JOHNNY CHICO. Las tinieblas de uno mismo

Un joven huye de su casa ante una situación de malos tratos por parte de su padre y trata de sobrevivir en un mundo hostil en el que ser un hombre es también ocultar los deseos hacia otros hombres para no volver a recibir un revés de la vida. 

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra, «Johnny chico» que, con texto de Stephen House, dirección de Eduard Costa e interpretada por Víctor Palmero, nosotros hemos podido ver en el Teatro Infanta Isabel, en Madrid.

Stephen House es un dramaturgo y actor australiano del que no abunda la información en Internet para hacerse una idea de los asuntos y temáticas de sus piezas. Sí podemos intuir un teatro a la cara, que transita por espacios sórdidos de la realidad social (drogas, personas sin hogar, prostitución). La pieza que más ha representado en su país se llama «Apalling Behaviour«, que puede traducirse como «Comportamiento espantoso» (más de cien representaciones para un texto escrito e interpretado por él mismo).

Entendemos, tras ver Johnny Chico, que su interés reside en acercarse a personajes que, de entrada, resultan ciertamente controvertidos; personajes que podrían inspirar y encarnar, a un tiempo, ternura y rechazo. Esa es la esencia del protagonista de Johnny Chico (traducida en nuestro país bajo ese nombre, pero siendo el título del texto original «Go by night» o «Irse de noche»). La idea de «la noche» es realmente interesante en el texto porque pareciera que todo lo que le sucede a Johnny Chico responde al ritmo circadiano de los animales nocturnos: murciélagos, gatos, búhos, ratones, escorpiones, zarigüeyas, mapaches, coyotes, cucarachas y polillas. Johnny es todos ellos y habita la noche, lo oscuro, porque esa oscuridad es refugio para quienes la vida ha molida a palos. La oscuridad de un bosque, de un apartamento maltrecho, de un callejón, de un polígono, de un tugurio, de un antro, de una disco. Las tinieblas de uno mismo. 

Estamos ante un texto que adolece de muchas cosas. ¿Con qué cuenta? Con cierta garra. ¿Qué le sobra? Demasiado desgarro. Demasiado tormento y demasiado recuerdo de una época que parece un tanto alejada, afortunadamente, de la realidad homosexual del Siglo XXI. ¿En serio asociar el comportamiento gay a padres maltratadores, madres pusilánimes, heroína y bajos, muy bajos, fondos? Mire usted, no nos agrada semejante alejamiento de una realidad que, por suerte, y aunque siga siendo tremendamente difícil para muchos homosexuales (y más en según qué partes del mundo), ha ido logrando conquistas sociales incontestables (que hay que apuntalar y no permitir que se toquen ni un ápice).

Queremos contextualizar esta obra en el momento en que fue escrita y debemos remontarnos a los años 90. Y entendemos perfectamente el sustrato de un otrora, no tan lejano, en el que la cultura de la indiferencia hacia los asesinatos de homosexuales campaba a sus anchas en Australia. Famoso es el crimen de Scott Johnson que fue lanzado por un acantilado en Sídney. La policía solía dejar los casos sin resolver y se involucraba bastante poco. Total, eran maricones muertos. Qué más daría. (Se nos ponen los pelos de punta de pensarlo). Hay una serie australiana que abordaría este asunto: una auténtica ola de asesinatos de miembros de la comunidad gay en Sydney a finales de los años 80. (Se llama «Deep Water», para más señas). Suponemos que, dado aquel contexto, a principios de los años 90, Stephen House se enfrenta a la escritura de «Go by night». En su texto, nos pone en el pellejo de un joven que se larga de casa porque el ambiente es irrespirable. Su padre da palizas a él y a su madre y esta le exhorta a su hijo a que se vaya de casa. Y el muchacho se va. De noche. Y recala en muchos lugares en su itinerario de autodescubrimiento/autodestrucción : la casa de un amigo, un bestia que odia a los maricas y disfruta apaleándolos en las zonas boscosas de cruising, discotecas en las que Johnny se saca un dinero a base de dejar que se la chupen y, para el clímax, un local tipo cabaret donde Johnny Chico completará su metamorfosis hacia el infinito y más allá… no, o sea, hacia Johnny Chica. 

A lo largo de toda la pieza, asistimos un tanto apesadumbrados a un cóctel de lo grotesco con lo sórdido; un totum revolutum de clichés en torno a la figura del homosexual reprimido, del gay armarizado, del machito que oculta su pluma y sus deseos, de la masculinidad tóxica que solo sabe resolver las cosas a base de odio, rabia y actitudes fascistas contra un «otro» elevado a la categoría de «contrario», de «escoria a la que aniquilar y pisotear». Nos da bastante asco el Johnny que apalea gays en los bosques, en los parques. Ese sería el retrato de uno de esos seres inmundos que golpearon hasta la muerte a Samuel Muñiz en A Coruña (a día de hoy, aún la policía investiga si se trató de un crimen con agravante de odio cuando lo mataron al grito de «muérete maricón». Mejor me callo). No nos es posible empatizar con ese Johnny Chico por mucho que House, el autor, nos muestre todas sus vulnerabilidades y contradicciones. A ver, que el chico no quiere pegar a homosexuales, dirán algunos. Ya. Pero les pega. Y los rechaza en su proceso de descubrimiento de que a él le gustan los hombres. ¿No te das cuenta de que no tiene una familia que le haya apoyado, ni un entorno?, dirán algunos. Claro. Lo mismo, a lo mejor, podríamos decir de los que mataron a golpes a Samuel Muñiz en el paseo marítimo de Riazor. No y no. No nos sale la empatía. Y eso va a lastrar el resto de la obra porque nunca podremos comprender una conversión tan rápida: de asqueroso patea maricas, a la fuerza, en los parques a Johnny Chica cantando y bailando y soñando con desayunar en Tiffany o, mutatis mutandis, en cualquier Starbucks yendo por las calles de la mano de un tipo varonil del que se ha enamorado. Demasiados sobresaltos identitarios en una hora y media escasa. Too much even for us

No acabamos de entender muy bien la defensa del texto que hace el intérprete que, en algunas entrevistas, señala que estaba deseando poder llevar a escena. Ahora bien, lo que hace especial esta propuesta es el entusiasmo y la entrega del protagonista Víctor Palmero que se viste el chándal cani con la misma fuerza que el pelucón de cabaretera. Él es quien logra que el relato, a ratos, penetre en la psique del espectador si exceptuamos las numerosas cuadraturas del círculo del texto de esta pieza. Si Johnny Chico brilla es por la dirección de Costa y por la interpretación de Palmero. 

Enmendamos, también una parte de ese discurso que podemos leer en los programas de mano cuando se dice que esta obra es:

Una oda fuckgender en lucha contra la LGTBIQ+ fobia… “porque no importa en absoluto quién eres o lo que llevas puesto; lo que quiere que seas: él o ella, hombre o mujer… porque al final TODX es lo mismo cuando te desnudas”.

Que no, que no. Mucho que le den al género, sí, de acuerdo, pero mire usted, Johnny Chico no representa ningún modelo en el que mirarse y detenerse para imitar porque bien podría ser, en una parte, el modelo de la psique torturada, enferma, mezquina, repugnante de un patea LGTBI+; un retrato de ese cachorro que en su viaje iniciático de autodescubrimiento se cobra la vida de algunos otros a base de palizas llenas de odios; sí, de acuerdo, odios hacia uno mismo, pero proyectados, en último término, sobre los cuerpos de otras personas. Sobre los cuerpos inocentes de un Samuel Muñiz, de un Scott Johnson; sobre tantos y tantas víctimas de unos malnacidos que no tienen, ni tendrán jamás, excusa (por mucho que sus biografías pudiesen ser teatralmente revisadas mostrándonos la metamorfosis de victimarios que se convierten en víctimas).

Que no, que no. Que le den al género, está bien. Pero que le den, y mucho, a todos esos y todas esas que apalean, pegan, destrozan, zozobran y matan a otros al grito de maricón, al grito de bollera, al grito de travelo

 

JOHNNY CHICO

PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes busquen un monólogo bien interpretado.

Se bajarán de este caballo: Quienes encuentren un texto escorado hacia lo sórdido. 

 

***

FICHA ARTÍSTICA

Autor:

Stephen House (del original «Go by night»)

Dirección:

Eduard Costa

Interpretación:

Víctor Palmero

ILUMINACIÓN
Mundi Gómez
ESPACIO ESCÉNICO
Luis Crespo
ESPACIO SONORO
Juanjo Ballester
DISEÑO GRÁFICO
María la Cartelera
MAPPING
Elektrik Five & Lluerna producciones & Carlos Montfort
VESTUARIO
Eli Perucha
FOTOGRAFÍA
Romero de Luque
PRODUCCIÓN EJECUTIVA
Coque Serrano

***

Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

Síguenos en Facebook: https://www.facebook.com/www.mireinoporuncaballo.blog

Y en Instagram: https://www.instagram.com/mireinopor/

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s