Un matrimonio, que va a tener un hijo, se reúne a cenar con la hermana y el marido del futuro papá. Allí estará presente, también, un amigo de la infancia. El futuro papá se adelanta a la llegada de su mujer a la que esperarán para cenar, pero mientras tanto, surgen varios temas de conversación de lo más variado. Uno de ellos acerca de qué nombre le van a poner al niño que esperan.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «El nombre» que, con texto original de Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte y con versión y dirección de Daniel Veronese, nosotros hemos podido ver en la Sala Nave 73, en Madrid.
Que el teatro y el cine son vasos comunicantes queda demostrado por el cada vez más frecuente traslado de textos teatrales a los rodajes cinematográficos. Es el caso de esta obra que aquí comento, puesto que en primer lugar nació como texto teatral y, dado su éxito, saltó al cine en su país de origen, Francia. Los dos dramaturgos que responden a su autoría han cerrado, hace solo unos meses, un contrato de exclusividad para desarrollar ideas y guiones con la firma de la industria cinematográfica francesa Pathé. Todo un logro.
Acudí buscando, en esta obra, el aliento de una buena comedia. Tal vez con la idea en la cabeza de otras similares como «Un dios salvaje» (llevada al cine por Polanski) con texto teatral original de Yasmina Reza. La idea parecía similar en las formas y en el fondo: un solo espacio, con un tiempo cronológico realista que no establece ninguna ruptura en forma de flashes del pasado, sucediendo todo en el interior de un apartamento. Eso en cuanto a un esquema de estructura formal. En cuanto al fondo: una conversación aparentemente civilizada que se retuerce hasta terminar en autorevelaciones previo paso por cierto nivel de fricciones. La de Yasmina Reza se aparta de «El nombre» y toma otros derroteros desde el genérico «las apariencias engañan» como sustrato de la trama. Sí. Porque «El nombre» tiene comedia, claro, pero es mucho más tontorrona que mordaz. Suena más a rabieta aburguesada complaciente que a indisimulado reventón de costuras que es «Un dios salvaje».
Los cinco personajes que se dan cita en «El nombre» parecen salidos de una cena de picoteo de un anuncio de cremas Président, pero cambiando el queso por unos platos morocco style, un barrio francés por uno español y soportando todo el andamiaje de la propuesta textual en una consigna como directriz: la de «guárdame el secreto» o, «guárdame de los secretos». Si se preguntan por uno de ellos, el secreto/misterio del nombre que el futuro papá va a poner a su hijo, lamentamos decirles que el cartel de la obra, un chupete con la tetina representando una famosa cara con bigotillo que no es Chaplin, resolverá la incógnita mientras esperan para entrar a la sala. Pero no se preocupen porque lo del nombre del bebé que está por venir es solo un pretexto. O un MacGuffin, que diría Hitchcock. La conversación en torno a lo del nombre da juego una primera parte de la obra dejando paso, a continuación, a una cascada de fricciones de pareja y entre amigos y a un caudal de autorevelaciones que girarán en torno a otra órbita muy diferente. Así, podemos observar dos partes diferenciadas en la pieza que tratan de engarzarse, como pueden, mediante el nexo común de la amistad compartida y de las lealtades invisibles. La historia, que podría pensarse como comedia, avanza al mismo tiempo por los raíles del drama en lo que concierne a decepciones que unos y otros van poniendo sobre la mesa.
Como fórmula, en términos de teatro comercial, pensado para convocar a un público de amplio espectro que se pueda identificar con alguno de los caractéres de cada personaje, funciona. No hay duda. Tenemos a Elisa ( la actriz Gloria López) encarnando al ama de casa que ha arrinconado su vida y ha apostado por el papel de esposa y madre abnegada hasta que explote ( el tiempo que la mujer se pasa en la cocina, en esta obra, resulta realmente obsceno); a su marido, Pedro (el actor José Luis Chavarría) que delegó en su esposa el cuidado de los niños y las tareas de logística doméstica: un tipo educado, instruido y, al mismo tiempo, una suerte de patán que no llegaría muy lejos sin una mujer que le sirva de cortafuegos. Luego, la pareja que espera el bebé. Uno de ellos, Vicente (que interpreta Manuel Morenza), hermano de Elisa. Vicente es el más cínico del grupo, el provocateur que se pasa de la raya a conciencia. Primero dispara y luego pregunta. Una suerte de amargado que trata de ocultarse/sepultarse bajo capas y capas de prepotencia y falsa seguridad en sí mismo. Vive con una mujer cuyo temperamento parece el más desdibujado de todos los personajes, Ana (la actriz May Pascual), pues su rol parece pintado con brocha gorda y solo comprensible como ligero contrapunto. De hecho, las dos mujeres de la historia, ocupan papeles ciertamente periféricos, excepto el momento en que Elisa suelta un poco de bilis por la boca en el tramo final. Por último, el amigo de la infancia del grupo: Claudio (papel en manos de Orencio Ortega). Tipo de costumbres serenas, de trato más calmado, conciliador en su tono y con la capacidad de adaptarse al entorno (aunque su personaje nos deparará la verdadera intrahistoria de todo el meollo en la segunda parte de la trama).
De este reparto solo me convencen Ortega y Chavarría (que, leídos así, parecen el nombre de un bufete de abogados o arquitectos). Los dos tienen el foco de la historia y regatean bien con las hechuras de sus personajes. No me convence Morenza, especialmente en esa insolencia y tono tan calculado. Su voz y sus gestos terminan por hacerse demasiado pesados y debilitan, antes que ayudar, a la hora de progresar en una construcción no monótona de su personaje. Falla a la hora de encontrar una mezcla entre lo chabacano y lo mordaz y buena parte de su texto, particularmente los comentarios misóginos y homófobos, subrayan demasiado un perfil que se hace detestable demasiado pronto. Las dos actrices no destacan demasiado: amagan en sus roles, pero no concitarán facilmente el interés del público en una función cuyos diálogos, gestos, aspavientos y tramas recaen en los tres actores. De hecho, molesta un poco la pobreza con la que las dos mujeres son retratadas, periféricas, en esta historia: una como confidente traicionada que parece pasarse más tiempo en la cocina que en escena y la otra una mujer con más carácter, pero actuando a modo de madre de su propio marido.
Que falta nos hace la risa. En este texto hay inteligencia, mordacidad, agilidad, pero también, y pese a su brevedad, un engranaje de bola de nieve demasiado obvio y un tanto machacón en lo que a afloramiento de secretos se refiere.
¿He aquí una comedia desvistiendo al drama para vestirse a sí misma o, al revés, un drama que se viste desvistiendo a lo que debería ser una comedia? Juzguen ustedes.
EL NOMBRE
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Quienes acudan al calor de una comedia ligera sin demasiado poso.
Se bajarán de este caballo: Quienes no acaben de pillarle el punto a las historias que se sustentan en la revelación de secretos.
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FICHA ARTÍSTICA
DIRECCIÓN Y VERSIÓN
Daniel Veronese
TRADUCCIÓN
Gretel Stuyck
REPARTO
Vicente: Miguel Morenza
Elisa: Gloria López
Pedro: Jose Luis Chavarria
Claudio: Orencio Ortega
Ana: May Pascual
DISEÑO DE ILUMINACIÓN
Macarena Marquez
DISEÑO GRÁFICO
Manolo Cuervo
DISEÑO ESCENOGRAFÍA
Diagrama Diseño SL
DISEÑO Y REALIZACIÓN DE VESTUARIO
Paco Cañizares
FOTOGRAFÍA
Luis Castilla
IMPRENTA
Textos y Formas
MATERIAL AUDIOVISUAL Y SONORO
Uvedos
JEFA DE PRENSA
Silvia Espallargas
PRODUCCIÓN EJECUTIVA
May Pascual
AYUDANTE DE PRODUCCIÓN
Rosario Almeida y Teresa Arboli
DISTRIBUCIÓN
Elena Shaposnick y GLORIA LOPEZ PRODUCCIONES
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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