ONÁN. Teatro de la marcha atrás

Los padres de un alumno de catorce años son llamados por el tutor del instituto de su hijo porque, últimamente, el muchacho se salta las clases para encerrarse en los baños a masturbarse. El padre y la madre del chico se enfrentarán a la situación de manera diferente teniendo esto repercusiones a nivel de su relación de pareja.

Esta podría ser un intento de sinopsis de la obra «Onán» que, con texto de Nacho Faerna, dirección de Fernando Soto e interpretaciones de Llum Barrera, Iñaki Miramón y el propio Fernando Soto, nosotros hemos podido ver en el Teatro Infanta Isabel de Madrid.

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Cuando leímos la sinopsis de la obra no pudimos evitar pensar en la de la obra «El pequeño poni», de Paco Bezerra, por los paralelismos al menos en cuanto a detonantes: unos padres se enfrentan a una reunión escolar porque la conducta de su hijo, en la escuela o en el instituto en el que estudia, llama la atención de alguno de sus profesores o tutores. Si  en el caso de Bezerra el asunto era conducido en torno a la expresión de género del niño y abordaba el conflicto en términos de dos posturas enfrentadas por parte de los padres, en la pieza de Faerna el asunto deriva, rizomático, hacia otros derroteros alejados de la premisa inicial.

El gran problema de Onán es que apunta en todas direcciones y, por desgracia, se transforma en un totum revolutum mecla de géneros y de tramas que parecen descomponer las unas a las otras hasta dejar visible solo el esqueleto de una trama sobre la que se sustancia toda la obra: la relación de pareja. Por un lado tenemos la metáfora del título que apela a la parábola bíblica del pecado de Onán (que se nos cuenta en varias ocasiones en la pieza). Uno se pregunta cuál es la relación con todo el esquema de la obra más allá de la obvia y limitada relación con el asunto de la masturbación. De acuerdo: el hijo de la pareja protagonista es un «pajillero». Se habla de la masturbación, de la masturbación masculina y la femenina, de cómo, en otras épocas, en los colegios de curas, la masturbación era reprimida, etcétera. Lugares comunes. Pero… ¿Qué sentido tiene todo esto con el pasaje bíblico de Onán en el que la masturbación (o, mejor, el coitus interruptus) guardaba relación con otros aspectos como el del egoísmo? (Onán prefería correrse fuera de su esposa forzosa, Tamar, la viuda de su hermano, para no dejarla embarazada). Nosotros no terminamos de comprender la metáfora de Onán y la relación con el conjunto de sucesos que se dan en la obra. Bueno, espera, a ver: a lo mejor tiene que ver con que la mujer reprocha a su pareja, en la obra, su egoísmo de estar más pendiente de las «fichas» del ajedrez que de ficharla a ella. Quién sabe. Todo está demasiado cogido con pinzas, en un equilibrio de tramas tan precario que resuena incierto e inseguro. La historia no girará en torno a los tabúes de la sexualidad y la masturbación como podría uno esperar. Aquí, en su trama, se produce un verdadera marcha atrás en la narración en el sentido de que se opta por derramar también la semilla en la tierra, como hacía Onán con su cuñada.

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Cuando la historia que vemos en escena, avanza, comprobamos que se ha jugado con el espectador. Se nos ha planteado una trama, como excusa, en aras de introducir otra. No hablamos de cortinas de humo o cosas así sino del deliberado giro de los acontecimientos, de la necesidad de explotar el efecto sorpresa. El público siempre responde bien desde la butaca, pero debemos señalar que, en este caso, a nosotros nos alcanza sin mucho interés y con cierta decepción. Lo que arranca como una historia que podría acercarnos un poco a un conflicto cómico en torno a la masturbación y la represión de los vigilantes de la moralidad, se desdibuja por completo para dar paso, agárrense, a un drama de pareja propenso a una desacomplejada imitación del estilo Woody Allen. Y cuando decimos desacomplejado es literal dado que los ingredientes de Allen están casi todos: el sexo, la pareja, las relaciones padres hijos, incluso Miramón parece un trasunto del actor y director Neoyorkino. Es más, solo faltan unas vistas de Manhattan a través de la ventana del apartamento o alguna referencia freudiana, aunque la del onanismo ya es válida, porque en lo que respecta a la elección musical en las transiciones entre escenas la cosa es inequívoca (los acordes de «Si tu vois ma mère», de  Sidney Bechet que sonaba en la B.S.O. de «Midnight in Paris«).

En el apartado de lo que no funciona y chirría tenemos que añadir el asunto de los chascarrillos con los gais. Mal. Ya no hacen gracia esos esquemáticos y carpetovetónicos comentarios que parecen casi forzados de cara a una parroquia concreta en el patio de butacas, más propios de un show de Bertín Osborne y Arévalo. Por ejemplo, ese momento en que el personaje de Miramón, el padre del chico, en un alarde de pseudovirilidad parece dejar caer, insidiosamente, que el profesor de su hijo estaba en los baños del instituto espiando y, casi a renglón seguido, nos suelta que cree que ese profesor es gay. ¿Nuestra opinión?: nos parece completamente prescindible y de muy mal gusto. No creemos en absoluto que haya ninguna intención de relacionar homosexualidad con pedofilia, faltaría más, pero a nosotros nos chirría en exceso. Por otro lado, no tan infumable, pero igualmente palabra de catequista escribiendo la trama, la «gracia» de relacionar hombría con llevar o no un pendiente. Entendemos este último chascarrillo aunque a nosotros no nos haga gracia (de nuevo esa relación entre el homosexual y lo femenino). Luego, la demostración de la hombría que pasa por el machacón y repetitivo «yo no soy gay» como si ser gay le hiciese a uno menos hombre. Que agotador. Allá cada cual. Llegará, más tarde, el grotesco relato de los chicos masturbándose en los pupitres de la última fila y dejando el suelo lleno de semen en los tiempos de la adolescencia del padre. (Ejemplo bastante repulsivo de machoalfismo naftalínico y nostálgico a partes iguales). Tendremos presente el papel de Llum Barrera que intenta funcionar como contrapunto crítico corrector, apelando al feminismo, a la igualdad, intentando dar voz a la historia de Tamar dentro de la historia de Onán o reprochándole a su pareja sus desafortunados comentarios homófobos. (No sabríamos juzgar si su personaje es suficiente como contrapeso).

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En la parte que respecta a la historia de pareja, y aunque estemos ante una historia mil veces contada (y mucho mejor por Allen), debemos reconocerle a los tres intérpretes su desenvoltura en escena al ofrecernos tres personajes bien equilibrados en lo interpretativo. Nos quedamos especialmente con Miramón y Barrera que aguantan el ritmo y tienen muy buena química como pareja, muy verosímiles. La intrahistoria de la película que aparece en la obra daría para otro debate. Aunque se cite explícitamente la historia de la película «Viaggio in Italia» (traducida al español como «Te querré siempre») dirigida por Rossellini y protagonizada, en el año 1954, por Ingrid Bergman y George Sanders, nosotros queremos ver cierto paralelismo más allá del film citado y acudir a la relación entre Ingrid Bergman y el director italiano que, en su época, supuso un auténtico escándalo por el hecho del adulterio (qué retrógrada suena esa palabra).

Como historia en torno a los tabúes del sexo, de la masturbación y de la necesidad de hablar de ello, se nos queda pazguata y corta por no hablar de directamente ofensiva cuando establece ligeros y sutiles paralelismos entre homosexualidad y pedofilia de manera tan indirecta (y deseamos pensar que involuntaria). Como historia de pareja que parece sucumbir al paso del tiempo, que parece necesitar romper sus inercias y lo hace desde lo civilizado, desde el cariño mutuo que aún permanece, podemos aceptar lo que vemos en «Onán» e incluso empatizar con su dosis de humanidad y de esperanza.

ONÁN

PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS (Sobre cinco)

Se subirán a este caballo: Quienes busquen historias de pareja que tratan de imitar a las de Woody Allen

Se bajarán de este caballo: Quienes esperen un análisis reflexivo, sin prejuicios, sereno, divertido y mordaz sobre los tabúes de la sexualidad y en concreto de la masturbación.

***

FICHA ARTÍSTICA

Autor: Nacho Faerna
Dirección : Fernando Soto

Reparto

Iñaki Miramón
LLum Barrera
Fernando Soto

Ayudante de dirección : Alex Stanciu
Escenografía : Mónica Boromello
Diseño de iluminación : Ion Aníbal
Diseño sonoro y vídeo : Fernando Soto y Bela Nagy
Vestuario: Ana Llena
Ayudante de vestuario: Tania Tajadura
Coordinación técnica : Bela Nagy
Diseño de imagen y fotografía : Geraldine Leloutre
Producción ejecutiva : Manuel Sánchez y Elena Martínez
Producción: Cayuga Ficción, Sanra Produce, LaZona y Elena Martínez
Prensa : María Díaz
Distribución : Elena Martínez
Artes Escénicas

Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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