LARSEN C. Repito, luego existo

Siete bailarines despliegan en escena una danza repetitiva y en apariencia monótona destinada a ser observada como reflejo de lo que acontece en el propio ciclo humano o de la naturaleza: donde la repetición conduce a la evolución.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la pieza «Larsen C» que, con concepto, coreografía y dirección de Christos Papadopoulos, nosotros hemos podido ver en el marco del Festival de Otoño 2021 en los Teatros del Canal, en Madrid.

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Podríamos afirmar que todo ser humano (o, mejor, todo ser viviente), termina por ampararse en la repetición para sobrevivir. Es un hecho. La naturaleza es repetitiva, cíclica, y hay un aprendizaje directo y atávico en los seres vivos que nos ha hecho comprender que solo si repetimos nuestros comportamientos y solo observando esas repeticiones, en nosotros y en los demás, podemos formar civilizaciones, una cultura. La repetición trae consigo, además, un ahorro de energía a nuestra psique: el de automatizar ese enjambre o esa cascada de gestos, acciones, hábitos que salen automáticamente y nos permiten avanzar. Repito, luego existo.

En nuestro aprendizaje y en nuestra existencia hay una infinidad de pequeños cambios que obramos a diario y que llevan a otros cambios mínimos y estos a otros cambios mínimos, que sucesivamente, nos permiten evolucionar, progresar, avanzar.  No sabemos si en este tipo de actos, cuasi atómicos, repararía el director griego Papadopoulos para lanzarse a componer la coreografía de la que aquí hablamos. En el fondo, está claro que algo de eso hay en su pieza que dice tener como detonante de su poética a ese colosal iceberg llamado Larsen C: uno de los bloques de hielo más grandes de la historia, 5.800kms cuadrados, que se desprendió en la Antártida. Antes de escindirse, logicamente, ese vasto trozo de hielo fue componiendo su crónica de un desprendimiento anunciado y fotografiado, entre otros, por el satélite MODIS de la NASA. Si observasemos el día a día de la separación gradual de ese enorme bloque de hielo, veríamos eso que antes comentaba: la infinidad de los pequeños quiebres, rupturas, cambios que obran para que se produzca un cambio mayor, ese efecto irradiación multiplicante de lo cotidiano. (De hecho puede observarse aquí una muestra de cómo Larsen C se ha ido separando desde 2014 a 2017, fruto del trabajo de investigación del Proyecto MIDAS, del gobierno del Reino Unido).

larsen-C-Papadopoulos-©Pinelopi-Gerasimou3

Papadopoulos parece querer escudriñar en esa concatenación o ceremonia de los actos mínimos, atómicos, desde un lugar minimalista, empleando a sus bailarines como caja de resonancias que vibran con arreglo a unos bpms que suenan (antes que con arreglo a un trabajo de iluminación). La coreografía está formada por variaciones continuas, por una sucesión de pequeñas reacciones en cadena que resultan en una cadencia sencilla, un tanto monótona y, finalmente, no del todo eficaz. La metáfora parece tractiva, la de Larsen C, claro, pero digamoslo con claridad: la coreografía no se soporta sobre ese andamiaje más allá de una declaración de intenciones en un programa de mano que acompaña la propuesta. En escena, la perturbación que se pretende alcanzar con variaciones del ritmo, de las trayectorias de los cuerpos, con esta coreografía herziana, se queda en zarandeo y sencilla armonía vibratoria. No más.

El director dice:

«Quiero que mi trabajo refleje el movimiento interior de la condición humana, ya sea en un impulso abstracto o en un simple gesto. Un movimiento que parte de lo humano y vuelve a él».

Y me resulta injusto no elogiarle el desiderátum, pero sí, es más que justo enmendarle el resultado final: no cumplido. Estamos ante una danza de falso positivo. En el negro sobre blanco, la idea se sostiene. Condición necesaria, pero no suficiente puesto que, en escena, la coreografía no aprehende la riqueza sugestiva de lo que se deseaba expresar.  Algo parecido a lo que ocurre con ese famoso síndrome de la vibración fantasma, ya saben: cuando sentimos que nos vibra el movil en el bolsillo, pero, en realidad, el aparato no está allí. Cuando sentimos que la idea era buena en el programa de mano, pero, en realidad, nunca saltó al escenario.

LARSEN C

PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes confundan apellidos: Papadopoulos con Papaioannou.

Se bajarán de este caballo: Quienes estén más atentos a los matices de los apellidos de coreógrafos griegos.

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FICHA ARTÍSTICA

Director: Christos Papadopoulos
Concepto y coreografía: Christos Papadopoulos
Música y diseño de sonido: Giorgos Poulios
Elenco: Maria Bregianni, Chara Kotsali, Georgios Kotsifakis, Sotiria Koutsopetrou, Alexandros Nouskas-Varelas, Ioanna Paraskevopoulou y Adonis Vais
Dramaturgia: Alexandros Mistriotis
Escenografía: Clio Boboti
Diseño de luces: Eliza Alexandropoulou
Diseño de vestuario: Angelos Mentis
Fotografía: Patroklos Skafidas y Pinelopi Gerasimou
Asistente de coreografía: Martha Pasakopoulou
Asistente de escenografía: Filanthi Bougatsou
Encargado de iluminación: Stavros Kariotoglou
Técnico de escena y sonido:  Michalis Sioutis
Técnico de escenario:  Michalis Sioutis
Producción: Rena Andreadaki y Zoe Mouschi
Tour mánager: Konstantina Papadopoulou
Distribución internacional: Key Performance

Un proyecto de Christos Papadopoulos // LEON KAI LYKOS
Producida por Onassis Stegi- Athens (GR)
Con el apoyo de la Fondation d’entreprise Hermès en el marco del Programa New Settings

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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