EL PERRO DEL HORTELANO. Amar por ver amar

La condesa Diana ha empezado a sentirse atraída por su secretario Teodoro, pero no se permite ir más allá porque ambos son de diferente alcurnia: ella es Condesa y él solo un secretario del palacio. Con todo, Diana tampoco va a permitir que salgan adelante las relaciones entre Teodoro y Marcela, una dama de compañía de la Condesa pues los celos pueden con ella y ya sabemos que, como el perro del hortelano, la Condesa ni come, ni deja comer. 

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «El perro del hortelano» que, con texto de Lope de Vega y Carpio y recreación y dirección de Paco Mir, nosotros hemos podido ver en la sala verde de los Teatros del Canal, en Madrid. 

Tras la estupenda versión cinematográfica (dirigida por Pilar Miró) que hizo que esta obra de Lope de Vega, «El perro del hortelano», pasase a ocupar relevancia en el corpus de las obras más importantes del dramaturgo barroco Español, podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Qué ofrece la mirada de Paco Mir sobre esta comedia de enredo?

La respuesta podría pasar por decir que Mir se atreve a desvestirla de todo el boato palaciego que entregó la versión en cine, pero también a dejarla en su chasis esencial: el del texto. La idea entronca con acudir a lo más puro que tiene la obra que es el engranaje de lo que se dice, se declama. Todo lo demás, entendemos que quiere señalarnos el director, es estética. Y no hace tanta falta o no es tan necesaria. El público puede evocar solo con las palabras y las interpretaciones de dos actrices y dos actores a disposición.

Es interesante este desnudar la obra de lo accesorio (vestuario, atrezo, toda la pompa del diseño de escenografía, etcétera) con la intención de que el espectador recale en lo principal de su mensaje. Paco Mir emplea el recurso del meta teatro para hacer entender al patio de butacas que asistiremos a una función más en precario porque los actores no han podido llegar y se ocupará de representar la pieza el propio personal técnico. Nos advierte de que falta todo lo que tiene que ver con aquello que arropa la obra desde la escenografía y vestuario. Un par de actores, que interpretan a dos técnicos del montaje, nos comentan que van a tirar para delante con los medios de que se disponen que son pocos (no porque en los Teatros del Canal no los tengan, precisamente). Aceptamos el juego de humo y espejos y comprendemos que el guiño es simpático (e incluso empático para hacernos reflexionar acerca de las vicisitudes de la precariedad que afectan, obviamente, al teatro como parte de la maquinaria cultural). Pero, que aceptemos esta premisa de partida no garantizará que la obra se nos vaya a hacer más o menos eficaz. 

El texto de Lope de Vega es rico en detalles, barroco, ocurrente, mordaz, pero, claro, la versión teatral no puede medirse con la cinematográfica y el texto y las interpretaciones, en escena, lucen, pero no deslumbran. Lucen porque hay gracia, oficio, voluntad y un texto bien armado, pero hasta aquí. Muchos momentos carecen de un ritmo que mantenga el interés cuando el pescado ya está vendido a los cuarenta  minutos de función y lo que se desenvuelve, hasta el desenlace, se presume cándido, en un tono de comedia que hermana lo tontorrón con lo farsesco. 

En algunos manuscritos tardíos, esta obra de Lope de Vega llevaba el nombre de «Amar por ver amar» que nos deja entrever un sucinto resumen de la trama: sencilla donde las haya (lo que no le quita la gran riqueza de su lenguaje en ocasiones un tanto densificado y artificioso). La comedia prevalece sobre lo trágico que desaparece y poco se intuye. Teorías al margen, de si Lope se inspiró en Boccaccio o si «plagió» la trama de «El vergonzoso en Palacio» de Tirso, lo que queda en escena es una comedia sazonada con guiños a la profesión y al trabajo y la labor que hay en escena y fuera de ella. Con mayor o menor acierto, a nuestro juicio Mir entrega un montaje familiar, blanco, desprovisto de una mordacidad o inteligencia que no se le puedan asignar, per se, a las palabras de Lope, con unas interpretaciones correctas (en las que destaca el papel de la actriz que compone a la Condesa Diana).

Tal vez para hablar de la precariedad en el mundo teatral o de los sinsabores de una profesión en la que actrices y actores han de obrar con voluntad, dedicación, amor al arte o resignación y sentido del humor, este montaje soslaya demasiado esa reflexión. Es más, diríamos casi que hasta la disimula porque, aquí, los profesionales no hacen una huelga ni se rebelan, sino que tiran para delante dando a entender que lo que importa es la obra, el arte, la belleza del lenguaje, etcétera. No es que con este montaje, Paco Mir, «ni coma, ni deje comer», pero un poco sí que sentimos que «desviste un santo para vestir otro». Al menos es esa es la sensación que nos deja: la de una propuesta que se conforma con pasar con discreción y que, pese a que huya del barroquismo estético, termina por ofrecer algunos momentos caricaturescos en lo estético. 

 

EL PERRO DEL HORTELANO.

PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes busquen una comedia de Lope de Vega a la que se le intenta quitar una pizca de barroquismo en la estética. 

Se bajarán de este caballo: Quienes echen en falta un poco más de carisma en las interpretaciones y a la hora de sacarle provecho al texto.

 

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FICHA ARTÍSTICA

Autor: Lope de Vega y Carpio
Recreación y dirección: Paco Mir y Maluquer
Intérpretes: Moncho Sánchez-Diezma, Paqui Montoya, Manuel Monteagudo y Amparo Marín
Música original: Juan Francisco Padilla
Vestuario: Mai Canto
Diseño de iluminación: Manuel Madueño
Sonido: Martín Leal
Escenografía y grafismo: Paco Mir
Atrezo escenográfico: Cristina Cuber + Lalo Ordóñez
Comunicación: Nuria Díaz Reguera
Distribución: Diego Ruiz – Plan A Producciones
Producción: Vania Produccions

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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