15 de enero de 1968, el valle del Belice, Sicilia: un terremoto deja más de 500 muertos y los pueblos de todo el valle destruidos. Después llegará la lenta recosntrucción y recuperación material y humana. Con el paso de los años, el antiguo pueblo acogería a grupos de jóvenes con sus raves o a uno de los más pujantes festivales de teatro de Italia. Todo en torno a las ruinas contribuyendo a revitalizar el paisaje y el paisanaje
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «El libro de Sicilia» que, con texto y dirección de Pablo Fidalgo, nosotros hemos podido ver en la sala de La Princesa del Teatro María Guerrero, en Madrid.
Cuando uno mira una de las fotos de ese paisaje psicogeográfico de Gibellina Vecchia, el Cretto, reconstruido artísticamente por el prolífico Alberto Burri, parece estar viendo esa composición de la Cidade da Cultura de Galicia que ideó Peter Eisenman con forma de vieira vista desde el aire. El Cretto se muestra, a vista de pájaro, como un laberinto, como una especie de territorio empaquetado (si nos ciñésemos a la voluntad artístico performativa de creadores como Christo y Jeanne-Claude). Gibellina (la vieja, no la nueva) es otra Pompeya. Pero menos famosa. Yacen allí los recuerdos de una vida, de las vidas de quienes sucumbieron ante el terremoto. No hay casa, ni hogares, ni nada: solo un conjunto formado por hormigón blanquecino que parece querer esgrimirse como herida en la tierra que tembló en el año 1968. El sur de Europa como trasunto de la Europa abandonada a su suerte o su desgracia. Hay un puñado de reflexiones en la obra que parecen interesantes, al menos sobre el papel (que, casi, todo lo aguanta): La reflexión sobre cómo salir adelante desde las ruinas y la miseria; la idea de escoger una ubicación como paradigma de la resistencia. ¿Qué significa hoy hacer memoria, reconstruirse o renacer? ¿Cómo nos define la geografía donde vivimos? ¿Qué puede hoy el teatro? ¿Qué puede hoy el Mediterráneo? Estas últimas preguntas no dejan de ser además de una mera abstracción, una suerte de reducción extrema a lo simbólico, a lo conceptual. Entendemos así el texto de Fidalgo: una prosa abstraída y extraída de lo real jugando con lo periférico, encontrando en lo periférico su esencia. Tal vez debamos concebir su pieza como otra cosa que no es teatro. Un largo poema asonante, un ejercicio de narración revestida con imágenes, silencios y epopeya blanda.
Sobre el escenario, al principio, en una primera parte, un actor y una actriz que parecen salidos, deliberadamente, de una película de Rossellini infantilizado: dos cuerpos y dos voces jóvenes extraviadas, confusas, indecisas y, a su modo, también voluptuosamente martirizadas. Dos personajes enajenados de lo real, que parecen dos escapados de un coro griego no deseandopermanecer indiferentes ante la tragedia. Pero, en cualquier caso, así se apuntalan: indiferentes, o un tanto pusilánimes. Dos jóvenes que bailan y se conocen en una Rave, que tiene lugar en la vieja Gibellina, mientras sus voces en off reverberan soltando pequeños espumarajos de efervescente poesía made in Loewe, made in Adonais. No se ve con desagrado, pero flota en el ambiente esa sensación de teatro/lectura dramatizada instagrameable. Tal vez, escrito, negro sobre blanco, permitiese otro análisis.
La segunda parte es para un actor, Nicolò Stabile, que se planta en escena con su único relato: el del testimonio. Viene a contarnos que él sobrevivió al terremoto del 68 en Gibellina. Y le escuchamos respetuosamente, sin más. Pero no nos sacude nada. Con su aspecto de Foucault derrotado y excesivamente sartreano, meditabundo, esperamos que llegue ese momento en que sintamos que Gibellina ha dejado se ser una anécdota para connvertirse en categoría. Ese momento en que sintamos que todo el relato se puede asociar con un arquetipo universal antes que local. (No, por favor, reminiscencias con lo que está ocurriendo en la Isla de La Palma, no. Por favor).
En fin, sí, lo han adivinado: eso que esperábamos, no llega nunca. La épica que había, como en un suflé mal cocinado, termina por venirse abajo trasmutada en anticlímax. Nos falta un mayor y mejor contexto. Italia, año 68. Más allá del terremoto en Gibellina, ¿hacia dónde iba el país? Qué otros terremotos sociales y políticos sucedían en aquellos momentos. Sicilia, como la isla que es, parece estar aquí emancipada, desmembrada y desconectada del resto de Italia. Roma parece quedar en otra órbita muy lejana. Sicilia se convierte ya no en isla sino en burbuja. El Sur como única metáfora y símbolo de la Europa vaciada/viciada. ¿Y qué más? ¿Nos afecta de algún modo la historia documentada de esta localidad italiana? ¿Nos importa? ¿Logra el autor/director su trasferencia al espectador desde su mirada intrasubjetiva de unas experiencias en Sicilia o se queda todo en una crónica poetizada de un momento tan concreto que termina por revelarse insignificante? ¿De veras uno puede ver aquí alguna relación con la problematica de las migraciones y el mar Mediterraneo? ¿Frente a un terremoto acaecido en el año 68? Pues eso. Prego.
De las dos largas estrofas en que se divide este poema en prosa llevado a lo teatral, nos quedamos con la primera parte. Por articular un discurso más interesante y fabulado. Nos quedamos, también, con las canciones. Debo señalar que iba al teatro caminando y escuchando música y que justamente antes de llegar a la sala, en mis auriculares sonaba el disco Combattente de Fiorella Mannoia que tiene una maravillosa versión de La cura de Battiato. Fue una agradable sorpresa escuchar ese tema cantado en directo, en la sala, durante la obra, gracias al espacio sonoro y musical de F.M. Fortuna.
Tal vez como fábula poética y sísmica leída tranquilamente en un libro, en el sofá de casa, al calor de un té y unos cannoli sicilianos, hubiésemos hecho otros hallazgos. Pero como pieza teatral, «El libro de Sicilia» nos recuerda más a esas capas de hormigón blancas que Alberto Burri colocó en el Cretto para salvaguardar artisticamente una ruinas. Unas capas que, si ahora visitásemos Gibellina Vecchia, veríamos que ya han perdido toda su blancura y diríamos que han adquirido un más que evidente tono grisáceo.
EL LIBRO DE SICILIA
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre cinco)
Se subirán a este caballo: Quienes hayan visitado Gibellina y quieran repasar su álbum de fotos nostágicas. También los fans de los ejercicios «teatrales» alambicados y poetizados.
Se bajarán de este caballo: Quienes se pregunten: ¿En serio aún no he estado en Gibellina en una rave o viendo as Troyanas en su festival de Teatro? Ma… ma come è possibile
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FICHA ARTÍSTICA
Texto y dirección
Pablo Fidalgo
Dramaturgista
Lázaro Gabino Rodríguez
Reparto
Cecilia Arena, Lautaro Reyes y Nicolò Stabile
Escenografía, vestuario y vídeo
Cecilia Molano
Iluminación
Paloma Parra
Espacio sonoro y música
F.M. Fortuna
Fotografías en la pieza
Ángela Bonadies
Colaboración artística
Amalia Area
Ayudante de dirección
Matteo Binci
Ayudante de escenografía y vestuario
Almudena Bautista
Profesora de castellano
Nuria Heras
Traducción de video
Lucía Martínez Pardo
Fotografía
Luz Soria
Tráiler
Bárbara Sánchez Palomero
Alumna en prácticas
Carla R. Cabané (UAM)
Diseño de cartel
Equipo SOPA
Realización de vestuario
Naldi Rodrígues
Producción
Centro Dramático Nacional
Colabora
Istituto Italiano di Cultura di Madrid
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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