Un ventrílocuo frente a una audiencia expectante. Él promete que no le veremos mover los labios durante su actuación. Mientras, en escena, una historia repleta de hallazgos y de sorpresas que, al público, le dejará con la boca abierta.
Esta podría ser una suerte de sinopsis del show «El Ventrílocuo» que, con dirección e interpretación de Jaime Figueroa, nosotros pudimos ver en el Teatro Circo Price, en Madrid.
Figueroa solo ante el público del Price. Bueno, solo no, porque, en realidad, le acompaña su talento carismático, un talento que pocos ostentan, y porque, cerca de él, en el escenario dos músicos tocan en directo durante el espectáculo.
Llegamos a la función del domingo, último día de su presencia en el teatro, sin conocer absolutamente nada de qué nos podíamos encontrar más allá, obviamente, de que sabíamos que íbamos a ver a un ventrílocuo (ojo, no confundir con «ventrículo, que son cosas diferentes). El caso es que, dese el minuto uno, el cómico, mago, ventrílocuo, nos mete en el bolsillo con su gracia y su afabilidad que, siendo blanca, para toda la familia, deja entrever matices de fina ironía pliegue tras pliegue. Lo segundo que destaca, además de su don natural para hacerse con el respetable, es su destreza para hablar con el vientre, sin mover los labios, vaya. Estábamos bien cerca y durante toda la actuación Figueroa condujo con apabullante pericia la aparición y manifestación de cada uno de los personajes que lució por las tablas para disfrute de los/as presentes.
Al margen de una breve historia de presentación biográfica en modo canción bien atinada que hilvanaría la sucesiva dramaturgia, todo comienza con un personaje que habla a través de un altavoz y que parece dirigirse a nosotros desde el futuro (sin saber él que el futuro ya le ha pasado por encima). Historia de una ternura y una familiaridad intachables con con guiño incluido a la etapa pandémica. Nos preguntamos cómo es posible que esa vocecita que finge salir del altavoz nos conmueva y nos haga brincar el corazón de tal manera. Ya está logrado, sí, olvídense: somos rehenes de Figueroa. Nos ha convertido en material sugestionable y predispuesto, sin fisuras, para entrar en su mundo. ¿Con que así es como un ventrílocuo puede concitar la mezcla más maravillosa de emociones? Aquí hay más asombro que frente a un deep fake cuando te dicen que es un deep fake, claro. (Nota bene: un deep fake, por si no lo saben, es un vídeo, una imagen o un audio generado que imita la apariencia y el sonido de una persona. También llamados «medios sintéticos», son tan convincentes a la hora de imitar lo real que pueden engañar tanto a las personas como a los algoritmos).
Pues verán, aquí tienen, en una hora y media de espectáculo, algo más real, más honesto y complejo que toda esa parafernalia sintética: esto es un Deep true show. Hay una franqueza que lo invade todo y les aseguro que, toda vez que aparecen los personajes que el artista recrea con su voz salida del vientre/oráculo, uno se queda embelesado.
Los demás números se van ensartando con agilidad y con una frescura estupendas: el momento de Harry Potter deviene en carcajada, en maestría, es imposible no sucumbir. El momento pulgas es tal vez un poco más largo de la cuenta, pero igualmente eficaz. El momento diablo invisible, casi salido de un lienzo de William Blake, antecede al momento del buitre que espera su turno para devorar el cuerpo del artista que ha hecho un pacto con Mefisto. Ambos configuran una nueva delicatessen y, para ir terminando, el pequeño homenaje al señor Wences (Wenceslao Moreno Centeno) que tan viral se hizo hace unos meses a través de Twitter y otras redes sociales. Figueroa se encuentra con Wences en un cielo imaginado y su diálogo, se lo aseguramos, no puede ser más irresistible. Este tipo es genial.
No solemos dar con facilidad cinco caballos a muchas propuestas de lo que vemos en Madrid. Somos de listón alto, digámoslo así, pero si este espectáculo pasa por su ciudad, o cerca de donde se encuentren, no dejen de compran entradas porque les garantizamos que pasarán un rato cercano a lo maravilloso, así como algo más que próximo a lo asombroso.
Igual que en la sanidad pública británica o australiana, algunos médicos y psicólogos prescriben a sus pacientes literatura, diríamos que este show de “El Ventrílocuo” podría/debería ser prescrito por cualquier profesional para mejorar la salud de sus pacientes. Sin duda alguna. Le proponemos a Jaime Figueroa que no pregunte por si hay algún/a psicólogo/a en la sala porque, con toda sinceridad, su función se encuentra a la altura de una buena sesión de psicoterapia. Somos libres para decir que cualquier sala que le programe tendrá el éxito asegurado durante una larga, muy larga temporada.
Ah y otra cosa para el ventrílocuo: que duda cabe que celebramos que todo su entorno siempre le hubiese insistido en mantener la boca cerrada.
EL VENTRÍLOCUO
PUNTUACIÓN: 5 CABALLOS (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Quienes quieran salir de una sala con una amplia sonrisa en la boca y con la certeza de que acaban de ver algo maravilloso.
Se bajarán de este caballo: Aquellos/as que crean, como nosotros, que el espectáculo debería durar el doble o el triple.
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FICHA ARTÍSTICA
DIRECCIÓN E INTERPRETACIÓN: Jaime Figueroa
VIOLÍN : Violeta Veinte
PIANO: Gonzalo García Baz
MUSICA: Gonzalo García Baz
LETRA: Rafael Boeta
DRAMATURGIA: Jaime Figueroa, Rafael Boeta y Gonzalo García Baz
TEXTO: Rafael Boeta y Jaime Figueroa
COREOGRAFÍA: Sonia Dorado
MIRADA EXTERNA: Rafael Boeta y Miguel Muñoz
ESCENOGRAFÍA Y DISEÑO DE PERSONAJES: Jaime Figueroa
FABRICACION DE MAGIAS Y MUÑECOS ARTICULADOS: Alex Idealex
IMAGEN: María La Cartelera
FOTOGRAFIA: Pelayo Diaz
VESTUARIO: Patricia Figueroa
PRODUCCION: Naka Márquez
VIDEO : Guille MartÍnez y Cristian Gómez Sáez.
Agradecimientos: Maria Petri, Consuelo Abril, Emilio Figueroa, Alberto Sierra, Héctor Mancha, Mario López, Pilar Serrano, Ricardo Barrul y Teatro Circo Price.
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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