VIVA LA PEPA. «Pepita, cómete el pollo»

Una mujer llamada Pepa, residente en Melilla, se convierte, de la noche a la mañana, en una heroína en su ciudad por haber rescatado un águila de lo alto de una palmera. De pronto, su vida cambia radicalmente y de anticipar un futuro angustioso repleto de carencias, Pepa se ve postulándose a la alcaldía de su ciudad. 

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Viva la Pepa» que, con autoría de Juan Luis Iborra y Sonia Gómez, dirección del propio Iborra y protagonizada por Pepa Rus, nosotros hemos podido ver en el Teatro Bellas Artes de Madrid. 

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Podría pensarse que el título de la obra estuviese coqueteando con el popular grito subversivo que empleaban los partidarios de la Constitución de Cádiz de 1812. Aquellos que usaban el Viva la Pepa para mostrar su descontento político contra los absolutismos. Pero no van por ahí los tiros. El título de la obra se asimila más con la deriva que la expresión fue tomando con el paso de los años pasando a referirse, el Viva la Pepa, a un tipo de personas de carácter despreocupado, juerguista, desmadrado. Creemos que es esta connotación la que guarda más relación con lo que Iborra y Gómez retratan en el texto que, trazado como monólogo de en torno a una hora de duración, dejan en mano de una actriz con la chispa adecuada. 

Pepa, la protagonista, (y a la postre nombre también de la actriz que le da vida), es una madre soltera con dos pequeñas gemelas a su cargo. Su vida parece estar llena de carencias en lo material: sin trabajo, si sueldo digno, dedicada a sacarse las castañas del fuego como puede para sobrevivir en una ciudad que es, al mismo tiempo, reflejo de otras carencias institucionales y sociales. Pepa parece condenada al destierro del menosprecio de los parias occidentales del siglo XXI. Pero sucede que, en un acto que a Pepa le resulta natural y espontáneo, (trepar hasta lo alto de una palmera para rescatar a un águila) la mujer pasa a la primera página de los medios locales y, más tarde, de los medios nacionales. A partir de aquí, la historia descarrila por completo y sentimos que este tren ya no viaja sobre unas vías sino que definitivamente ha optado por echar a rodar por un barranco. Todo lo que viene se convierte en artefacto ya no popular sino populista, vulgarizante, radiografía de una sociedad  y unos medios de comunicación basura que encumbran y posibilitan su momento de gloria a cualquier mediocre. Pepa es el trasunto de lo que podríamos reconocer como una Juani de Bigas Luna o una Iphigenia de Gary Owen (en Melilla), pero, ojo, con solo un denominador común: que estamos ante mujeres salidas del extrarradio y que han de batirse el cobre. Más allá de esto, la Pepa dista mucho de transitar la verdad de una Iphigenia o de una Juani que hemos mencionado.

El texto confeccionado por Iborra y Gómez parece más vertebrado para encontrar la empatía de los que devoran programas del corazón, de quienes disfruten leyendo revistas de famosos o de quienes gusten de cotilleos sobre la monarquía. También de quienes no tengan muy desarrollado el músculo de la crítica de subproductos pensados para el chascarrillo fácil, el pop(ulismo) de segunda fila y la falta de cualquier reflexión interesante. 

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Habrá, porque haberlos hailos, quienes bendigan la propuesta aludiendo a que, a su manera, contribuye a hacernos pensar en todas esas mujeres empoderadas y llenas de coraje que se comen el mundo antes de que el mundo se las coma a ellas. Quienes digan que la obra habla de todas esas personas capaces de escapar de la marginalidad, de la pobreza, a base de imaginación y del ejercicio de la resiliencia, capaces de auparse en sus redes vecinales y en todas aquellas personas que luchan cada día por salir adelante. Habrá incluso quien pueda llegar a concluir que esta obra habla del arte del birlibirloque de los desahuciados, de los olvidados por el sistema e incluso habrá quien sea capaz de ver que se trata, aquí, el asunto de la convivencia, de la inmigración. Todo es posible, pero para llegar a mirar de este modo esta Viva la Pepa, creo que hace falta una sobredosis de ingenuidad y de buenismo. (O estar pasando una mala racha emocional y aferrarse a lo que sea).

En lo que tiene que ver con el personaje, la actriz Pepa Rus encaja perfectamente en las formas de la mujer ideada por Juan Luis Iborra y Sonia Gómez porque posee ese carismático desparpajo que le hace falta a su papel, esos inevitables aspavientos de curtida callejera, sobreviviente de las colas de Cáritas, de las salas de espera de los servicios sociales. (Por favor, no que nadie piense en Ken Loach al leer estas últimas líneas. Nada que ver. Borren a Ken Loach de su imaginación, por el amor de Dios.). 

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Pepa vive su racha de gloria. Pepa es entrevistada por Ana Rosa, madre de todos los antiperiodismos,  Quintana. Pepa es invitada por el Rey a Zarzuela (y sin haber ganado ningún concurso del tipo «Para qué sirve un rey»). Pepa se postula a alcaldesa de Melilla, porque ella lo vale (abajo las meritocracias) y promete dentaduras postizas para todos. Pepa es madre soltera, paradigma de la lucha constante por salir adelante. O.K. De acuerdo. Pepa hace sus confidencias al público y, detrás de todos sus correveidiles, saca tiempo para confesar que la sociedad en la que vive es bastante hipócrita porque parece más preocupada por un águila en peligro de extinción que por la extinción de los derechos de personas como ellas o sus hijitas. Ay, Pepa, Pepa. Para cuando llegan este tipo de reflexiones en escena, nosotros ya solo esperamos que se dirija a una de sus hijas en el carricoche, descubriendo que se llama Andrea y que le suelte algo así como: «Andreita, (o Pepita) cómete el pollo». No da para más. 

 

VIVA LA PEPA

PUNTUACIÓN: 1 CABALLO y 1 PONI (Sobre cinco)

Se subirán a este caballo: Quienes encuentren satisfactorias las propuestas sin carga de profundidad y las comedias (muy) ligeras.

 

Se bajarán de este caballo: Cualquiera que entienda la expresión «comedia (muy) ligera»

 

***

 

FICHA ARTÍSTICA

Autores: Juan Luis Iborra y Sonia Gómez
Dirección: Juan Luis Iborra

Reparto: Pepa Rus

Escenografía: Eduardo Moreno
Iluminación: Juanjo Llorens

Una producción de Deleite Producciones, Pentación Espectáculos y Juan Luis Iborra

Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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