Una nueva incorporación llega al equipo de guionistas de una serie revelación de la temporada cuyas audiencias son cada vez más controvertidas porque la serie ha adquirido un tono sexista. La nueva incorporación es una mujer llegada del mundo de la dramaturgia que se mostrará crítica con algunas de las cuestiones que el equipo de guionistas parecen llevar mucho tiempo sin cuestionarse.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Los pálidos» que, escrita y dirigida por Lucía Carballal, nosotros hemos podido ver en la sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán, sede del Centro Dramático Nacional, en Madrid.
Comencemos apelando a la mayor contribución de la obra: hacernos reflexionar en torno a la micro política que se desata en un mundo como el de los guionistas de televisión. Una micropolítica que se entrevera en los mensajes que los personajes de las series de ficción lanzan a una audiencia ávida por devorar productos. De todas formas, la serie aquí foco de la trama no es una especie de «House of cards» o «Homeland» o «Succesion», no. Se parece más a «La que se avecina». Relata las vivencias de un equipo de jugadoras de voleibol en el que una de las protagonistas, por ocurrencia de uno de los guionistas, se queda embarazada. Esto nos conduce a la reflexión en torno al poder de un guionista que, cual demiurgo, teje o desteje las tramas influyendo en la audiencia con ideas sexistas o paternalistas o heteropatriarcales. En fin, la tesis, en sí misma, es bastante endeble como punto de partida porque, por pura lógica, si el guion es creación e invención, la protagonista bien podría haber abortado en la segunda temporada, o, ya puestos, convertirse en entrenadora de su equipo mientras gesta al bebé. En todo caso, ella sigue adelante con el embarazo y decide sacrificar su carrera en el voleibol. He ahí la micro política desde donde parte toda la historia. Nosotros, como público, observaremos cómo cada personaje se sitúa frente a semejante… ¿dilema?
Sabemos bien que la televisión o el cine (también la literatura o el teatro, aunque en menor medida dada su menor capacidad de llegar a las masas) son mediadores de nuestro acceso a la realidad. Somos seres teledirigidos que diría Giovanni Sartori. La televisión y el cine son artefactos constructivistas que inventan realidades dentro de las cuales se insertan (o no) prejuicios, estereotipos, roles marcados, ideas, pensamientos que son siempre políticos. Sí, de acuerdo, configuran y conforman, de algún modo, nuestras representaciones del mundo. Homo videns que somos como audiencias. Pero más allá de eso, ¿qué otros elementos enriquecen esta propuesta? Acompáñennos a dilucidar cómo es posible que esta premisa, un tanto endeble, haya permitido vertebrar una obra como «Los Pálidos».
Por un lado tenemos a un personaje principal, Jacobo, que encarna Israel Elejalde: un veterano guionista que parece adscrito a las convenciones más ortodoxas de la escritura de guiones y que ha querido dar un enfoque ramplón y sexista (o mejor, paternalista) a uno de los personajes principales de la serie sobre jugadoras de voleibol: que la joven lleve adelante su embarazo. Este giro en el guion recibe las alabanzas de los puristas (la propia conferencia Episcopal y los provida envían flores al equipo de guionistas). La cuestión es que, igualmente, la serie ha cosechado un buen número de detractores que acusan de sexista al planteamiento del guion. ¿Es este un disparador lo suficientemente atractivo para ejercer de eje del conflicto en este drama? The answer, my friend, is blowing in the wind (by now).
Con el personaje de Jacobo, que parece salido de un forocoches nivel V.I.P., nos encontramos ante una figura que no despierta ninguna simpatía. Ante una personalidad cuasi psicopática, la del hombre herido en su masculinidad que ostenta el poder de elegir el relato a imponer. Conocemos de él que su herida se aferra a una separación o ruptura de pareja mal llevada con hija adolescente (e ínfulas de poeta) a cargo.
La autora insiste en decirnos que detrás del entretenimiento también se esconde un aparataje político que emplea los guiones de las series para verter señales de distinto signo. Nos preguntamos si la audiencia es tan tonta como para permear según qué discursos a través de las series que devora o de los programas de entretenimiento que devora. Hoy en día son conocidos los trasvases entre audiencias y los contenidos se configuran mucho más en relación a lo unisex (pasa con la ropa de las grandes marcas, no va a pasar con los usuarios del audiovisual).
Alrededor de Jacobo se mueven, más periféricos en sus ejercicios del poder, un hermano al que Jacobo ha colocado en plantilla y otra veterana guionista (-ista, sí, mujer) que parece moverse con facilidad en un «mundo de hombres» porque se ha ocupado de morderse la lengua y cumplir, muchas veces, con aquello del «allá donde fueres haz lo que vieres». Se incorporará al equipo un cuarto fichaje: una joven dramaturga que dice sentirse algo fuera de lugar en el mundo de la televisión porque ella procede del mundo del teatro activista. Trasunto, podríamos decir, de la propia autora (Lucía Carballal que ha debido experimentar lo «desolador» del mundo del guion de televisión. No lo sabemos).
Tras esta descripción sucinta de los cuatro personajes, diremos que la trama se sostiene sobre un conflicto de lo viejo frente a lo nuevo (en términos de paradigmas) y más en particular de la aportación que puede hacer un hombre frente a la aportación que puede hacer una mujer dentro del contexto volátil, de intereses publicitarios, índices de audiencia, etcétera, que vertebra una serie televisiva. Desgraciadamente esto no va de lo que puede ofrecer un creador frente a otro creador, si no de los matices de si este creador es un hombre o una mujer y aquí, los estereotipos sobrevuelan la trama como aves carroñeras con la tripa algo llena.
En este cuarteto de personajes (el quinto, el de la hija de Jacobo nos parece un superyó inapropiado y carente de cualquier fuerza), nos sobran el del hermano y el de la otra guionista veterana pues sus sub-tramas no conducen más que a lugares bastante comunes. Eso sí, Manuela Paso, que encarna a la guionista veterana del equipo, es una bestia de la actuación y nos entrega probablemente las mejores embestidas en la obra; está maravillosa).
Relegando el drama a las batallas dialécticas y pseudo éticas entre la joven guionista (trasunto de la autora) y el guionista de foro-coches, lo que tenemos es un ejercicio de estilo que no trasciende la forma. Anhelantes de un fondo que nos conduzca a reflexionar al salir del teatro, es fácil (y lo más probable) que nada más salir por la puerta de la sala, al terminar, reclame nuestra atención cualquier detalle superfluo en nuestro móvil. Más aún cuando el tramo final de la obra se mete de lleno en un totum revolutum en el que cabe hablar de pornografía ética, de las zancadillas en el mundo «espantoso» de los guiones de televisión, del oportunismo y las traiciones y, rizando el rizo, hablar hasta del lesbianismo low profile de María, la guionista advenediza que interpreta Natalia Huarte. Cojan aire. ¿Quién da más?
Con relación al personaje de Huarte en la pieza, podemos decir que sus esfuerzos por encarnar a María son titánicos: su personaje entra con sencillez, al principio, para convertirse, hacia el final, en un catálogo de rumiaciones a cual más alambicada y neurótica salpimentada de un síndrome de Casandra que nos aleja de sus cuitas tanto o más que el alejamiento que tomamos con respecto del personaje de Elejalde.
Nos preguntamos por qué no logramos empatizar con ninguno y ninguna de los personajes (bueno, con el que encarna Manuela Paso es con el que más lo hacemos) y la respuesta se nos antoja puramente especulativa: ¿será que la pieza es un texto repleto de pirotecnia que al alcanzar el cielo encapotado, nublado (donde deberían encontrarse sus reflexiones más profundas) no permite ver sus colores, sino una negra humareda de exceso de pólvora?
LOS PÁLIDOS
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Quienes quieran disfrutar del talento de una actriz como Manuela Paso.
Se bajarán de este caballo: Aquellos/as que esperen un texto que les sobrecoja o les lleve a una cavilación profunda.
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FICHA ARTÍSTICA
Texto y dirección
Lucía Carballal
Reparto
Israel Elejalde (Jacobo), Miki Esparbé (Max), Natalia Huarte (María), Manuela Paso(Gloria), Alba Planas (Miranda)
Escenografía
Alessio Meloni (AAPEE)
Iluminación
Paloma Parra
Vestuario
Sandra Espinosa
Sonido
Sandra Vicente
Ayudante de dirección
Raquel Alarcón
Ayudante de escenografía y vestuario
Igone Teso (AAPEE)
Videoescena y fotografía
Bárbara Sánchez Palomero
Fotos
Luz Soria
Maquillaje y peluquería vídeo
Milena Bono
Traíler y fotos de cartel
Bárbara Sánchez Palomero
Diseño de cartel
Equipo Sopa
Confección equipamiento deportivo
CRIN ESCËNICA
Tintura
María Calderón
Construcción decorados
MAMBO DECORADOS
Impresión cuadro
CEPLASA
Agradecimientos
Alejandra Sabá, Eva Rufo, Luis Sorolla, Vicky Luengo, Jelen Morales, Eloy Azorín, Carlos Cortés, Irene Novoa, Javier Ribera
Producción
Centro Dramático Nacional
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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