ANFITRIONES. El dedo que no entró en la llaga

Roberto y Verónica han sido invitados a cenar por una pareja de amigos: Daniela y Gustavo. Estos les han dicho que, además, les quieren contar algo. Verónica llega a casa de los anfitriones grabándolo todo cono su móvil pues desde hace tiempo está muy enganchada a las redes sociales.  Está deseando que la pareja de amigos le desvele qué les quieren contar, qué guardan en secreto con tanto celo, pero hasta que llegue Roberto, no lo dirán. Por fin, cuando están todos juntos, Gustavo y Daniela comparten con sus amigos algo muy importante. Tan importante que necesitarán toda su confidencialidad pues lo que les van a contar no es algo que Verónica, por ejemplo, pueda sacar alegremente en su Instagram.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Anfitriones» que, con dramaturgia y dirección de Inge Martín, protagonizada por José Luis Alcobendas, Bruno Ciordia, Inge Martín y Lucía Quintana, nosotros hemos podido ver en el Teatro Galileo (Quique Sanfrancisco), en Madrid.

Dice el filósofo Surcoreano-Alemán, Chul-Han que:

«lo que aqueja a la sociedad actual no es la represión, sino la depresión, que viene de dentro, causada por el imperio de lo igual».

Habitamos sociedades en las que la negatividad es expulsada. Porque ese es el talante del pensamiento y la acción neoliberales. Pero no solo expulsamos la negatividad de nuestras vidas con el afán de recrearnos en lo artificioso sino que también expulsamos «al otro» que nos es ajeno. En una sociedad dividida entre el «afuera» y el «adentro», por ejemplo, (o por hacerlo verbalmente más instagrameable de «insiders» y «outsiders«) ese «otro» estaría afuera. El pobre, el sintecho, el inmigrante, el sin papeles, el feo, el pobre (sí, lo del pobre ya lo he dicho, pero es que estoy muy de acuerdo con Adela Cortina en eso de que el pobre reúne todos los elementos del paradigma del «afuera»). La pobreza no cabe en las redes sociales. No queda bien en un «story«.

En ese adentro y afuera, la pareja formada por Daniela y Gustavo son muy insiders. Vidas felizmente ajetreadas, pisos hermosamente decorados, un pellizco de sofistificación o de falsa intelectualidad y a existir. Los otros dos amigos, también parecen estar adentro. O al menos, intentarlo. Sobre todo Verónica que, en este Anfitriones, parte como la mas en desventaja social, pero la que más esfuerzos hace por atesorarse adentro del sistema: divorciada y con dos hijos y un trabajo no del todo boyante que parece pender de un hilo, pero, en fin, al mal tiempo buena cara o, mejor, al mal tiempo una buena dosis de followers. Ella es la semblanza de una sociedad multitarea que disocia para seguir viviendo. Cualquier atención plena a su vida supondría un desgarro. Y ese desgarro llega en la pieza cuando la pareja perfecta desvele una peripecia con algo de épica social y activista en la que se han visto envueltos. Por no revelarlo, sí podremos decir que «el otro», el outsider, entrará en sus vidas.

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Los cuatro personajes están bien trazados y enseguida distinguimos al lobo estepario de Roberto que está de vuelta de todo y publica libros (que si nos fiamos de la portada del que aparece en escena, debe imitar las bravuconadas de Houellebecq); la risueña y pizpireta Verónica que vive, psicológicamente, por encima de sus posibilidades. Ella es la que pone el contrapunto naif, alocado, el punto necesario de superficialidad. Internet se ha convertido para ella en su caja de resonancia de un ego repleto de inseguridades. Gustavo, el ejecutivo un tanto soso, falsamente modesto, el del éxito casual wear sin traje y corbata al que podríamos encontrar en cualquier restaurante de Chamberí eligiendo un vino moderno y fresco. Y, Daniela, su pareja, que se dedica a la escritura teatral y a dirigir sus propias obras (trasunto, en este punto, de la propia autora Inge Martín): mujer joven, atractiva, sensible; uno de esos perfiles tan polite que no sabes del todo si es una niña de papá o si interpreta un juego de roles. Todos se encuentran y celebran la amistad aunque la amistad está lejos de apuntalarse tras su reunión y, al contrario, parece haberse cimentado siempre en un precario equilibrio.

¿Qué secreto guardan Daniela y Gustavo? Da un poco igual porque lo que se sustancia en escena es el colapso tras un detonante. Algo precipita la relación de los cuatro hacia los márgenes, hacia las inseguridades y cuando pensaban que se conocían muy bien resulta que cada uno se topa frente a verdaderos desconocidos. Sí es cierto que hay un buen número de conversaciones y actos pazguatos, tontorrones, hueros, pero preferimos quedarnos con ese mensaje que la obra plantea en torno a la inestabilidad de las falsas apariencias. Se ve con cierto agrado, no se hace larga y aunque su carga de profundidad recale en un verdadero pozo sin fondo de lugares comunes (las nuevas tecnologías, las relaciones de amistad, la ayuda al prójimo, la xenofobia, la solidaridad, el altruismo, la pareja, el feminismo, etcétera) es honesta y transparente.

Anfitriones-en-el-Teatro-Quique-San-Francisco

El papel que más nos rechina es el de Roberto que interpreta José Luis Alcobendas: no por su interpretación que está estupendo sino por su contenido trufado de mensajes propios de un Manual de neoliberalismo para principiantes. El tira y afloja entre «feminista retratada como caprichosa» por el «macho alfa incendiario de vuelta de todo y nervioso por su falsa pérdida de privilegios» ya resulta previsible. Nos resultan capciosos ciertos mantras como por ejemplo que su personaje diga que hay feministas que se escandalizan por el trato a algunas mujeres en nuestro país y sin embargo hablen de hecho cultural cuando se hable de mujeres de otros países. Como argumento es tan ramplón que parece pensado estrictamente para ofender por ofender. No sé. Tal vez incluso el teatro deba bregar con ciertas cuestiones de estilo y no ser más correcto (pues no es un asunto de corrección política, para nada), sino más riguroso. Sí. Riguroso. Esa es la palabra. Por lo demás, nos parece que las interpretaciones están equilibradas, fluyen bien y se nota la química entre los cuatro. Destacamos por encima de los demás a Alcobendas y a la propia Inge Martín que escribe, dirige e interpreta en esta su criatura.

Dice en su libro «Poesía» Michel Houellebecq: «Toda sociedad tiene sus puntos débiles, sus llagas. Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte«.

En «Anfitriones», Inge Martín parece haber identificado la llaga. Lo que creemos es que, tal vez, le ha faltado meter los dedos más adentro y apretar un poco más fuerte en lugar de optar por acariciar su superficie.

ANFITRIONES

PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS (Sobre cinco)

Se subirán a este caballo: Quienes busquen una obra sencilla y equilibrada entre el drama y la comedia.

Se bajarán de este caballo: Quienes echen de menos que el dedo se metiese más en la llaga.

***

FICHA ARTÍSTICA:

Dramaturgia y dirección: Inge Martín
Reparto: Jose Luis Alcobendas, Bruno Ciordia, Inge Martín y Lucía Quintana.
Ayudante de dirección: Aintzane Garreta
Coordinación técnica: Oscar Laviña Carrera
Diseño de luces: David Nicolas Abad
Vestuario: Erica Herrera
Escenografía: Carlos I. Faura
Producción ejecutiva: Caterina Muñoz Luceño
Diseño gráfico: Sergio Pineda

Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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