BROS. Progresar y castigar.

Un grupo de hombres, uniformados de policía, representan en escena diversos cuadros y coreografías en las que se pondrá de manifiesto la obediencia, sumisión y violencia que han engendrado, hasta el paroxismo, las sociedades occidentales contemporáneas. 

Este podría ser un intento de sinopsis de la pieza «Bros» que, concebida y dirigida por Romeo Castellucci,  con dramaturgia de Piersandra Di Matteo, nosotros pudimos ver dentro del Festival de Otoño 2021, en el espacio Condeduque, en Madrid.

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Para seguirle la pista al rastro de la violencia en la humanidad, uno puede acudir al Paleolítico o, mejor, al Neolítico, que es cuando esta parece más frecuente a la luz de los hallazgos e investigaciones. El paso de una economía predatoria a una productiva y el sedentarismo, el calentamiento climático, la explosión demográfica o incluso los cambios religiosos (pues las deidades femeninas se reemplazarían por las masculinas al final del Paleolítico), serían los detonadores de la violencia en aquel período. Es irse demasiado lejos, lo sé. Castellucci renuncia a remontarse a los confines de la humanidad y trata de situarse en momentos más próximos en una escala temporal histórica. No acude, siquiera, a la antigua Grecia, en la que la palabra violencia se vinculaba estrictamente a los héroes como una cualidad estimada socialmente. Heráclito decía que «la violencia es el padre y rey de todo». No le enmendaré yo la plana a Heráclito pues es él quien dijo aquella maravilla de  que «el orden cósmico más bello es como basura esparcida al azar». De Grecia, tal vez, Castellucci pudo haber bebido del concepto de «Hybris» relacionado con el exceso, la desmesura o el furor. Pero, en «Bros», el autor reconduce su mirada desde el Cristianismo hasta la modernidad. Pienso en un libro, soberbio, de Anthony Burgess llamado «El reino de los réprobos» y recuerdo de él su barbarie; la barbarie que llegó con los primeros cristianos, llevándonos en su novela al Siglo I. Burgess siempre trabajó con la violencia como esquema narrativo (no olvidemos que es el autor de «La naranja mecánica). Y es curioso, porque de una suerte de simbiosis de dos novelas como «El Reino de los réprobos» y «La naranja mecánica», bien podría haber nacido (Foucault mediante con su «Vigilar y Castigar») esta coreografía oscura, dantesca, fabulosa y magnética que acercó Castellucci al Condeduque de Madrid.

Déjenme que solo especule. Porque para eso están las obras sin texto, agarradas a la expresión simbólica como la presente obra del autor de Cesena. Como Italiano, se comprende que Roma y su imperio son un estupendo punto de partida para que Castellucci pueda disertar sobre lo embrionario de los actos violentos institucionalizados. Pero solo es un disparador porque las imágenes son multiplicantes. No tardamos en pensar en el Tercer Reich o en los trajes de Hugo Boss para los uniformes de las tropas nazis.

Todo va in crescendo, en escena, tras un estruendo inicial a modo de aparataje orwelliano que nos taladra el cerebro casi como una propaganda de ruido blanco. Panóptico, he leído escribir a algunos y algunas. Es fácil mentar a Foucault siempre que se habla de los actos de violencia y el poder, representado aquí por los policías: esos que están para defendernos de la violencia ejerciendo, a su vez, otra violencia que disuada la violencia de origen. Como en esa imagen de Escher, «Círculo límite IV», en la que uno no sabe si está viendo ángeles o demonios. Los dos al unísono. Pero, pese a todas estas referencias que yo especulo, hay una que pesa sobre todas las demás: la de los experimentos en torno al rol de la obediencia y la autoridad de Stanley Milgram del año 1961 (catorce años antes de la escritura de «Vigilar y Castigar» de Michel Foucault). 

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Milgram y su famoso experimento, se convirtieron en toda una institución en el campo de la psicología social en unos momentos en que ya se habían celebrado los Juicios de Nuremberg y se había juzgado a Eichmann y parecía interesante escudriñar acerca de los actos de obediencia debida, los argumentarios del tipo «yo solo cumplía órdenes» y todo eso que, desde la psicología social, acabaría siendo conceptualizado dentro de la categoría de «sesgos de conformidad».  A ver, los y las ciudadanas de aquel entonces, (años sesenta) ya no vivían en el Neolítico, ¿verdad?, sino en sociedades industrializadas, de progreso y lo que estaba a punto de ponerse sobre la mesa, (o ya se había puesto, en realidad) era el siguiente aserto: el progreso, tenía sus claroscuros, y podía contribuir a que contásemos con métodos más sofisticados para la tortura, el crimen y el horror humanos.

Castellucci habla abiertamente, sin citar a Milgram, de un esquema experimental similar al que tuvo lugar en Yale en el 61. Dice el italiano, acerca de cómo está planteada la estructura de su propuesta:

(…) Para empezar, la acción requiere de la participación de un grupo de unos 15 hombres, que son diferentes en cada función, y que son los protagonistas absolutos de la obra. No tienen que ser necesariamente actores; es más, es preferible que no lo sean para evitar la astuta y ejercitada improvisación del actor profesional. No hay ensayos. Unos minutos antes del inicio del espectáculo, cada uno de los hombres participantes recibe un uniforme de policía estadounidense de los años 40 y unos auriculares inalámbricos. Cuando empieza la función, reciben en tiempo real una serie de instrucciones específicas e individualizadas. Cada policía debe cumplir escrupulosa y fielmente las instrucciones que se le dan, según los términos del protocolo que han aceptado. No tienen texto, solo acciones.

Y no deja de recordarnos a los estudios sobre los límites de la obediencia de Milgran y los análisis sobre la conformidad.  

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Ahora bien, considerando que podría seguir debatiendo y elucubrando sobre referentes de base, haciendo mis erudiciones (siempre induciarias) por el gusto, sin más, de la exhortación intelectual a la que me ha llevado «Bros», creo que es momento de pasar a otros aspectos de la obra que suceden en otro plano, no en el intelectual: el coreográfico y estético/simbólico. Es ahí donde Castellucci echa el resto. El despiegle, hiperrealista por momentos, en escena es lo que apabulla. Ver a todos esos hombres uniformados, en ocasiones fingiendo que disparan, que cercan al público, simulando torturas, eleborando cuadros artísticos como si fuesen un equipo de natación sincronizada fuera del agua, portando cadáveres, paseando, incluso, a un perro adiestrado, etcétera, no puede dejar a nadie indiferente. Si nos preguntamos por la belleza que aquí resuena, podría responderse que se trata de una basada en una extraña mezcla de lo hermoso y lo grotesco (como grotescos eran los motivos que decoraban el Palacio del emperador esteta Nerón).

Castellucci parafrasea teatralmente a Rembrandt con su lección de anatomía y se concentra en su lección de violencia amparándose en esa misma sujeción estética y corporalidad del pintor de Leiden, arropado por un color que predominará en su paisaje escénico: el negro. Siempre el negro como baluarte de esta fábula de las soberanías sometidas.

Negro y rojo de la sangre fingida que salpica en algunos momentos la escena.  Ya sabemos que, cuando uno desea obtener el color negro fruto de una mezcla de colores, puede emplear varias combinaciones: rojo, azul y amarillo. Amarillo y morado. Una parte de rojo y dos partes de verde, etcétera. Es esta la metáfora vertebradora que yo encuentro en esta cuento incómodo, en este lienzo que se lía, a la cabeza, la manta del alfa y el omega, el huevo y la gallina, el progreso y la destrucción, la obediencia y la violencia. Y sale airosa por su abrumadora belleza intríseca, por su capacidad de erigirse en ritual baudrillaresco como signo de nuestros tiempos. La violencia puede ser una coreografía barroca. La barbarie puede ser un simulacro. Progresar y castigar (remendando el título del famoso libro de Foucault «Vigilar y castigar»). El progreso, que, sí, puede ser de color negro, pero que no deja de obtenerse mezclando colores tan vivos como el naranja, el morado y el verde. Asi como os lo cuento, hermanos

 

BROS.

PUNTUACIÓN: 5 CABALLOS (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes gusten de las fábulas baudrillarescas hermosas y grotescas.

 

Se bajarán de este caballo: Bajarse de este caballo no debería ser una opción. 

 

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FICHA ARTÍSTICA

Concepción y dirección : Romeo Castellucci

Música : Scott Gibbons

Dramaturgia : Piersandra Di Matteo

Lemas : Claudia Castellucci

Con los policías Valer Dellakeza, Luca Nava, Sergio Scarlatella

Asistente de dirección : Filippo Ferraresi

Director técnico : Eugenio Resta

Técnico de escena : Andrei Benchea

Técnico de luces : Andrea Sanson

Técnico de sonido : Claudio Tortorici

Responsable del vestuario : Chiara Venturini

 

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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