LA BELLA OTERO. Hagiografía en danza de una «Virgen» maculada

El Ballet Nacional de España lleva al escenario, por medio del un espectáculo de gran formato, la historia de Carolina Otero: una gallega que emprendería una de las epopeyas más fascinantes de su época: partir de su aldea gallega rumbo a la Europa efervescente de la belle époque y, lo que es más difícil, llegar a lo más alto y caer a lo más bajo.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «La Bella Otero» que, con dirección y coreografía de Rubén Olmo, dramaturgia de Gregor Acuña-Pohl y dirección musical de Manuel Busto, nosotros hemos podido ver en la que ha sido nuestra primera incursión, y sabemos que no la última, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. 

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Cómo fue posible que una joven de un pueblecito como Valga, en Galicia, lograse dar un giro de ciento ochenta grados a su vida y terminase viviendo y experimentando los ambientes culturales de París, de San Petersburgo, relacionándose con reyes, príncipes, siendo una de las primeras actrices españolas en ser filmada por pioneros como Félix Mesguich, una de las principales actrices del Théâtre d’Étè L’Aquarium o capaz de dilapidar su enorme fortuna, valorada en unos 409 mil millones de euros al cambio actual.

Hablamos de los albores del siglo XX (recordemos que a fecha de hoy un viaje de Madrid a Santiago de Compostela en tren son casi cinco horas). Pues eso. 

Para quienes no crean en las casualidades sino en las causalidades, la vida de Carolina Otero es un buen ejemplo. Nacida un 4 de noviembre del año 1868, año en Un el estado Español abrazaba una suerte de proto democracia que alumbraría el sufragio universal, los derechos del pueblo obrero o el nacimiento de la Primera República y el federalismo. Hija de madre soltera apodada «A piñeira» (La de las piñas, pues esa era la humilde profesión de su madre: recoger piñas en los montes de la aldea en la que vivían), uno se pregunta qué habría sido de Carolina si no se hubiese marchado del lugar que la vio nacer. Lo más probable sería que terminase estigmatizada como hija sin padre en una sociedad repleta de prejuicios y dificultades. 

Los diferentes actos en los que se divide la obra tratan de establecer unas coordenadas temporales lineales, sin saltos temporales que complejicen el desarrollo de los acontecimientos. Eso sí, el primer acto comienza con prólogo en el que una anciana Carolina Otero recuerda su juventud mediante la danza. De este episodio, se pasa al llamado «Romería y llanto» en el que vemos a una joven Carolina Otero en una celebración del día de la Virgen de Valga, su aldea. Es desde este punto desde el que la historia decide, realmente, comenzar: con el de la violación de una supuesta jovencísima Otero.  Si hacemos caso de los datos que se tienen sobre su violación, esta se produjo en el monte Terroeira y Carolina no pasaba aún de los 11 años. Aún quedan las actas del sumario instruido en el Juzgado de 1ª instancia de Caldas de Reis en el año 1879. Las crónicas de la época relatan que, tras la cruel violación, el estado de la niña era de tal gravedad que fue trasladada con una fuerte hemorragia al Real Hospital de Santiago de Compostela. Cualquiera puede imaginar cómo esta experiencia irrumpiría en la psique posterior de Otero.  Entendemos que en este episodio de «Romería y Llanto», se opta por reflejar el episodio de la violación de un modo dramático, pero siempre alejado de la verdadera crueldad. Echamos en falta un juego más simbólico para ocuparse de este hecho que sería, con toda seguridad, uno de los más relevantes en la biografía de La Bella Otero, seguramente dejando una mácula permanente. 

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Desde que Carolina sale del hospital y hasta que los documentos acreditados recuperan su trayectoria dando con su paradero vital en Cataluña y después como artista en París, todo lo que queda en medio es leyenda: una mezcla entre verdad y fantasía o elucubración cuasi mitológica que, por otro lado, acompañaría el resto de las andanzas en la vida de Otero. Su vida se parece a la de una Santa pecadora canonizada por el folclore popular. La leyenda de una «virgen» maculada. (Nos gusta más, desde luego, que cualquier hagiografía de una inmaculada).  La escena de «Canasteros», que sucede a la anterior de «Romería y llanto» nos habla de una supuesta huida de Carolina junto a un grupo de artistas ambulantes que le enseñarán el arte de la danza, tras su violación. Demasiado cogido con pinzas. La zarzuela pasada por el filtro de Disney capaz de edulcorar una realidad tan áspera y sufriente. No nos gusta nada como es retratada Otero en el devenir  de escenas a partir de esta de «Canasteros»: asistimos a un encadenamiento de figuras masculinas en brazos de las que Carolina parece arrojarse para, luego, saltar al siguiente y al siguiente y al siguiente. Entendemos la necesidad de hablar de su modo de entrar y salir de relaciones con hombres, pero la semblanza es demasiado gruesa y se deja, entre bambalinas, la idea de destrucción de una psique tras ser violada en aras de recrear a un personaje femenino que se nos presenta un tanto frívolo, impostado, superficial y caprichoso. Ya sabemos que aquí no hay apenas texto, que todo debe evocarse mediante la danza. También sabemos que esta propuesta no pasa por tratar de erigirse en un  riguroso análisis psicológico del personaje sino en la recreación de algunos momentos psico biográficos, pero, claro, ese es el peligro de la brocha gorda. 

Las escenas y los actos continúan, prosiguen y, nosotros, en lo que respecta a la dramaturgia, a la trama, nos quedamos con la sensación, cada vez más, de que se ha apostado por enfatizar la parte seductora, la parte de matahari de Otero antes que por subrayar su tesón, su buen hacer, su inteligencia. Es evidente que la leyenda, inflamada, se apropia del subtexto: mujer seductora, que atrapa a los hombres (príncipes, zares, millonarios), que los vuelve locos y engatusa. Mientras, la Bella Otero, (que aquí no parece cobrar importancia), se relacionaba  también, en aquellos años, con mujeres que se reunían en el círculo sáfico parisino. Sabía moverse en aquellas aguas de la cultura del lesbianismo de los locos años veinte. Nombres como Lucie Delarue, Romaine Brooks, Natalie Clifford-Barney o Liane de Pougy, a eterna rival de Carolina Otero como artista. 

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Más allá de las dificultades, que entendemos, de resumir una vida como la de Carolina Otero o de trazarla en base a hitos, sí creemos que en el desarrollo de la dramaturgia hay demasiado sobrepeso en las escenas que ocurren en los casino (Otero fue célebre por dilapidar su fortuna en los casinos, especialmente el de Montecarlo). Nos quedamos, de esta dramaturgia, con la ambición de intentar dar un orden a una biografía enraizada en lo legendario. En este sentido la propuesta es briosa y parece convencida del rumbo decidido a tomar. 

Nos convence más en el apartado de la danza cuyo Ballet Nacional de España desgrana con muy buen tino logrando en algunos momentos instantes de belleza magnética y emocionantes. Para nosotros, los más destacados son los de: «Romería y llanto», cuyo impacto llega por medio de lo folclórico, de lo más enraizado con la tierra y la galeguidade del personaje de Otero. «Folies-Bergère», en el que hay audacia, joie de vivre y las bailarinas están impecables. Y «Rasputín» que posee una fuerza particular por cómo está llevado a escena, por la calidad escenográfica y por el profundo significado que intenta tener en lo que respecta a cómo Otero es juzgada por un ser tan maligno como Rasputín que se atreve a condenarla comenzando así la inevitable decadencia de la artista. 

Todo el equipo funciona con una solvencia exquisita. Apenas chirrían algunos momentos (como esos en los que Carolina canta en su transición de aprendiz de estrella; un momento un tanto «My fair lady«, pigmalioniano, y, sí, nada satisfactorio). 

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La dirección y buena parte de las coreografías a cargo de Rubén de Olmo son fluidas, certeras, excelentemente arropadas por la orquesta de la Comunidad de Madrid que se adapta con audacia en algunos pasajes en los que los violines, clarinetes y contrabajos saben hacer silencio para dejar su protagonismo a las peripecias de las castañuelas en el escenario. La dirección musical de Manuel Busto es enérgica y contundente. Tal vez, en el apartado de escenografía, en manos de Eduardo Moreno, falte un contrapunto al resto del conjunto en el sentido de toparnos con una puesta en escena más vigorosa que estuviese en línea con lo coreográfico y el vestuario de Yaiza Pinillos que es fabuloso. Puntos muy positivos también para la suma de otros apartados técnicos: peluquería y posticería, iluminación, imaginería (que se luce especialmente en las escenas de la romería y de Rasputín), diseño de sonido,  diseño de maquillaje y los músicos flamencos del Ballet Nacional de España así como los músicos invitados (David «Chupete», Alejandro Cruz y Agustín Diassera) que dotan de gran fuerza a algunas escenas. El apartado más débil se sustancia en su andamiaje dramatúrgico que lleva la propuesta a lugares comunes que terminan por convertirla, por momentos,  en demasiado previsible, reiterativa (especialmente en el subrayado del juego y los casinos) y un tanto naif

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Para el anecdotario: como muchos emigrantes gallegos, Carolina Otero quiso dejar sus riquezas y patrimonio (que terminó perdiendo), para las personas más pobres de su pueblo natal. Falleció un 10 de abril de 1965 en Niza, a los 97 años, empobrecida y sola. Pero su muerte, como en el caso de figuras legendarias, solo fue el comienzo de una historia fascinante por contar. 

LA BELLA OTERO

PUNTUACIÓN: 4 CABALLOS (Sobre cinco)

Se subirán a este caballo: Quienes gusten de una estupenda combinación de música en directo, briosas coreografías y una eficaz puesta en escena. 

 

Se bajarán de este caballo: Quienes exijan a la danza clásica un traje a medida para la danza contemporánea.

 

***

FICHA ARTÍSTICA

Dirección y coreografía: Rubén Olmo.

Dirección musical: Manuel Busto.
Música: Manuel Busto, Alejandro Cruz, Agustín Diassera, Rarefolk, Diego Losada, Manuel Cano, Pau Vallet y Enrique Bermúdez.
Dramaturgia: Gregor Acuña-Pohl.
Diseño de escenografía: Eduardo Moreno.
Diseño de vestuario: Yaiza Pinillos.
Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo.
Diseño de sonido: Luis Castro.
Realización de vestuario: Cornejo.
Calzado: Gallardo.
Utilería de accesorios: Beatriz Nieto.
Peluquería y posticería: Carmela Cristóbal.
Diseño de maquillaje: Otilia Ortiz.
Orquesta de la Comunidad de Madrid (ORCAM) y músicos flamencos del BNE.
Músicos invitados: Alejandro Cruz, Agustín Diassera y David «Chupete».

Artista invitada: Patricia Guerrero.
Colaboración especial: Maribel Gallardo.

Agradecimiento: Carmen Solís.

Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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