Edipo se ha convertido en rey de Tebas tras vencer a la Esfinge, un monstruo terrible que atemorizaba al pueblo. Ahora, la ciudad se enfrenta a una nueva plaga, en este caso un fuego que devora todo lo que se pone a su alcance y que está llegando a Tebas. Al preguntar al oráculo qué puede poner fin al incendio que asedia la ciudad, el oráculo responde que es el propio Edipo el que puede ponerle fin si se enfrenta a la verdad de su historia, demasiado trágica como para confrontar. Aún así, Edipo se enfrentará a quién es y a sus orígenes si con ello salva la vida de los ciudadanos de Tebas.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Edipo. A través de las llamas» que con versión de Paco Bezerra (el texto original es un clásico de Sófocles), dirección de Luis Luque e interpretada en el papel principal por Alejo Sauras, nosotros hemos podido ver en la sala principal del Teatro Español, en Madrid.
No hay una exégesis del mito de Edipo que más nos guste que la que estableció el filósofo francés Michael Foucault al vincular saber y poder. Foucault hablaba de que:
«La tragedia de Edipo es la historia de una investigación de la verdad».
Nos fascina el pensamiento de Foucault cuando señala que a lo largo de la obra de Sófocles, Edipo no niega su inocencia ni invoca el pretexto de haber actuado de manera inconsciente. Foucault habla de que el asunto central es la necesidad de Edipo por apuntalar y mantener el poder que ha alcanzado como Rey pasando de ser un niño abandonado y un viajero errático a ser el hombre más poderoso. Poder y saber se suman en el mito de Edipo, en su persona. Ambos valores fueron inseparables en la Grecia helénica hasta que en el siglo V a. C (que es donde se ubica Sófocles) se produce una ruptura en la que poder y saber se separan y se instaura el mito de que la verdad (el saber) nunca podrá pertenecer a los poderosos (al poder político). Así, Sófocles, reúne en el personaje principal de Edipo, saber y poder, algo que traerá fatales consecuencias.
En Edipo, conviven dos almas: la del hombre del pueblo que «sabe» y la del rey tirano que detenta el poder». Su tragedia, la de intentar mantener el poder, se traduce en que es imposible ostentar el poder sin hacer frente a la verdad y el Edipo Rey sucumbe ante el Edipo hombre. Detrás de todo conocimiento, de todo intento por hacer acopio de saber, hay una lucha de poder y Sófocles retrataba a Edipo como un arrogante intelectual, arrogancia a la que pone en entredicho. La verdad aquí (que no es otra que Edipo mató a su padre Layo y cometió incesto con su madre Yocasta) saldrá a la superficie. La verdad, siguiendo la metáfora del fuego que emplea en la obra Bezerra, es una poderosa llama imposible de extinguir.
Nos gusta esa idea del Edipo que se debate entre el tipo que quiere conservar su poder y el tipo que está dispuesto a enfrentarse a la verdad de su historia. El Edipo capaz de desvelar los acertijos de la Esfinge y al mismo tiempo tan inocentón como para no percatarse de su identidad, no nos cuadra. Nos parece más plausible la idea de un Edipo no heroico sino egoísta, luchando por apuntalarse en el trono de Tebas hasta que su conciencia no le permita seguir en ese rol y termine sucumbiendo: perdiendo su trono, arrancándose los ojos.
Otra lección de Sófocles: el sufrimiento es inherente a nuestra existencia. Edipo sufre sobremanera porque su verdad llega cuando ya no hay posibilidad de dar marcha atrás. Hay un pasaje clave en el texto que se refiere a eso: a cómo, en nuestra existencia, muchas de las verdades trascendentales llegan cuando ya es demasiado tarde para poder cambiar las cosas.
Por no abundar más en el texto, diremos que la forma en que Bezerra versiona el clásico guarda relación con la síntesis del mismo. Edipo queda aquí reducido a una hora y media de trama en escena. Por un lado, se agradece porque el espectador podría salir un tanto saturado de la previsible tragedia y por otro, reconocemos que hay una poda importante que hace que algunos acontecimientos se resuelvan demasiado rápido frente a otros en los que se opta por pisar el freno (como en el prólogo inicial). El resultado es bastante desigual en este sentido, pero lo que menos nos gusta es la elección de una escenografía, videoescena, vestuario y coreografías que parecen querer expulsarnos de cualquier sentido clásico de la propuesta. Todo es tan estilizado que uno podría pensar en que hay un esfuerzo por convertir este Edipo en Lynchiano (hasta lo del título «A través de las llamas» nos recuerda a «Fuego camina conmigo» de Twin Peaks). Este Edipo es un sacrificio al dios del posmodernismo: pagano, capitalista y marquetiniano. Semejante estilización nos aparta de lo verosímil: no nos podemos creer la obra en su contexto original ni podemos evocar la Tebas del siglo V a. C porque todo parece desarrollarse en una nave de Star Trek o en Arrakis. Nos falta suciedad, dolor, convicción. No hay sangre, no hay dientes ennegrecidos, no hay cuerpos malnutridos (ni siquiera los esclavos). Luque intenta aquí enhebrar un camello por el ojo de una aguja y, claro, no cuela.
En el apartado de las interpretaciones, el papel de Edipo recae en manos de Alejo Sauras que se nos presenta irregular: en algunas escenas más convincente que en otras, sobre todo cuando tiene que someterse a unas coreografías un tanto sui generis. Gana fuerza en el apartado final cuando su personaje libera toda una serie de versos que juegan con las parejas de opuestos tomadas del gran Heráclito. En el papel de Yocasta, Mina El Hammani no logra convencernos. Parece más pendiente de su propio lugar en el escenario que de fluir con un texto que probablemente les viene grande a todos. Destacaríamos, por señalar en este apartado a algunos intérpretes, el papel de una estupenda Julia Rubio (muy interesante como esfinge), de Andrés Picazo como esclavo (sin duda creíble) y el breve, pero perfectamente equilibrado papel en el que se mete Alejandro Linares, que nos parece talentoso.
Por lo demás, nosotros no vemos a Edipo como un héroe (ni siquiera a su pesar), sino como un hombre al que el poder también corrompió. Un hombre al que el fuego de la verdad obligó a hacerse cargo de quién era sin soslayarse a sí mismo. «A través de las llamas» bien podría equivaler a «a través de la verdad». He aquí la tragedia o la magnitud del «saber» frente al cortafuegos de la ignorancia.
EDIPO. A TRAVÉS DE LAS LLAMAS.
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre cinco)
Se subirán a este caballo: Quienes gusten de revisiones de mitos clásicos pasados por el tamiz de los signos de los nuevos tiempos.
Se bajarán de este caballo: Quienes en lugar de evocar Tebas evoquen el planeta Arrakis.
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FICHA ARTÍSTICA:
Versión: Paco Bezerra
Dirección: Luis Luque
Con: Jonás Alonso, Mina El Hammani, Álvaro de Juan, Jiaying Li, Alejandro Linares, Andrés Picazo, Julia Rubio y Alejo Sauras
Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Diseño de vestuario: Almudena Rodríguez Huertas
Composición música original: Mariano Marín
Diseño videoescena: Bruno Praena
Diseño de escenografía: Monica Boromello
Coreografía: Sharon Fridman
Asistente de coreografía: Arthur Bernard
Maestro de máscaras: Asier Tartás Landera
Residencia de ayudantía de dirección del Teatro Español: Víctor Barahona
Una coproducción de Festival Internacional de Mérida, Pentación Espectáculos y Teatro Español
Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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EDIPO, brillante adaptación de Paco Bezerra de la de la tragedia griega «Edipo Rey» del griego Sófocles.
Aparte de lo maravilloso que es verla representada en ese teatro romano tan bien conservado, lo cierto es que Paco Bezerra pone la mira en muchos puntos que tal vez uno se pase por alto cuando lee la obra. Sin adornos que distraigan al espectador, nada de adornos escénicos que desvíen la atención, nada de vestuario que perturbe el mensaje, sin nada más allá que una pregunta: ¿Merece la pena conocer la verdad aunque duela?
Una pregunta que lleva a muchas otras y en cuyas reflexiones nos mete de lleno Alejo Sauras con su brillante interpretación de EDIPO, el hijo y esposo, el héroe y villano, el amigo y enemigo, la pregunta y respuesta.
Edipo se empeña en saber la verdad, a pesar de las decenas de advertencias que le llegan por el camino. Pero como bien dice Edipo: ¿De qué sirve vivir en la ignorancia?
Espectacular.
Los aplausos no cesaron.
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