DESPIERTA. Aprender de la pérdida

Una mujer relata en escena algunos episodios de su biografía en un diálogo de ausentes con su madre fallecida, a la que apela y homenajea en la pieza.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Despierta» que, con dramaturgia e interpretación de Ana Rayo y dirigida por Natalia Menéndez, nosotros hemos podido ver en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, en Madrid.

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«Lo que importa no es lo que la vida te hace, sino lo que tú haces con lo que la vida te hace». Esta frase que se le atribuye a Edgard Jackson, literato, bien podría ser una reformulación de alguna sentencia del filósofo griego Epicteto. Partamos de esta frase (y sus resonancias) para abordar el texto que Ana Rayo ha escrito. Nos encaja a la perfección porque lo que la autora e intérprete pone sobre escena es precisamente eso: su biografía y su intento de revisar su vida no solo desde lo que la vida ha hecho con ella sino desde lo que ella hizo con lo que la vida le procuró. Tenemos a una mujer que se abre al público. Que nos relata sus avatares, sus vicisitudes sin ocultar en ningún momento que así como vivió momentos dolorosos, también la vida fue generosa con ella. Rayo parece saber, desde el minuto cero, que lo que va a contar puede ser transformado, por algunos y algunas, en materia prima para el cuestionamiento: la pobre niña rica que procede de familia franquista, pero familia con posibles, quejándose sobre el escenario de un teatro público y mezclando en su drama (turgia) a la mujer activista con la mujer blanca, europea, de familia con pasta. Bueno, digamos que este sería un análisis un tanto superficial (porque a ver si ahora una persona con dinero no va a poder esgrimir argumentos en pro de los derechos humanos, en pro de la erradicación de las desigualdades). Consciente como es de este hecho, la autora e intérprete no renuncia a explicar los matices, a hacernos entrar en su historia con el objetivo de convertirla en inspiradora, catártica.

La obra podría haber bebido, perfectamente, de libros como «Sobre el duelo» una escritura que se  transforma en una carta de amor a su padre fallecido por parte de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. Un relato en torno a la pérdida, estremecedor y emocionante. La muerte y la maldita sensación de impermanencia apropiándose de todo.

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Toda la función podría verse como un ejercicio de trabajo narrativo en torno a un estado avanzado del duelo. Aquel que suele denominarse «acomodación» ( que sucede al de «evitación» y «asimilación») y que guarda relación con el estar siendo capaces de mantener el dificilísimo equilibrio entre recordar el pasado y poner, al mismo tiempo, la mirada en invertir en el futuro que quede por vivir. El reajuste es obligatorio. Un reajuste, sobre todo, emocional. Ese es el juego más fino y delicado. La madre de la protagonista falleció en 2015, tras una largo período de su vida sometida a la casi completa dependencia pues, como nos relatará la autora, su madre sufrió un intento de asesinado por parte de su pareja: un apuñalamiento que la dejó en un estado de severa dependencia tras atravesar un coma.

La madre de Rayo (que se llamaba Luz) está presente en toda la obra de un modo simbólico: en forma de bombillas que se encienden y se apagan actuando estos encendidos y apagados a modo de un proto lenguaje con su hija. (Sí, en efecto, quienes  hayan visto la serie Strangers Things encontrarán la similitud). La presencia materna es rotunda. No se sustancia tanto en un diálogo de ausentes (en forma de un «Cinco horas con Mario») sino que aquí se trata de todo un acto de externalización, de toda una terapia narrativa de re-autoría por medio de la cual hacer presente a la ausente. Nombrar, divulgar, exorcizar, funcionan aquí como elementos de la cura, del auto rescate de uno/a mismo/a. Esto es precisamente lo que más nos gusta: la idea del aprendizaje de la pérdida, de la maduración de lo vivido, del grito liberado que no quiere transformarse en somatización. El acto en sí terapéutico que genera una comunión con el público: «hola, me llamo Ana Rayo y perdí a mi madre. Os voy a contar mi historia». Y el público convertido en un respetuoso auditorio que sabrá hallar correspondencias, concomitancias, conexiones (o no). En esta historia caben un padre que siempre hizo gala de su misoginia y su machismo, una familia extensa obediente a los valores conservadores más rancios en los que la mujer parecía relegada a la cocina, a la casa, una joven recibiendo una educación con posos de desapegada, desprovista de afectos, de una ternura redentora; caben la idea salvífica de la psicoterapia que ayudaría a la protagonista a encontrar asideros, la protesta de la activista que reclama igualdad, buen trato, respeto. La hija que encaja el golpe de la pérdida de una madre (sumada a otras tantas pérdidas en su trayectoria: por ejemplo perder sus ahorros, perder la esperanza).

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Tal vez, la parte que menos nos gusta tiene que ver con aquellos momentos en los que la historia se desvía de su relato para entrar en un apartado más relacionado con el subrayado. Con el énfasis en aspectos tales como la sociedad en qué vivimos, las desigualdades, los machismos, etcétera. No porque este énfasis no sea pertinente, que lo es, sino porque todos esos aspectos ya están integrados en la historia de un modo evidente y, en ocasiones, su subrayado queda un poco redundante. Por lo demás, no vemos nada panfletario, ni oportunista, ni innecesario porque es obvio que el machismo está matando a mujeres, que el machismo ha desgraciado y sigue desgraciando las vidas de tantas mujeres y de sus hijos/as. Además, tanto la interpretación de la actriz como la dirección saben gestionar esa compleja frontera entre lo trágico y lo cómico creando una pieza atractivamente redentora en escena.

Dice Chimamanda Ngozi:

«Estoy escribiendo sobre mi padre en pasado y no puedo creerme que esté escribiendo sobre mi padre en pasado»

Lo difícil, pero maravilloso que es traer al ausente al presente y recordarlo y honrarlo. Simbolizar a tu madre en forma de bombilla, de luz, y dialogar con ella aquí y ahora. Sí. Lo difícil, pero asombroso que es sublimar aquello que alguna vez se agarrotó en nosotros y no nos había dejado siquiera respirar. Aquello que alguna vez se enquistó en nosotros y no nos había dejado siquiera despertar. Sí. Despertar con serenidad. Despertar en paz. Despertar.

DESPIERTA.

PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS  (Sobre cinco)

Se subirán a este caballo: Quienes estén dispuestos/as a adentrarse en una historia trágica y cómica en torno a un duelo personal con tintes de superación.

Se bajarán de este caballo: Quienes confundan feminismo y activismo con agenda ideológica panfletaria (que por desgracia, haberlos haylos).

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FICHA ARTÍSTICA

Dramaturgia: Ana Rayo

Dirección: Natalia Menéndez

Elenco: Ana Rayo

Voces en off: Alma Baeza Ortega, Ana Rayo, Benito Sagredo, Juan Margallo, Merlín Baeza Ortega, Óscar Martínez-Gil, Petra Martínez Pili Margallo 

Diseño de escenografía: Alfonso Barajas

Diseño de Iluminación: Juanjo Llorens

Diseño de Vestuario: Lorenzo Caprile

Composición musical: Mariano Marín

Coreografía: Mónica Runde

Ayudante de dirección: Pilar Valenciano

Residencia de ayudantía de dirección del Teatro Español: Marlene Michaelis

Producción ejecutiva: Barco Pirata

Una producción de Teatro Español y Barco Pirata

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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