia su tutora intelectual y afectiva. Ella es tomada por él como la persona con la que se puede confesar. A la que puede confesar lo atroz, lo siniestro, lo criminal, por medio de la escritura. Como si la escritura fuese un molde que todo lo admite.

Si ella lee su confesión pensando que se trata de una novela, él podrá resarcirse. ¿Es ese el sonido oculto? ¿El que nos puede conducir a escribir un novela arrolladora si sabemos escucharlo o el mismo que nos puede llevar a la ruina moral, a echar a perder nuestra existencia?

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En el apartado de interpretaciones Toni Acosta nos convence con acierto. Se imbuye estupendamente en un papel que combina lo dramático con lo risible (por cierto, a qué viene todo ese encuentro que relata ella con un amante; no sabemos si es parte del texto original o si, en ese apartado en concreto, Rubio se dejó llevar. Como atenuante, si es que se trata de eso, nos parece un exabrupto bastante bobalicón en medio de una resaca de información dramática previa y posterior). Acosta está a la altura de un personaje que frisa el melodrama con bastante frecuencia. Nos resulta interesante y atractiva y sabe manejarse en lo enigmático. Funciona perfectamente en el drama (aunque como actriz sea más propensa a la comedia).

Omar Ayuso no termina de convencernos en su papel: demasiado lastrado en su afectación, en su malditismo, en su interiorización de ese mantra del «sadness is beautiful«. Su personaje es bastante más plano pese a sus cambios de estado de ánimo y la historia que nos va relatando, de su novela, aunque queremos saber hacia dónde va, nos resulta un tanto endeble y forzada.

Con todo, es esta una buena ocasión para acercarse a un teatro y ver una obra comercial pensada para inquietar y mantener la atención del espectador en la historia y para salir del teatro con un buen número de autores y novelas que te podrán apetecer leer/releer (como «Años luz» de James Salter) siempre que se esté dispuesto a escuchar ese sonido más o menos oculto en esta pieza.

EL SONIDO OCULTO

PUNTUACIÓN:  3 CABALLOS  Y 1 PONI (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes gusten de montajes con una efectiva dosis de intriga con el mundo de la literatura como telón de fondo.

Se bajarán de este caballo: Aquellos/as que prefieran quedarse en casa leyendo a Salinger.

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FICHA ARTÍSTICA

Dramaturgia: Adam Rapp
Versión y Dirección: Juan Carlos Rubio
Reparto: Toni Acosta y Omar Ayuso
Escenografía: Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán (AAPEE)
Iluminación: Nicolás Fischtel
Música: Mariano Marín
Ayudante de dirección: Isabel Romero
Vestuario: La Leona Alegre
Fotografía: Sergio Parra
Dirección de producción: Marisa Pino
Producción ejecutiva: Bernabé Rico
Una producción de TALYCUAL, TXALO, LA LEONA MADRE y LA ALEGRÍA

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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