LA HERENCIA DE LOS MILLER. Humor de termómetro.

La pareja de una empresaria de éxito, con quien está a punto de casarse, descubrirá on oscuro secreto del pasado de la familia de su prometida. Todo ello generará una serie de enredos y aspavientos que pueden afectar a la futura boda y a sus planes de tener descendencia porque el secreto del pasado familiar guarda relación con algo hereditario.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «La herencia de los Miller» que, con dramaturgia y dirección de Carlos Zamarriego, e interpretada por Ángel Velasco, Stéphanie Magnin Vella y Edgar Costas, nosotros hemos podido ver en los Teatros Luchana, de Madrid.

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En su libro «Hi Hitler: How the Nazi Past Is Being Normalized in Contemporary Culture», su autor, Gavriel D. Rosenfeld, habla de la tendencia internacional a la representación cambiante del pasado nazi en la vida intelectual y cultural de nuestros días. Para ello, repasa toda una serie de obras históricas, novelas populares, largometrajes, sitios web, etcétera y presume que se han dado cambios notables en cómo ha ido evolucionando la descripción de la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto o la propia figura de Hitler. Podríamos hacer un análisis más reciente y valorar si esa normalización se consigue, en parte y sin duda, gracias a la banalización. Desde «El gran dictador» de Chaplin hasta nuestros días, ha habido, seguro, una transformación. Chaplin abundaba en la imagen ridiculizante del Führer, pero tal vez, después, lo que ha ido llegando, más allá del ejercicio de ridiculizar la imagen de Hitler, ha entrado a formar parte del amplio espectro de la banalización. En su autobiografía, Chaplin escribió que «de haber tenido noticias de los campos de concentración, no habría rodado la película. No podría haber hecho humor a partir de la locura homicida de los nazis”. La crítica no atacó tanto a Chaplin como a otro cineasta, Ernst Lubitsch que rodaría «Ser o no ser». Más, muchas más críticas, se pueden encontrar con relación a aquellas obras que apuestan por el humor en torno al tema nazi como ejercicio de subversión. Algunas funcionan mejor que otras, desde luego. ¿El problema no está en la obra si no en los ojos de quien mira y en sus apreciaciones? ¿Puede alguien ver la película de Lubitsch y sentir que se elogia a Hitler o simplemente evidenciar que se le ridiculiza y desprecia? Pues, mire usted, hay filtros para todos los gustos. Igual que habrá quien escuche los mensajes de la ultraderecha y no se lleve las manos a la cabeza ni le resulten antediluvianos. Entendemos que la voluntad de una obra meritoria al acercarse al nazismo desde el sentido del humor, asume un riesgo: el riesgo de ser cuestionada por su falta de profundidad. El humor debe ser, franca y honestamente, profundo para poder convertirse en una pequeña revolución, que diría Orwell. Si no, se puede caer fácilmente en la banalización. Cuando vemos «Top Secret» sabemos perfectamente que se está ridiculizando al Nazismo. Es evidente o debería serlo para cualquiera. Cuando vemos a Chaplin o  Lubitsch, en las cintas antes mencionadas, también. Cuando vemos un meme de Hitler bailando una canción de música disco, ya no tenemos tan clara la frontera entre la ridiculización y la normalización. El blanqueamiento y la re escritura de la historia, el revisionismo, es uno de los males más teribles de nuestros días. Y debemos estar hipervigilantes. Dicho lo cual (era necesario este exordio, créannos), ¿qué ocurre en «La herencia de los Miller»? Hay humor y el tema se entreteje en torno a las premisas de humor acerca del nazismo. No vemos, en absoluto en la pieza, una idea con demasiada carga de profundidad y este es su mayor problema. El humor puede ser termostato o puede ser termómetro. El que posee valor de termostato es el que posee el valor de cambiar las cosas. El humor de termómetro solo toma la temperatura, escoge un tema y lo deja todo como estaba y la risa se afloja y se tensa, pero nada muta.

La herencia de los Miller

En el terreno de la dramaturgia que compone Zamarriego, nos parece que su idea no pretende banalizar ninguna figura  (estamos convencidos), pero no deja de haber una finísima línea entre la transgresión y la normalización. Sentimos que el texto fluye, mejor en unos momentos que en otros, y que seguramente sobre el papel suene mejor que en escena. Nosotros nos reímos, sobre todo en su tramo central, por el hecho de observar algunos enredos (especialmente el vídeo en streaming que graba la empresaria para sus trabajadores y esa situación que se de da tras beber un poco de chocolate de una taza). Por lo demás, no sentimos que haya un discurso que quiera situarse en un lugar de activismo, de crítica social (más allá de las tiranías de la patronal) y sí evidenciamos una idea pensada para buscar la carcajada, el gag, la mofa sin otras expectativas; observamos el trazo, el arreglo, de unos personajes ora bondadosos, ora naif, ora cínicos, ora titubeantes, siempre caricaturescos, que bien podrían ser tomados como un extraño híbrido entre arquetipos de Billy Wikder y de Woody Allen. Como texto, su primera parte no nos convence y solo en el nudo, algunos momentos, nos parecen cómicos, bien traídos, para terminar, de nuevo, en un final descafeinado.

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En el apartado escenográfico no terminamos de comprender esa especie de malla o red que está en escena y que incluso tapa, un poco, la pantalla en la que se ven unos vídeos. Espacio mucho más que sencillo, ajustado a los medios de la sala y sin otras historias. En lo sonoro, todo es muy mejorable:  músicas metidas con calzador y que solo acaban sonando a exabrupto. Y en el capítulo de la interpretación un balance un tanto desigual. Solo hay momentos, como ya hemos dicho, que los personajes logran interesarnos desde una comicidad no impostada y creemos que no obedece tanto a una buena interpretación como a un ajuste a una parte del texto algo más inspirada. Por lo demás, ninguna de las interpretaciones nos convence por sí misma, pese a las ganas y la voluntad que sí entendemos se les requiere desde la dirección.

Sabemos, por descontado, que la risa debe ser abiertamente inmoral. No se juzga en absoluto ese asunto. El problema es otro: que no hay una carga de profundidad suficiente en esta «La herencia de los Miller», aunque no le falte voluntad y, por momentos, intente jugar la carta clásica de la comicidad haciéndola brotar del desconcierto (concatenando situaciones disparejas que luego se irán esclareciendo). Pero, una cosa es el desconcierto y otra, un concierto en el que los instrumentos principales acaban sonando un tanto desafinados.

LA HERENCIA DE LOS MILLER

PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS (Sobre cinco)

Se subirán a este caballo: Quienes tengan la risa floja.

Se bajarán de este caballo: Quienes no les guste flojear con la risa.

***

FICHA ARTÍSTICA

DRAMATURGIA Y DIRECCIÓN:

Carlos Zamarriego

REPARTO:

Ángel Velasco, Stéphanie Magnin Vella y Edgar Costas

ESCENOGRAFÍA:

Marina Calvo

ILUMINACIÓN:

Pablo Lomba

COMUNICACIÓN:

MareaGlobalCOM

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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