En escena, las vidas de diferentes limpiadoras de habitaciones de hotel y sus infortunios en lo que precariedad laboral y luchas por condiciones más justas se refiere.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra Las que limpian que, con texto, dirección e interpretación de Areta Bolado, Noelia Castro y Ailén Kendelman, nosotros hemos podido ver en la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero, en Madrid.
Leída la sinopsis, alguien podría pensar, automáticamente, en un trabajo de dramaturgia y texto o diálogos al estilo, qué sé yo, Paul Laverty: un retrato social sin más concesiones que las propias del dramatismo y la dignidad de las personas. Claro, bien podría ser así con el asunto de fondo: el de las condiciones laborales de las camareras de pisos, las limpiadoras de habitaciones de hoteles. Pero no se equivoquen. Ni siquiera esta descripción elaborada por las propias autoras del texto, y que puede leerse en los programas y dosieres digitales, encaja del todo con el tono de la propuesta:
««Las que limpian» habla de la lucha organizada de las camareras de piso de los hoteles por conseguir unos derechos laborales y sociales justos. Frente a ellas, la avaricia voraz de los propietarios de las cadenas hoteleras».
Sentimos que al público se le hurta cierta parte de la propuesta al encubrir, en las descripciones, la parte más significativa que guarda relación con el tono de la dramaturgia. Un tono que entra, de lleno, en el teatro del absurdo o de la comedia sui generis en el que las camareras de pisos pasan por alejarse de perfiles apegados a la construcción de personajes verosímiles y la apuesta enfatiza el flirteo con lo cómico, con la improvisación, con la creación de personajes que casi podrían haber salido de una historieta de Ibáñez (especialmente el jefe y el político de turno con sus voces y sus aspavientos).
La elección de este tono se aleja del imaginario de su anterior producción en la que, aunque también desde planteamientos no naturalistas, los personajes de «Elisa y Marcela» se tejían con humor y fuerza, dejando la brocha gorda para este nuevo montaje en coproducción con el Centro Dramático Nacional.
Abordar, así, las preguntas que las creadoras, nos dicen, desean formular (¿Es posible revalorizar este trabajo y desligarlo del género? ¿Existe un turismo sostenible? ¿Quién limpia la casa de la limpiadora?) resulta un ejercicio de salto de fe (al intentar creer que lo que vemos en escena sea un intento por conducirnos a tales consideraciones), pues la historia refuerza el subrayado de lo caricaturesco y diluye la responsabilidad de la lectura entre líneas de quienes están sentados, riéndose cómodamente, en el patio de butacas. Solo el paso del tiempo puede convertir la tragedia en comedia, desde luego. Tal vez, que en las televisiones, en la actualidad, no aparezcan las reivindicaciones de las Kellys como ocurría hace unos años, pueda servir para tomar distancia y reivindicar desde la estratagema, legítima, de la humorada. A las creadoras de A Panadería, también hay que decirlo, no se les da mal y saben llevarse al público a su terreno.
En base a la mofa, la risotada y la caricatura/lo grotesco o lo distorsionado, también se puede transitar por los mismos lugares por los que transita el drama, reflejando una realidad aplastante ya sea esta más o menos dolorosa. Estamos seguros de ello. Es importante que el humor sea capaz de irradiar en las grietas que deja el drama, claro. Pero los resortes del humor son muy caprichosos haciendo, a veces de las suyas, al quedarse en ejercicio de pura veleidad. El humor inteligente, el repleto de matices, es el más complejo. Aquí podemos ver ambos tipos: uno más tontorrón y que no remueve nada (como aquel que se ciñe alrededor del jefe y sus motivaciones de psicópata carpetovetónico, que, sí, claro, haberlos hailos) y el humor que se convierte en beligerante, en grito liberador de las reivindicaciones, tan fundamentales, de las que limpian.
Las tres actrices representan diferentes papeles de mujeres que limpian retretes, que dejan las toallitas blancas, colocadas en forma de cisne, en las camas de los recién casados, que se habrán de meter en el cuerpo jornadas propias de un triatleta para hacer las habitaciones en tiempos récord, que se jugarán sus contratos inestables en base a la lógica capitalista del «o rindes o te rindes» (curioso verbo este con acepciones tan paradójicas). Se meten en el pellejo irónico, y cargado de deseos de ser escuchadas, de esas mujeres, (porque en su mayoría son mujeres), que afrontan problemas de salud claramente derivados de la realización de sus tareas. Nótese: espaldas dobladas para recoger las toallas que echamos al suelo, (porque lo hacemos, somos los que tiramos las toallas al suelo de la ducha, sin considerar ese pequeño gesto, indignante, de obligar a alguien a que se agache a recoger nuestras miserias), y cosas mucho peores que las camareras de pisos habrán visto en las habitaciones de hoteles. Son esas mujeres las que habrán de levantar pesos y hacer giros infinitos de muñecas, rotaciones propias de un Rafa Nadal en el tenis, salvando las distancias de lo que cobran. Son ellas las que sufren el síndrome del túnel carpiano, por fin reconocido por un juez en 2020 así como la patología tendinosa crónica de manguito de los rotadores (un dolor que afecta en la zona del hombro, propio de ese ejercicio, tan recurrente, de pasar el trapo, en círculos, para limpiar los cristales). Tal vez, podamos pensar en esto cada vez que estemos en una habitación de hotel.
Dicen, en el programa de mano, las creadoras de la obra:
«Hay personas que nunca han limpiado un váter y hay otras que limpian quinientos al mes».
Sin duda. Y son las que limpian quinientos retretes al mes, las que se merecen un sistema social solidario y empático (interesado en poner de su parte para reservar en hoteles y establecimientos respetuosos con sus derechos), así como un sistema sindical a la altura y uno judicial capaz de entender que sus voces, sus luchas, no son meras proclamas ni son solo frases para pancartas y deben ser escuchadas y, si procede, las leyes deben ser modificadas.
Yo, de entrada, que no soy juez, pero sí ciudadano, dejaré de tirar la toalla (al suelo del baño de cada habitación de hotel que visite). ¿Y tú?
LAS QUE LIMPIAN
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS y 1 PONI (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Quienes busquen un teatro, por momentos, con humor de brocha gorda y otros de humor más elevado y con trasfondo de reivindicación social.
Se bajarán de este caballo: Quienes encuentren que el tono de mofa y sainete diluye el mensaje de fondo.
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FICHA ARTÍSTICA
Texto y dirección
Areta Bolado, Noelia Castro y Ailén Kendelman.
Reparto
Areta Bolado, Noelia Castro y Ailén Kendelman
Escenografía
Beatriz de Vega
Iluminación
Del Ruiz
Caracterización y vestuario
Esther Quintas
Música original
Ailén Kendelman
Apoyo dramatúrgico
Paula Carballeira
Asesoría Lingüística y traducción al castellano
Rosa Moledo
Ayudante de escenografía
Daniela Rodas
Asesoría de movimiento
Clara Ferrão
Realizaciones
Beatriz Novas y Marta Ferrer (Vestuario) Sara Rodríguez (Ojo mágico)
Fotografía
Leticia T. Blanco y Pilar Abades
Diseño de cartel
Equipo SOPA
Coproducción
Centro Dramático Nacional y A Panadaría
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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