FINLANDIA. El estallido de la guerra íntima

Un hombre recorre la distancia que separa Madrid de Helsinki para poder charlar con su la madre de su hija que se encuentra en la ciudad rodando una película. En una habitación de hotel de madrugada, la ex pareja dirimirá una batalla dialéctica abrumadora poniendo sobre la mesa asuntos como el feminismo, la izquierda, las relaciones sexuales o la profesión de actor o actriz.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Finlandia» que, con texto dirección y espacio escénico de Pascal Rambert, nosotros hemos podido ver en la sala José Luis Alonso del Teatro de La Abadía.

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En su libro «Siete reglas de oro para vivir en pareja: un estudio exhaustivo sobre las relaciones y la convivencia», el psicólogo John M. Gottman, bien conocido en el trabajo de la psicoterapia de parejas, sostiene que en la vida de toda pareja hay que detenerse a analizar el efecto de la «predominancia positiva» que compara en cierto modo con la técnica del «peso establecido» cuando alguien quiere intentar adelgazar. Según la teoría del «Peso establecido», el cuerpo tiene un peso que siempre intenta mantener; comamos mucho o poco, gracias a la homeostasis corporal, nuestro cuerpo mantendrá su tendencia a mantenerse en torno a ese peso establecido. Solo al reajustar el metabolismo de nuestro organismo, haciendo ejercicio, por ejemplo, podríamos perder ese peso de forma definitiva junto con la dieta. Pues bien, en la vida de pareja ocurre algo similar con el grado de positividad que la pareja establezca. Cuando una pareja establece cierto grado de positividad, será más necesaria mayor cantidad de negatividad para dañar esa relación que si, al contrario, el nivel de positividad establecido fuese más bajo. Dice Gottman:

«(…) La mayoría de los matrimonios comienzan con un grado tan alto de positividad que a los cónyuges les resulta difícil imaginar que su relación puede deteriorarse. Pero muy a menudo este estado no dura mucho. Al cabo de un tiempo la irritación, la rabia y el resentimiento pueden crecer hasta el punto de que la amistad se torna cada vez más una abstracción. La pareja puede seguir hablando de amistad, pero lo cierto es que ya no es una realidad cotidiana. Finalmente acaban en una «preponderancia de sentimiento negativo». Todo se interpreta de forma cada vez más negativa. Si la esposa dice: «No se puede usar el microondas sin poner comida dentro», el marido lo interpreta como un ataque y por tanto responde: «No me digas lo que tengo que hacer. ¡Yo soy el único que ha leído las instrucciones!» Y comienza otra pelea» (…)

Si analizamos la pareja que compone Rambert para su Finlandia, Israel e Irene, los protagonistas, podrían ser vistos como dos individuos cuyo peso establecido rondaría los trescientos cincuenta kilos pues su grado de negatividad, en el papel de la pareja que interpretan magníficamente, es abrumador. A los pocos minutos de comenzar la obra, en un «in media res» que transcurre de madrugada en una habitación de hotel en Helsinki, uno ya detecta que la pareja que preside la escena nos va a deparar fuego cruzado de altura, pero la inmensidad de la voladura no la habíamos calculado. Hay parejas a las que se les escucha un tic-tac propio de bomba detonadora en su interior y hay otras que llevan una carga explosiva diseñada por el mismísimo Oppenheimer.

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La propuesta que hemos visto en La Abadía se coloca en la primera posición de lo mejorcito que habremos de haber presenciado en este 2022 (teniendo en cuenta que es nuestro primer acercamiento a Rambert; sí, no nos sacrifiquen por ello). Alto voltaje para un texto que parece escrito por una mezcla entre Jean-Luc Lagarce y Foster Wallace (híbrido fantástico) y en el que Rambert vuelve a apostar por el estilo que, por lo que hemos leído, es marca de la casa: largos monólogos puestos en pie por réplicas y contrarréplicas de parejas que se han dejado de querer, que han clausurado su amor, que han ensayado todo lo posible por quererse, en un enfréntate y fracasa contumaz, pero que al final han sucumbido a la debacle, al «hasta aquí hemos llegado«. Es eso lo que nos sirve estupendamente este texto que se hace verosímil, que envuelve al espectador en los dobles vínculos de una comunicación cuasi Cassavetesiana, próxima a la voz de un Edward Albee que reverdece en las cuchilladas de palabras que Irene e Israel (Como una Martha y George sin pareja acompañante que contemple atónita el espectáculo) se lanzan frente a los espectadores.

Bombas de racimo cayendo en medio de un mobiliario aséptico y funcional de un hotel finés, en plena madrugada, donde las ventanas que se abren al exterior parecen dar a un bosque con renos o, si se quiere ser más realista, a una ciudad que duerme ajena a las auroras boreales. Nos tememos que ni siquiera un zorro de fuego (que es como le llaman en Finlandia a las Auroras Boreales) interrumpiría los gritos e imprecaciones de la pareja en mitad de la noche. Debemos reconocer que, en este punto, ese dato sí nos desconcertó bastante: con el estruendo que la pareja estaba formando en el hotel de Helsinki, lo raro es que alguien no llamase a la puerta de su habitación para reclamar que la pelea se agotase. Que es Helsinki, por el amor de Dios, y creemos que alguien acudiría a llamar a la habitación del hotel si sucediese en Madrid o, yo qué sé, incluso en Nápoles (con la excepción, en este último caso, de que el hotel estuviese cerca de Piazza Garibaldi).

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Con todo, estamos ante un texto que, pese a la desesperación que contiene, penetra por estar bien escrito, ser concienzudo, brillante, repleto de hallazgos que ora hablan de política, ora de la sexualidad y la intimidad de la pareja; ora de las relaciones padres hijos y la crianza, ora de la profesión de actriz y actor, pero siempre, siempre, del suelo que pisamos todos porque se nos hace reconocible ese precario equilibrio de lo cotidiano que puede estallar en cualquier momento como una guerra íntima, como un aspaviento fuera de control que termine en tragedia. Y qué es la pareja sino eso: una tragedia contenida o incontenible.

En el capítulo de las interpretaciones solo podemos aplaudir y quitarnos el sombrero frente a los talentosos Irene Escolar e Israel Elejalde. Qué manera de hacerse cargo de un texto tan complejo y rico en matices, qué forma tan abrumadora de dejar al público sin respiración en la butaca al asistir a este titánico duelo de dialécticas, a este combate de egos maltratados cuya amistad chisporrotea unos instantes para volver a ser devorada por las palabras urgentes, despiadadas y nada salvíficas. He aquí la muestra de que el lenguaje puede enfermar, enfatizando lo negativo, y convertirse en amurallamiento, torre vigía y panóptico de quien tenemos en frente y de uno mismo. Escolar y Elejalde apabullan y explosionan e implosionan, cara a cara, con tanta verdad y tanta dolorosa pureza que, aunque no resulte edificante asistir a su descenso a los infiernos, sí resulta consolador comprobar cómo el lenguaje purga y ventila al prorrumpir en franca liberación, sin humo ni espejos.

FINLANDIA.

PUNTUACIÓN:  4 CABALLOS (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes disfruten con intempestivos duelos dialécticos de pareja en habitaciones de hotel.

Se bajarán de este caballo: Quienes no sepan valorar la fortaleza de un texto bien escrito, brillante, y de unas interpretaciones a la altura.

***

FICHA ARTÍSTICA

Texto, dirección y espacio escénico: Pascal Rambert

Traducción y adaptación: Coto Adánez

Intérpretes: Irene Escolar, Israel Elejalde, Julia Rodríguez/ Noa García

Iluminación: Yves Godin

Vestuario: Sandra Espinosa

Ayudante Vestuario: Vanessa Actif (AAPEE)

Equipo y Dirección Técnica: Estaporver

Regidor: Toni García

Realización de escenografía: Mambo Decorados

Ayudante de Producción: Roberto Mansilla

Producción ejecutiva: Pablo Ramos Escola

Dirección de producción: Aitor Tejada y Jordi Buxó

Distribución: Caterina Muñoz Luceño

Una producción de Kamikaze Producciones y Teatro de La Abadía

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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