Las vidas de dos personas, Ana y Diego, que no se conocen, terminarán por confluir dado el elemento de unión que ellos no saben que tienen: el director de cine Eusebio Velasco, padre de Ana, actriz que no encuentra su lugar en el mundo de la interpretación, y maestro de Diego, también director de cine de éxito comercial que, pese a todo, sopesa cambiar de trayectoria tras haber sufrido un accidente.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Los Farsantes» que, con texto de Pablo Remón (con la colaboración de Violeta Canals), dirigida por el mismo Pablo Remón y protagonizada por Javier Cámara, Francesco Carril, Bárbara Lennie y Nuria Mencía, nosotros hemos podido ver en la Sala Valle-Inclán del Teatro Valle-Inclán, sede del Centro Dramático Nacional, en Madrid.
En una carta que Sigmund Freud dirige al médico, psicólogo y biólogo Alemán Wilhelm Fliess, aquel le cuenta que está trabajando en una nueva teoría que:
«(…) esencialmente sostiene la tesis de que la memoria no existe de manera simple sino múltiple, registrada en diferentes variedades de signos»
Afirmaba Freud algo así como que las imágenes del recuerdo no son reflejos invariables de la vivencia sino, antes bien, una producción compleja: sometidas a una transformación incesante. Dándonos a entender que los recuerdos no son copias que se mantienen iguales y fieles a sí mismas sino «huellas» que se cruzan y se superponen.
Concibe Remón, tal vez desde un lugar semejante, el de la superposición y la huella o, mejor aún, el del rizoma de las vidas que terminan por auto apropiarse de otras vidas, esta historia de farsantes que fingen lo que no es; que viven lo que no sienten.
Todo, bajo la apariencia de un sustrato más que interesante, podría haber terminado en un buen resultado, pero, honestamente, no sucede así. El efecto con que nos topamos, en este nuevo texto del Premio Nacional de Literatura dramática, es el de la superficialidad: el texto no profundiza ni recala en aspectos de franca hondura; al contrario, se asienta con pasmo en una trama un tanto frágil y trufada hasta de clichés que la apuntalan, en las formas, en una mirada no lo suficientemente reflexiva y un tanto anodina y, en el fondo, en una historia demasiado ingenua y facilona. ¿Sorpresa? Sí. Mucha. Porque desde aquí pensamos que Remón es un excelente escritor y a nuestro juicio de lo mejorcito en la literatura dramática contemporánea en este país. Pero en esta historia, desde luego, no vierte su mejor escritura.
En el texto hay espacio para la autoficción, para el relato en torno al trabajo precario de la interpretación, en torno a la idea de que el destino puede ponerse de nuestro lado si hacemos lo posible por driblar sus acometidas. Se habla del amor, del azar, del show business y, sobre todo, de las relaciones paterno filiales. La figura del padre como la de un galvanizador que hará que cristalicen nuevos vínculos. Todos parecen farsantes ante sí mismos, (el que menos, el padre que ya no está, porque la muerte destruye la idea de la farsa). Los farsantes son los que siguen viviendo y, en la escena/en el simulacro teatral dirigen películas maisntream que no les satisfacen (tal es el caso del papel que interpreta Javier Cámara) o sueñan con ganar un goya (no sabemos si Remón se burla de los premios como hoguera de vanidades; tampoco es que el momento en el que Bárbara Lennie recoge un Goya, tenga demasiado impacto cómico). Por lo demás: hay mucho tópico y todo se mueve en una corriente de insustancialidad (las clases de pilates, las obras de teatro infantil para sobrevivir, la falsedad del brillo de la industria del cine con el retrato también de los astutos y advenedizos que pueblan tal mundo, etcétera).
Si algo es palmario es que no se consigue ese efecto sumatorio de las historias: unas sobre las otras. Todas se quedan a medio gas por mucha voluntad que le echen Cámara, Lennie, Mencía o Carril. Condición necesaria, pero desde luego insuficiente.
Las interpretaciones son correctas y no destacan por recrear una serie de personajes irresistibles, carismáticos o por describir una trama que nos deje pegados a la butaca (y eso que hay más de horas para hacerlo; tal vez, demasiado). Nada de eso. Las escenas funcionan, a menudo, como sketches de apariencia un tanto improvisada (esto obedece a un texto algo empobrecido que anida, demasiado, en el circunloquio poco edificante).
Cámara no termina de redondear su personaje y se apropia de los tics y maneras mil veces vistos en él. Lennie arrastra un tono de amargura que le confiere algo de verosimilitud a su personaje (si no fuera porque, a veces, da la sensación de que no sabe hacia dónde se dirige). Carril, acostumbrados como nos tiene a la mezcla entre lo comedido y el exceso, se deja llevar por ambas direcciones y parece disfrutarlo. Por último, Mencía no termina de convencernos y sus personajes nos resultan un tanto engolados (ya detenten la parte más cómica o más dramática).
Estupendos son, eso sí, los trabajos de escenografía e iluminación que quedan en manos de Mónica Boromello y David Picazo, respectivamente. Nos parecen muy eficaces y otorgan a la propuesta el magnetismo que se pierde en el texto.
Byung-Chul Hang diría de Remón que, aquí, en «Los Farsantes», el autor se asume, a su manera, en artista Shanzhai. Al igual que en un bazar o mercado, en cualquier ciudad China, uno puede encontrar imitaciones de Iphone llamadas «Iphane» o de «Adidas» convertidas en «Adadis», «Adadas», «Adidos», etcétera, uno siente que Pablo Remón a hecho con esta pieza algo similar sobre su propia marca y que «Los farsantes» es su «Adidos» pues deriva, en una versión libérrima, de otras obras anteriores (nótese «El tratamiento» o «Los Mariachis»). Creatio ex materia, más juguetona, vale, de acuerdo, con su propio encanto, creativa, sí, pero desde luego este «Adidos» está bastante menos logrado.
LOS FARSANTES
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS y 1 PONI (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Quienes acudan buscando a una estrella mediática como Javier Cámara y asocien la propuesta a una comedia.
Se bajarán de este caballo: Quienes no sean capaces de ver demasiada comedia ni acaben muy satisfechos con un texto no muy esmerado.
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FICHA ARTÍSTICA
Texto
Pablo Remón (con la colaboración de Violeta Canals)
Dirección
Pablo Remón
Reparto
Javier Cámara, Francesco Carril, Bárbara Lennie y Nuria Mencía.
Escenografía
Monica Boromello
Iluminación
David Picazo
Vestuario
Ana López Cobos
Diseño de sonido
Sandra Vicente
Ayudante de dirección
Raquel Alarcón
Ayudante de escenografía
María Abad
Ayudante de iluminación
Daniel Checa
Ayudante de vestuario
Cristina Martín
Ayudante de sonido
Benigno Moreno
Alquiler de vestuario
Peris Costumes
Realizaciones
Mambo Decorados y Sfumato Pintura y Modelado Escénicos (Escenografía), Pinelly (Vestuario), Betto García (Sombrerería), María Calderón (Ambientación de vestuario),
Diseño de cartel
Equipo SOPA
Coproducción
Centro Dramático Nacional y Buxman Producciones
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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