Con una antología de sus mejores números, o al menos los seleccionados por ellos, desembarcaban Les Luthiers para estar tres noches en la capital tras una larga ausencia de gira.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la propuesta «Viejos Hazmerreíres» que nosotros pudimos ver en el Palacio de Congresos de Madrid.
Podemos decir, sin temor a errar, que el espectáculo con el que pasaron por Madrid (llenando cada noche el importante aforo del recinto), era un show pensado claramente para fans irreductibles (que deben de ser los que vienen después de los fans incondicionales). Estamos ante un espectáculo recopilatorio en el que desfilan por escena una serie de sketches o cuadros que han formado parte del dilatado repertorio de la compañía (humorístico/musical). Todo estructurado en una trama que trata de vincular las diferentes escenas (no siempre con demasiado acierto) por medio de un programa radiofónico como hilo conductor de la historia.
El fallecimiento de dos de los integrantes de la compañía (Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock en 2015 y 2020, respectivamente) obligó, además de a un necesario luto, a replantear la estructura y a dar entrada a nuevos miembros. Solo los íntimos seguidores de Les Luthiers podrán ponderar si la calidad mermó. Nosotros nos apegaremos a lo que vimos y al humor (seleccionado) del repertorio que trajeron en su gira a Madrid.
La duración de la propuesta alcanza las dos horas en un escenario que restaba intimidad. El escenario parecía demasiado grande para los números que se ofrecieron. La escenografía, mínima. Más allá de los instrumentos, marca de la casa, con los que los intérpretes aparecían de cuando en cuando en escena. El resto: un par de sillas, un atril, una mesa. Sencillez. De acuerdo, la apuesta estaba en los relatos, en la humorada; en la palabra, los gestos. Considerando algunos de los números, las risas eran bastante parcas, nostálgicas. Poca carcajada. De hecho, en gran medida, la mayoría de los números eran tan blancos y neutros, tan trasnochados e ingenuos que parecían no responder a una evolución, como si habitasen en una burbuja en el tiempo. Entendemos que se trataba de un recopilatorio, pero incluso una buena recopilación debiera ser más actualizada. Muchos de los sketches bien podrían ser revisados para formar parte de algún tipo de expurgo.
Comenzando por el primero de ellos, el de Las majas del bergantín: tan insulso como incomprensible en ese humor que no sabe desprenderse de la mueca y la mofa hacia los amanerados. Las risas ni procedían. ¿Se imaginan un recopilatorio en el que Martes y Trece recuperasen su número de mofa a una mujer violencia de género? No era un caso semejante, pero, salvando las distancias, las risas en torno a los aspavientos de la pluma de uno de los personajes resultaban del todo desafortunadas. Pues así, abrían boca. Luego, Radio tertulia como vertebradora de todo lo que iría sucediendo, llegaría a convertirse en artefacto un tanto machacón por el número de veces que se repetían las dos palabras: Radio tertulia.
Los números que, subjetivamente, más gracia nos hicieron fueron algunos relacionados con un grupo de pop británico (London Inspection) o el de la Receta postrera en el que dos ancianas se enzarzaban por ver cuál de las dos contaba con la mejor receta en medio de un número musical bien trabajado, con estupendo ritmo y carisma.
Abalados por un buen número de premios (recibieron la máxima distinción que otorga el Congreso de la República Argentina: la ‘Mención de Honor Diputado Juan Bautista Alberdi’ y la ‘Mención de Honor Domingo Faustino Sarmiento’, además el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2017, por ser un “espejo crítico y un referente de libertad en la sociedad contemporánea”), absolutamente legítimos, nosotros, vistos los números que ofrecieron en esta compilación con la que recalaban en Madrid, no terminamos de entender dónde está la crítica o la libertad, como referente, en un conjunto de piezas desprovistas de cualquier parentesco con los asuntos que acucian a la humanidad. La violencia, la desigualdad, la intolerancia, la justicia social, los ascensos de las políticas ultraconservadoras, los avances tecnológicos, el cambio climático. Nada de eso comparece como tal en sus críticas y se hace imposible una reflexión siquiera de sus alrededores. Todo es demasiado blanco, neutro o gris como para destacar la mordacidad suficiente, una cordura que apabulle desde el humor en alguna de las escenas (falta un buen pellizco más de sustancia). Pero, mire usted, hay gustos para todos.
Lo que más nos sorprendió fue la falta de riesgo del espectáculo que se acomodaba en fórmulas un tanto pasadas de moda, en absoluto actualizadas a los tiempos que corren, como si uno pretendiese que un incunable pudiese ser tomado como objeto del que extraer reflexiones contemporáneas. Y nadie le quita el valor a un incunable, desde luego, pero hasta hoy en día los incunables pasan por un ejercicio de digitalización.
Nos quedamos con el trabajo de las partes musicales, tal vez porque evidencian un mayor esfuerzo, aunque, debemos reconocer que Viejos hazmerreíres cumple con una parte de su título pues su humor, para quien lo encontrase, sin duda estaba aferrado a un pasado, a una nostalgia, a unas épocas o momentos en los que quizá generasen viejas carcajadas.
A nosotros nos costó verlo más allá de una pieza para fieles, para admiradores, pero no para la adhesión de nuevos adeptos.
LES LUTHIERS (VIEJOS HAZMERREÍRES)
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Fans irreductibles de la compañía.
Se bajarán de este caballo: Nuevos adeptos que no se sentirán demasiado atraídos por una fórmula trasnochada y poco mordaz.
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FICHA ARTÍSTICA
Textos, música, arreglos y dirección: Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Carlos Núñez Cortés, Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich
Actúan: Roberto Antier, Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Tomás Mayer-Wolf, Martín O`Connor y Horacio Tato Turano.
Alternantes: Pablo Rabinovich y Santiago Otero Ramos
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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