TALARÉ A LOS HOMBRES DE SOBRE LA FAZ DE LA TIERRA. Respirar, conspirar.

 

Una preadolescente inicia el tránsito de la diferenciación alejándose así de su familia en un periplo que nos permitirá ver la evolución de esa adolescente hija hasta su etapa de joven adulta doctoranda que habrá de compaginar los años de su proyecto de tesis con la prostitución para poder salir adelante. 

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la pieza «Talaré a los hombres de sobre la faz de la Tierra» que, escrita y dirigida por María Velasco, nosotros hemos podido ver en la Sala Cuarta Pared, en Madrid. 

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Con el marchamo de «Ganadora en los XXV Premios Max (2022) a Mejor Autoría Teatral» debajo del brazo, factor que jugará a su favor a la hora de atraer a un público más variopinto, hemos de reconocer que nosotros acudiríamos a verla sin la llamada de ese reclamo puesto que María Velasco ya es, per se, reclamo más que suficiente. 

La pieza se prolonga alrededor de las dos horas y tiene una fuerza arrolladora desde el comienzo hasta precipitarse, eso sí, en un epílogo final que puede jugar en su contra. Con todo, el resultado es estupendo en promedio. Estamos ante una creadora netamente contemporánea que linda, en su lenguaje textual, con la pseudopoética de Liddell o con la promiscuidad de ideas de Rodrigo García (aunque ambas referencias suenen ya superadas por otras voces y posibles referentes más actuales todavía). En el teatro de Velasco es posible encontrar la impronta de Guattari, de Deleuze, de Rolnyk, de Preciado, de Foucault y hasta de Jiménez-Losantos porque sus imaginarios se entremezclan, Jodorowskyanamente, a modo de crossover ficcional en donde caben multiversos.  Esa es la marca de la casa Velasco y tras ver su último montaje podemos decir que sigue en plena forma. 

Hace pocos días leíamos la noticia de que un granjero de Nebraska, Estados Unidos, se presentaba en una reunión de organizaciones petroleras sirviendo unos vasos de agua residual de fracking para que los representantes de la industria se la bebieran pues querían convencer a la población de que el agua resultante de un proceso de fracking era inocua y apta para el consumo humano. «Talaré a los hombres de sobre la faz de la Tierra» se nos presenta, metafóricamente, con la misma voluntad beligerante y vehemente. Sentimos que la autora nos sirve, a cada espectador, un vaso de agua de su forma de entender el mundo patriarcal en que vivimos que muchos creen que es inocuo. Nos sirve ese vasito y nos lo entrega diciendo: «Probad, bebed, si tan inocuo creéis que es. Tragáoslo». Y esa fuerza personalísima, atravesada por un sinfín de ecos de nuestros tiempos, se nos incrusta, se nos pega a la piel como la sustancia resinosa de un árbol.

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La naturaleza es una protagonista, pero tal vez de un modo más periférico que el que se plantea al leer los programas de mano en versión digital, porque, aunque el relato se quiera investir de artefacto textual para hablar de la violencia de los hombres contra las mujeres, como representación de la violencia de los hombres contra la Naturaleza (o viceversa), cobra mucha más fuerza el alegato feminista que el alegato ecologista. Que ambos parecen ir de la mano forma parte también de una cultura descolonizadora que se afirma a sí misma confirmando que los hombres (léase en sentido genérico a modo de ser humano) estamos destrozando el planeta y destrozándonos entre nosotros y que otros hombres (ahora ya sí, otros hombres, no como entidad genérica sino concreta) están cargándose el planeta comenzando por las mujeres y continuando por las personas LGBTI, los racializados, los inmigrantes, etcétera, de modo que siempre exista un/a «otro/a» contra el que verter nuestra mezquindad; un/a «otro/a» a quien hacer beber del vaso de aguas residuales. «Respirar se está haciendo tan difícil como conspirar«, diría Guattari. Nosotros nos atreveríamos a ajustar el aforismo y decir que respirar se ha hecho ya más difícil que conspirar. Tiempos irrespirables los nuestros en muchos sentidos. Pero, afortunadamente, seguimos contando con creadoras/es que trasgreden los códigos o, si se prefiere, capaces de arrojarse por completo al precipicio que es hablar del presente mutilado, del futuro aniquilado

Velasco se hace cargo de su propia historia y la transforma en obra que le permita sublimar. Como el cirujano que tiene pulsión de muerte y termina la carrera de cirugía solo para poder cortar un cuerpo vivo con diferente aparataje sin que sus actos sean vistos por nadie como los de un sádico. Sublimar ya no como un verbo sino como una búsqueda, un imperativo Kantiano. Y sublima, vaya que si lo hace la autora. No sabemos si ella tuvo un tío putero que acabó en prisión, o una madre que se desvelaba por las noches y escuchaba la Cope o un novio que era un maltratador o una compañera de piso que se folló al profesor que luego estaría en el tribunal de la tesis de Velasco, pero todo nos cuadra. Y más allá de esa incógnita, lo interesante se sustancia en un texto repleto de hiatos, de rupturas, volátil, pujante, esquizoanalítico y muy, muy disfrutable para el intelecto (que no es poco tal y como están los tiempos). 

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En el apartado de las interpretaciones nos quedamos con las dos actrices: Laia Manzanares y Beatriz Bergamín. Manzanares nos resulta verosímil en todos sus pliegues,  voluptuosa cuando toca, naíf, guerrillera, da igual el palo que le toque, ella lo borda. Queremos verla más en las tablas. Su papel no es nada sencillo y ella lo encaja con una soltura francamente genuina. Bergamín, que hace de madre y de rapsoda, de voz omnisciente que subraya y evoca la narración, funciona de estupendo sostén; nos encanta la ternura que desprende en su papel de madre y la fragilidad quebradiza que emana de sus gestos. En la parte de los tres actores destacamos el doble papel de Fran Arráez que desprende carisma en su papel de madre del novio maltratador y luego se imbuye en el rol del tío putero con eficacia. Miguel Ángel Altet y Joaquín Abella están equilibrados en sus personajes, quizá con menos posibilidades de brillar por los papeles que representan, menos carismáticos. 

Punto negativo para el final del texto/montaje que sentimos que se resuelve desde un totum revolutum de ideas que agonizan en un galimatías de bilingüismo, aspavientos forzados en torno al mundo académico y alrededores e imágenes finales proyectadas en escena que solo subrayan el mensaje ecologista de un modo esquemático, pret-a-porter, haciendo que el discurso subjetivo e intimista alcanzado desde el principio se desdibuje, demasiado, en una bastante obnubilada y poco acertada ontología de la insurrección micropolítica. 

Por lo demás, nosotros le damos nuestros cuatro caballos. Y mira que pocos puntos solemos dar los críticos mediocres y de medio pelo en nuestros blogs de pacotilla. Será que a nosotros se nos da mejor conspirar que respirar o que, todo es más sencillo: cuando algo nos gusta, nos gusta. 

 

TALARÉ A LOS HOMBRES DE SOBRE LA FAZ DE LA TIERRA.

PUNTUACIÓN: 4 CABALLOS (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes deseen disfrutar de un teatro contemporáneo inteligente. 

Se bajarán de este caballo: Quienes se sientan cómodos con un teatro al dictado de las correcciones más que de las insurrecciones. 

 

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FICHA ARTÍSTICA

Texto y dirección: María Velasco
Asesoría artística: Judith Pujol
Coreografía: Joaquín Abella
Escenografía: Marcos Carazo
Vestuario: María Velasco e intérpretes
Diseño de luces: Diego Domínguez
Diseño de sonido: Peter Memmer
Artes Visuales: Elena Juárez
Fotografía: Mara Alonso
Coordinación técnica: Carmen Menager
Ayudante de producción: Julio Rojas
Producción ejecutiva: Ana Carrera
Producción: María Velasco (Pecado de Hybris) y Openfield Business
Intérpretes: Laia Manzanares, Joaquín Abella, Miguel Ángel Altet, Fran Arráez (La Toñi) y Beatrice Bergamín

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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