Tres desconocidos se han apuntado a un curso de hacer pan con un prestigioso panadero. Pronto descubrirán que el curso no va de hacer pan sino de una suerte de pseudo terapia de crecimiento personal en la que todos acabarán revelando quienes son, incluido el panadero anfitrión del curso.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Una terapia integral» que, escrita y dirigida por Marc Angelet y Cristina Clemente y protagonizada por Antonio Molero, Marta Poveda, Esther Ortega y César Camino, nosotros pudimos ver en el Teatro Fígaro, en Madrid.
Echémosle la culpa a Steve Jobs. La culpa del resurgimiento revitalizante de gurús y pseudopapanatas por doquier desde que se supo que el CEO de la marca de tecnología no iba a emplear la medicina convencional para tratar su cáncer de páncreas sino una combinación de pseudoterapias tipo acupuntura y zumos pensados para mejorar su estado. Tal vez no seamos conscientes del impacto de una revelación como aquella, alrededor del año 2004. Si un tipo tan poderoso dejaba de lado la medicina convencional para tratar su cáncer, ¿por qué no iba a hacerlo cualquier ser mortal? Dejando a un lado a Jobs, al que no podemos culpar, claro, pues la afirmación solo era una ironía, lo importante de la reflexión queda apuntalado en lo siguiente: cuando somos vulnerables nos aferramos a un clavo ardiendo. Y no hay refrán más contumaz. Ya sea acupuntura, homeopatía, reiki, flores de Bach o, nuestra favorita, por odiada, las constelaciones familiares. Todas (y tantas otras) obedecen al mismo principio o denominador común: gente que sufre, ergo gente que pagará lo que sea para tener un rayo de esperanza. El placebo como principio activo. La credulidad y la suspensión de juicio como elementos definitorios del milagro. Si es que, por haber, hay gente que habla con su útero o que se cree que una tatarabuela es la culpable de que tu pareja te haya dejado.
Citando a la «Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas» (APETP), hay toda una serie de pistas para sospechar y desconfiar (nosotros diríamos para huir) de los falsos gurús de las «medicinas alternativas». Entre otras, esa «terapia» no está incluida en el Sistema Nacional de Salud y utiliza “argumentos” o recursos habituales como los siguientes:
«Apunta a la naturalidad del tratamiento, dice que no tiene efectos secundarios, tiene una procedencia “exótica”, se escuda bajo el criterio de “medicina tradicional”, su “fundador” afirma “yo descubrí esta terapia”, utiliza muchos tecnicismos sin sentido -por ejemplo, cuántico-, afirma no usar “químicos”, alguien dice “a mí me funciona”, apela a las emociones -cuerpo y mente-, habla de “energías”, de que “tú te curas a ti mismo” -la eficacia del tratamiento está en tu psique-, y apela a teorías de la conspiración, como que los gobiernos y/o las grandes corporaciones quieren ocultarlo y silenciarlo».
En fin, un circo. A veces uno se puede preguntar cómo hay gente que pica o que cae ante semejantes patrañas y toda la explicación se reduce a una fuerte necesidad de creer, de encontrar un sentido, de estar muy solo o, como no, de que hay más personas de las que nos creemos que atienden con fuerza al pensamiento mágico.
Tras lanzar el mensaje de rigor, abordemos lo que nos ha parecido «Una terapia integral». Los personajes que saltan a escena son cuatro: tres de ellos reflejan el prototipo de usuario en busca de una experiencia única que les transforme la vida (aunque una de ellos parezca reticente a abrirse a la experiencia integral que propone el panadero gurú con apellido de alta cocina, que es el cuarto personaje). Todos han terminado apuntados a un curso que enseña a hacer pan y que descubrirán va más allá de semejante acto prosaico. Toni Roca, el panadero gurú, creará una catarsis psicológica que habrá de servir a los tres participantes a liberarse de sus ataduras, de sus inseguridades, de sus miedos, de sus vidas apuntaladas en la parálisis. Poco a poco descubriremos que los métodos del panadero exceden, y mucho, lo tolerable hasta para el cerebro más reptiliano posible. La historia, sencilla y eficaz, promete plot twist final, de esos que ves venir y no ves venir. Cola enorme que abarrotaba la remodelada (gracias) sala del Teatro Fífaro. Gente de todas las edades, de lo más variopinto, buscando una comedia que ayude a desenredar tanta micro tragedia cotidiana. Y la propuesta de Angelet y Clemente, da lo que se espera de ella: es certera, sus gags y escenas de humor e ironía funcionan y sabes que se va a transformar en algo parecido al éxito de «Escape Room» amparándose en el boca a boca (y en críticas como la nuestra).
A nosotros nos ha gustado cómo se van trenzando las historias de los tres personajes vulnerables e intuimos que en cada uno de ellos/as reside una suerte de arquetipo de trazos más o menos gruesos (o más o menos finos, todo depende desde dónde uno lo vea) con los que una gran parte del público podrá verse representado.
El espacio escénico que recrea José Novoa cuaja y da empaque al conjunto. La panadería obrador es creíble (los hornos, la estética) y eso suma. Diríamos que las interpretaciones dan lo que se esperaría de un tono ajustado al texto. Sí creemos que brillan más las dos actrices que funcionan, además, por contraste caracterológico en sus papeles: Marta Poveda parece imbuirse de la actitud de una mujer quebradiza, algo pazguata, tímida, medrosa y… esperen hasta el final. Esther Ortega nos agrada con la interpretación de una cardióloga con los pies en la tierra, conectada a lo racional, manifestando un punto de autocensura necesario para que su personaje, cuando gire ciento ochenta grados, nos arranque la carcajada y haga, al mismo tiempo, que funcione el mecanismo de la simpatía al reconocernos en su voluntad de transformación, en sus contradicciones. César Camino, como ya nos tiene acostumbrados, hace gala de sus aspavientos y rictus habituales para enfundarse en el papel de un joven con mucha pasta y muchas carencias, que parece estar intentando llenar un vacío que no llenan ni los billetes de quinientos euros, señores. Antonio Molero es, a nuestro juicio, tal vez el personaje que menos nos seduce: más directo y mundano, parece faltarle un toque, aunque sea forzado, de sofisticación o virtuosismo que nos haga creernos esa aureola de chamán culinario que los demás ven, pero nosotros no.
Que esta comedia con tintes de crítica social va a funcionar, lo tenemos claro. La mezcla ha salido bastante aceptable: que no es un pan de avena o uno de centeno con mucho grano? Pues, tal vez. Pero tampoco estamos ante un pan de molde blanco. Prueben la cocción y ustedes decidan qué echarle a esta rebanada teatral.
UNA TERAPIA INTEGRAL
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Quienes quieran ir más allá del pan de molde y de la comedia de molde.
Se bajarán de este caballo: Aquellos/as que solo prueban el pan si es integral y tiene mucho grano.
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FICHA ARTÍSTICA
Reparto: Antonio Molero, Marta Poveda, Esther Ortega y César Camino
Con la colaboración de Juli Fàbregas
Autoría: Cristina Clemente y Marc Angelet
Dirección: Marc Angelet y Cristina Clemente
Ayudante de Dirección: Beatriz Bonet
Diseño escenografía y vestuario: Jose Novoa
Diseño iluminación: Sylvia Kuchinow
Diseño sonido: Ángel Puertas
Producción: Carlos Larrañaga
Ayudante de Producción: Beatriz Díaz
Ayudante de Producción: Sabela Alvarado
Ayudante de Producción: Ángel Plana Larrañaga
Dirección técnica: David González
Construcción escenografía: Jorba-Miró
Prensa: Ángel Galán Comunicación
Diseño gráfico: Hawork Studio – Alberto Valle y Raquel Lobo
Fotografía: David Ruano
Fotografía de escena y vídeo: Nacho Peña
Gerencia y regiduría: Alfonso Montón
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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