Josito, un chaval del barrio madrileño de Moratalaz, estudiante de Telecomunicaciones y con una familia de clase media trabajadora, cambia su vida por completo cuando los estudios pasan a ser secundarios frente a las drogas, el alcohol, la música electrónica y el descubrimiento de la ruta del Bakalao.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «The rhythm of the night» que, con dirección y texto de Javier Navares e idea original y dirección musical de DJ Nano, nosotros hemos podido ver en el Gran Teatro CaixaBank Príncipe Pío, de Madrid.
La ruta del Bakalao, conocida por los insiders, en su momento, como Ruta Destroy, comenzó en los años ochenta como un amplio movimiento cultural destinado a la juventud de un país que necesitaba cambio de aires, que necesitaba abrirse e importar músicas que sonaban en Europa, que reclamaba su espacio de disfrute e identidad en una España lánguida saliendo todavía de la resaca de un golpe de Estado. Pero la ruta del Bakalao fue consumiéndose y de movimiento cultural y de goce artístico tomó la deriva decadente, hacia los primeros años noventa, en los que lo de menos era el encuentro y la música y lo que importaba era probar drogas de diseño: el diseño pensado para hacer aguantar al cuerpo de viernes a lunes, en un non stop al ritmo, mákina, de la noche. Entre el año 1993 y el 1996 podría hablarse de la última etapa y más decadente de esta ruta que comenzaría a ser retratada por los medios de comunicación sensacionalistas de la época como la imagen deformada de una juventud desnortada, alineada hacia los excesos, las drogas y enfocada hacia su propia autodestrucción generacional.
No se trata de hacer un elogio a la ruta del bakalao, pero digamos que todo palo tiene dos extremos y hay que señalar que los primeros años, previos a su masificación y desmitificación, se erigió en hito, en importante movimiento sociocultural bien distinto al de sus últimos años en los que los accidentes de tráfico de chavales jóvenes, muertes por drogodependencias, cargas policiales y redadas, etcétera, le pondrían la puntilla definitiva.
Es esta última etapa la que elige abordar Navares, quien escribe el texto, puesto que sitúa su trama en 1993, año en que la Ruta del Bakalao ya había comenzado su masificación y descenso galopante a los infiernos.
«The rhythm of the night» pretende funcionar a modo de revival a medio camino entre el musical sui generis (los actores y actrices no cantan y solo se pincha música discotequera de aquellos años) y el teatro descafeinado. Tan descafeinado que la historia, que excede de dos horas y media, solo será apta para nostálgicos y nostálgicas con ganas de echar la vista atrás e identificar señales propias de una generación: pósters de Los Goonies (pegados en la habitación de Josito), o de E.T el Extraterrestre; identificaciones con concursos de la tele de la época (Un dos, tres, responda otra vez), con guiños al cassette, locutores de radio, frases o jerga propia de aquellos primeros años noventa (no tan lejanos). Igualmente es una obra apta para aquellos/as capaces de reconocer cada uno de los temas que pincha, en directo, entre escena y escena, un DJ que alienta al público a levantarse de su butaca y bailar como guste.
Entendemos que entre los asistentes habría muchos nostálgicos, lo cual no tiene nada de malo y es más que comprensible. Entenderíamos que, mira, es viernes noche y comienza el fin de semana y has pagado tu entrada y escuchas al DJ Javier Amaro pedirte que lo des todo y, pues oye, lo haces. Así lo constatamos entre el público. Por qué no. Suena la música techno y el resorte se activa: la gente tiene ganas de corear, de cantar; la gente está huérfana de símbolos. Quién sabe si una parte del público asistente fue asiduo al fenómeno del clubbing, de aquella época, a lo largo de la carretera de El Saler. De acuerdo. Se puede entender. Pero, verán, cuando uno observa la pieza y la analiza, si es que ese verbo se puede usar aquí, se percatará de que la trama es un melodrama hinchado de maniqueísmo. Casi resulta hasta panfletario (y podría servir a modo de campaña contra la drogadicción que, mire usted, no estaría mal).
Estamos ante un texto mermado de una construcción dramática inteligente, equilibrada, mordaz. Echa mano de la ternura, de la ñoñería, de tópicos, de la articulación de un relato inocentón y un tanto pazguato. El discurrir de la historia es tan previsible que uno ya sabe, en la primera media hora, lo que pasará al final de la pieza, dos horas después.
Josito, interpretado por un Luis Maesso nacido en 1993 (o sea con 29 años de edad) encarna a un chaval de dieciocho o diecinueve de frágil voluntad y un tanto kamikaze. Un buenazo, demasiado buenazo, que acaba enganchándose a las pastis (exta sí y exta también) y envuelto en una espiral de amistades peligrosas, mentiras en casa y problemas con sus amigos de toda la vida. Las pastillas entran en escena y la trama se ampara más en cómo salir de esa dependencia. De hecho, la imagen de la ruta queda sobrerrepresentada por los trapicheos, las malas amistades, los excesos de la fiesta, etcétera.
Pero ojo, entre escenas, que la música no pare y que el público se levante y baile cuando Josito, en la escena anterior, acaba de robarle buena parte del dinero de una herencia a sus padres que se encuentran en una situación económica delicada. Chiqui tan, chiquiti tan-tan-tan, que tumban-ban, que tumban, que tepe-tepe, tan pan, pan, que tumban, que pin. No hay más preguntas, señoría.
A»The rhythm of the night» le falta carisma y le sobra moralina; le falta voluntad por contar una historia que se aleje de tópicos haciéndola más convincente y le sobra manufactura marketiniana. Le falta «ritmo» y le sobra «noche».
Son ustedes quienes tendrán que valorar si creen que detrás de la música y del público bailando puesto en pie, entre escenas, queda espacio para una historia que merezca la pena.
THE RHYTHM OF THE NIGHT
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Los/as muy nostálgicos/as de los últimos años de la ruta de Bakalao.
Se bajarán de este caballo: Quienes no accedan a una historia tan naif y simple como una letra de Chimo Bayo.
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FICHA ARTÍSTICA
Reparto:
Josito —- Luis Maesso
Melero —- Alejandro Mesa
Rambo —-Javi Díaz
Camino —- Paula Moncada
Pepe —- Antonio Gómez
Amelia —- Mercedes Salvadores
Elena —- María López Brotón
Sara —- Chantal Martín
DJ Residente —- Javier Amaro
Bailarines —- Elena Menéndez, Manu Martínez, Laura Salvador, Marcos Hurtado.
Equipo técnico:
Dirección y texto: Javier Navares
Idea original y dirección musical: DJ Nano
Coreografías: Elena Menéndez
Dirección de producción: Cristina Sánchez
Direccion Técnica: Carolina Mesa
Ayudante Dirección/Residente: Javier Amaro
Diseño Luces: Ezequiel Nobili
Programador Luces: Diego San Martín
Diseño Sonido: Rafa Lobo
Diseño Videos: Enrique Jiménez
Diseño de vestuario: Paula Fecker
Diseño de escenografía y atrezzo: David Pizarro y Roberto del Campo
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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