Max Richter se presentó recientemente en los Teatros del Canal con un concierto dividido en dos partes: las piezas de «Infra» y las piezas de «The blue Notebooks». Lo que sigue es una crónica de lo que, a un servidor, allí presente, le hizo sentir.
Compositor, estrella de la música clásica que puede tocar en un festival de música electrónica como el Sónar o en una abadía. Sí es él, el hombre que responde en las entrevistas que su vocación nació de escuchar a Bach y a los Beatles. Ya lo tenemos: la influencia de lo elevado y lo popular. Es así como su música, que se ha erigido en universal gracias a las bandas sonoras que ha creado para el cine (en películas muy conocidas y series de culto o de franca tendencia), se diferencia de otros compositores tanto o más conocidos (nótese Philip Glass, Brian Eno, Howard Shore, Hildur Gudnadóttir o los icónicos John Williams y Hans Zimmer) tal vez por su mirada mucho más social y en cierto modo activista a la hora de emplear su música como caja de resonancias de situaciones sociales que le preocupan o le afectan (guerra de Irak, los flagrantes atentados contra los derechos humanos en Guantánamo, los atentados terroristas en el metro de Londres en 2005). He ahí la diferencia con otros compositores.
Acudir a un concierto de Max Richter es, créanme, una gozada y un deleite. La industria está a su acecho, pero hasta ahora no ha compuesto para los grandes estudios o para superproducciones como en el caso de Williams o Zimmer. ¿Llegará? Pues, mire usted, si es capaz de poner banda sonora a una superproducción si perder su sensibilidad, bienvenido sea. Por el momento, Richter parece haber tomado la ruta de lo independiente y su nombre se asocia a talentos diversos, pero de gran prestigio y culto: directores como Scorssese, Villeneuve (que incluyeron su maravilloso «On the nature of daylight» en sus películas), series como «Black Mirror» o «The Leftlovers» y tantas otras. Por seguir el rastro de su posmodernidad y su impronta en la cultura pop, entre las voces que leen fragmentos en sus composiciones ha incluído a la icónica Tilda Swinton leyendo fragmentos de Kafka (sí, en «The blue Notebooks») mientras que en otros albumes, la voz de Robert Wyatt lee fragmentos de Haruki Murakami o podemos escuchar la voz de la mismísima Virginia Woolf en «Three worlds: music from Woolf works».
En la sala Roja de los Teatros del Canal, Richter apareció en el escenario modesto, recibiendo el caluroso aplauso del público y se limitó a explicar, en Inglés, en que iba a consistir el concierto. Dos partes separadas por un intermedio. Alguna breve nota sobre cada parte y directo a su piano y sus teclados. Lástima que se sentase dando la espalda al público en lugar de ofrecer una visión de sus manos sobre el instrumento. Nos hubiera gustado verle sentado de lado, porque entendemos que hay algo mágico en observar a un pianista tocando; viendo como cada nota se corresponde con un, más o menos, sutil aspaviento, con un encorvamiento postural, con un gesto en el rostro.
Richter tiene ganado al público desde antes de salir a escena. Infra suena gloriosa y especialmente los instrumentos de cuerda cuando enfrentan la subyugante «Infra 5» que resuena en el pecho de quien está sentado en la butaca: tal vez nos recuerde a ese verso de T.S. Elliot de su poemario «La tierra baldía», en el que Richter dice haberse inspirado: «A orillas del Leman me senté a llorar». Imposible no emocionarse con las notas de Infra y de ese Infra 5 que discurre como un río que nace en un manantial y se hace caudaloso en su fluir hacia donde sea que fluya. Enmarca su albúm en un homenaje o tributo a las personas que perdieron la vida el 7 de julio de 2005 por el atentado terrorista asumido por Al Qaeda: cincuenta y seis personas y más de 700 heridos. Se entremezclan algunas voces en la composición de las piezas que componen «Infra», voces tal vez de las fuerzas de seguridad, de los servicios de ayuda médica, de las víctimas. El terror inenarrable trasladado a una composición tan respetuosa como emocionante. En el escenario, Richter nos dice que le acompañan quienes grabaron el disco con él: quinteto original formado por Louisa Fuller, (violín), Natalia Bonner (violín), Nick Barr, (viola), Ian Burdge, (cello) y Chris Worsey (cello).
Uno observa los ademanes de los cinco músicos y se pregunta cómo es posible que el ser humano obre ese milagro de afectar al otro con una melodía tan penetrante saliendo de un instrumento de cuerdas tan sencillo. El silencio en la sala roja es signo de la emoción que nos ha secuestrado a todos y todas. Cierro los ojos. Una mano, inconscientemente, mi mano derecha, se ha posado en mi pecho, sobre el lugar en que se encuentra el corazón. Reparo en ello al final de la pieza.
Tras un descanso de unos veinte minutos, que la voz de megafonía anuncia generando en el público un murmullo de cierta intensidad (tal vez porque parezca un exceso de tiempo entre primera parte y segunda parte), vuelve al escenario el pianista, que no flautista, de Hamelin (no es un juego de palabras, Richter nació en Hamelin, Alemania y se trasladó después a Reino Unido). Vuelve para interpretar «The blue notebooks«. Música arropada por lecturas de breves notas de Kafka y del poeta Czesław Miłosz en la voz de Sarah Sutcliffe (en el disco original lo hace Tilda Swinton). De nuevo su música haciendo activismo. Un activismo que se instala en los poros, en lo más profundo, sin esfuerzos. Oímos los temblores de un espejo de pared mal colgado en «the blue notebooks». El fragmento/lamento escrito por Kafka en uno de sus cuadernos que dice:
«Cada hombre lleva en sí una habitación. Es un hecho que nos confirma nuestro propio oído. Cuando se camina rápido y se escucha, en especial de noche cuando todo a nuestro alrededor es silencio, se oyen, por ejemplo, los temblores de un espejo de pared mal colgado».
Imposible no caer rendido ante la impecable «On the nature of daylight» (qué belleza orquestada, sin impostura alguna, por medio de pequeñas variaciones que van in crescendo sutilmente, de la misma manera en que entran los rayos de luz de una mañana en una casa sombría). En «Shadow journal» oímos el cuervo y la voz que lee a Milosz diciendo «Cómo necesitamos la durabilidad» y no es casualidad, la pieza se extiende hasta los ocho minutos. Nos deja con ganas de más, en contraste por lo breve que es, «Vladimir Blues». La segunda parte remata con «The Trees» y echamos en falta «Written on the sky» (ese piano hipnótico y melancólico) y «A catalogue of afternoons».
Nuestro corazón se ha quedado colmado. Por completo. Richter ha logrado mesmerizarnos. Eso solo puede hacerlo un genio. O un pianista, claro, (que no flautista) nacido en el mismo Hamelin.
MAX RICHTER (Concierto).
PUNTUACIÓN: 5 CABALLOS (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Cualquiera con un mínimo de sensibilidad y buen gusto. A buen seguro se emocionará con las composiciones de Richter.
Se bajarán de este caballo: Quienes huyan de la verdad, la belleza y el fluir generoso de la buena música. O sea, los idiotas o votantes de extrema derecha.
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FICHA ARTÍSTICA
Duración total: 1h 35min.aprox.
Max Richter
Louisa Fuller, violín
Natalia Bonner, violín
Nick Barr, viola
Ian Burdge, violonchelo
Chris Worsey, violonchelo
Sarah Sutcliffe, narradora
Chris Ekers, técnico de sonido
Suzie Curtis, directora de gira
PROGRAMA
Infra: 35min.
Pausa: 20min.
The Blue Notebooks: 40min.
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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