ADICTOS. La distopía tecnológica que no perturba

La doctora Estela Anderson trabaja para una prestigiosa multinacional del sector de la tecnología. Durante una conferencia, en la que ella está a punto de dar a conocer los alcances de una investigación en torno al uso de una nueva tecnología, se produce un atentado del que logra salir viva. En una clínica se hará cargo de ella una psiquiatra que le ayudará a ir saliendo, poco a poco, del impacto y la conmoción que le ha producido el atentado mientras una periodista sigue la pista para recabar aquella información sensible que pueda aportarle la doctora Anderson sobre qué ocurrió, realmente, el día en que logró salir con vida de acto terrorista perpetrado.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Adictos» que, escrita por Daniel Dicenta Herrera y Juanma Gómez y protagonizada por Lola Herrera, Ana Labordeta y Lola Baldrich, nosotros hemos podido ver en el Teatro Reina Victoria, en Madrid.

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Dice Ortega y Gasset, en su libro «Meditaciones sobre la técnica», que la técnica es lo que nos hace plenamente humanos pues a diferencia de los animales, que viven encerrados en su presente, atendiendo únicamente a lo que tienen delante, nosotros somos capaces de ensimismarnos, dejando de atender lo que tenemos delante, y de meternos en nuestro mundo interior (unos más que otros, también es cierto). La capacidad de usar la técnica y la tecnología es, entonces, algo humano. Lo que nos permitirá diseñar desde un edificio como el Burj Khalifa hasta el mecanismo de un chupete; escribir «El Quijote» o un libro de Paz Padilla. En fin. La técnica y, más en concreto, las perturbadoras consecuencias de una tecnología que avance desbocada, alejada de sus connotaciones bioéticas, parece ser la premisa sobre la que se articula el texto de «Adictos». Podemos pensar, a priori, que vamos a meternos en uno de esos thrillers en torno a los aspectos controvertidos de la tecnología, en la línea distópica de un Black Mirror, pero, aviso a navegantes, la obra que firman Dicenta y Gómez queda en una galaxia muy, muy lejana de algo que se pueda compadecer con el brillante trabajo de cualquier capítulo de la serie británica.

La  pieza que podemos ver en el Teatro Reina Victoria no nos convence. Su texto semeja un totum revolutum de ideas que no saldan ninguna tensión dramática, que no despiertan un interés por parte de quien se sienta en la butaca para tratar de dilucidar el conflicto en escena. Toda posibilidad de hallar suspense o intriga queda sepultada bajo capas de diálogos anodinos que dejan imperturbable al espectador, que no concitan el miedo o temor frente a la certidumbre del desmesurado poder de la tecnología. La obra, en sí misma, se transforma en organismo altamente artificioso acentuado por una escenografía donde priman los colores neutros que tratan de crear un espacio sociófugo, tecno sacralizado, en el que la psiquiatría tiene el mismo valor panóptico que el periodismo.

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Tomemos como ejemplo el acto terrorista de un supuesto comando activista que lucha contra las aberraciones de la tecnología. Llegados a ese punto, nuestra sensación era de indiferencia. No había ningún elemento que nos pudiese conmover o llevar a la reflexión necesaria. Lo mismo sucede en otro momento que debería entenderse como de clímax por su revelación en la trama relacionado con un censo digital. Conocer la noticia de las pretensiones del censo digital nos deja igual de fríos o lo que es peor, bostezantes. Nos preguntamos en todo momento dónde quiere ir a para esta historia y por qué los mecanismos dispuestos en la escritura de la trama nos resultan ajenos y arrancan nuestra indolencia. Todo obedece a un planteamiento narrativo cuyo tratamiento adolece de elementos de intriga bien vertebrados. Estamos ante una rudimentaria construcción de hechuras orwellianas que pierde cualquier oportunidad de abastecer una reflexión tras salir del teatro, que no logra aunar lo interesante del género distópico sino agarrarse, tan solo, a los esquemas más trillados del mismo renunciando a todo humanismo en aras de un artificio que no embelesa.

En el apartado de las interpretaciones, se ven algo forzadas, unas más que otras en sus papeles dado el personaje que les ha tocado. El papel quizá más peregrino y casi anecdótico en términos de conflicto es el de la periodista que encarna Ana Labordeta. Su condición de madre que parece arrepentirse de pasar poco tiempo de calidad con su hijo es absolutamente prescindible. ¿Nos interesa la relación con su hijo como aspecto para nivelar o desnivelar el conflicto en la historia? Pues no. Su búsqueda de la verdad parece estar tocada por un halo de impostura, de periodista reputada cuya fama no se mereciera. La psiquiatra, que interpreta Lola Baldrich, encarna un papel algo más humano. Vemos en la psiquiatría y el periodismo la representación de dos tipologías de profesión bien emparentadas con el poder: el poder de conocer la profundidad de una mente o el poder de conocer los vericuetos de la verdad. Baldrich compone una psiquiatra cuya motivación nos parece algo más comprensible dentro de la trama, pero, a la vez, su personaje, por como está escrito, no logra hacernos empatizar demasiado o emocionarnos.

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Es Lola Herrera, quien interpreta a la doctora Anderson, la que se lleva la mayor atención y la que posee una interpretación más carismática (sobre todo cuando se encuentra vulnerable en la clínica). Su oficio no permite restarle méritos y su voz y su presencia son estupendas, pero el texto no le permite brillar más que en momentos muy puntuales. Ninguna pega para la dirección de Magüi Mira que trata de sacar la mejor parte de las tres actrices siempre, claro está, hasta donde el trazado textual se lo permite.

Entendemos que «Adictos» posee una mirada tecnófoba que pasa por la idea de que la tecnología se nos puede ir de las manos como se le fue Frankenstein a su creador; entendemos que quiere hablarnos del control por medio del desarrollo de la industria tecnológica y de sus desastrosas consecuencias (nótese esta metáfora, a día de hoy,  con la tecnología armamentística nuclear). Pero, al mismo tiempo, nos preguntamos: ¿Por qué a nosotros, si los asuntos que trata pueden parecer tan fascinantes, nos ha interesado tan poco?

ADICTOS.

PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes busquen historias que combinen distopia y tecnología.

Se bajarán de este caballo: Quienes huyan de historias planas, sin la profundidad de los matices del género de la ciencia ficción o de las honduras de un drama.

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FICHA ARTÍSTICA

Autor: Daniel Dicenta Herrera y Juanma Gómez
Dirección: Magüi Mira

Reparto: Lola Herrera, Ana Labordeta y Lola Baldrich

Ayudante de dirección: Jorge Muñoz
Escenografía: Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán – Estudiodedos (AAPEE)
Iluminación: José Manuel Guerra
Vestuario: Pablo Menor
Productor: Jesús Cimarro

Una producción de Pentación Espectáculos

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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