UNA NOCHE SIN LUNA. Ochenta y cinco años no son nada

Lorca va a ser fusilado, asesinado en una España Guerra civilista a manos de una calaña que llegaría a vanagloriarse de haberle metido dos tiros por el culo. Pero antes de todo eso, sobre el escenario, Lorca nos cuenta cómo el ovillo de su historia se fue desliando, desde el principio, y cómo los acontecimientos se fueron dando, para llegar hasta ese fatídico día. Todo en un relato de una España que ha quedado atrás, pero que, por desgracia, se parece bastante a la de nuestros días. 

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Una noche sin luna» que, con texto e interpretación de Juan Diego Botto y dirigida por Sergio Peris-Mencheta, nosotros hemos podido ver en la sala principal del Teatro Español, en Madrid. 

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Lorca resuena en el imaginario de este país. Lorca es, aún , la vieja herida que sangra. O mejor dicho: la herida que, dado que sigue sangrando, no es tan vieja. Juan Diego Botto y Peris-Mencheta traen a las tablas al Lorca auto biografiado por medio de fragmentos de sus textos, pasajes de su vida, reflexiones sacadas de entrevistas concedidas por el propio poeta. Dos obras, entendemos, han sido centrales para la creación de este texto. Por un lado la biografía exhaustiva y formidable de Ian Gibson («Vida, Pasión y Muerte de Federico García Lorca») y por otro ese estupendo libro que es Palabra de Lorca. Declaraciones y entrevistas completas (Malpaso) de Rafael Inglada y Víctor Fernández. Nosotros, apreciamos notablemente la contribución de este último libro, el de entrevistas, en las que es el propio Lorca quien se expresa, quien se manifiesta y sentimos que tiene una importante influencia en la arquitectura de esta «Una noche sin luna». Botto, que a la sazón interpreta a Lorca en la obra, hace un repaso de los últimos años del granadino sin irse demasiado lejos en el plano temporal (no acercándonos a la infancia o adolescencia del autor). Estamos ante una semblanza de la memoria y testimonio de los últimos años, aquellos que dejarían una estela imborrable. También en el libro de Inglada y Fernández se hace un reconstrucción de los sentimientos de Lorca por medio de sus manifestaciones públicas en declaraciones a prensa, (más de cien entrevistas a medios de comunicación) que conformaría el corpus de su imagen pública. Una imagen pública que comienza a fraguarse tras sus primeros éxitos, en lo dramatúrgico, con «Mariana Pineda» hasta finales de los años 30 (1928), momento en que el «Romancero Gitano» transformaría a Lorca en una verdadera estrella, casi diríamos en un icono de la literatura popular. 

El viaje de la pieza contiene dos velocidades: la del rapsoda o Lorca narrador omnipresente que hace las veces de anfitrión desde el minuto cero (cuando irrumpe en escena y desconcierta al patio de butacas con un asunto de censuras y denuncias en los juzgados) y la del Lorca que no rompe con la cuarta pared y nos evoca momentos de su vida y obra. La sintonía es de perfecto equilibrio. Las dos voces funcionan como dueto necesario: el dueto del bailarín y del baile, inseparables. Lo que más nos complace es la exquisita sensibilidad de Botto, que nos emociona, que atraviesa la fantasía con una responsabilidad y una honestidad intachables. Eso salpica al patio de butacas que observa al actor entregado, prodigándose en un personaje tan hermoso como sufriente, tan combativo como vulnerable. 

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Lo terrible de lo que sucede en escena, de lo que se oye y se ve en escena, es que se cumple aquel adagio gardeliano del tener miedo del encuentro con el pasado que vuelve. Ochenta y cinco años no son nada. Y eso se constata en esta dramaturgia, poblada de monstruos que parecían desterrados y confinados a una España oscura. Pero, amigos, amigas, esos monstruos repugnantes no fueron enterrados en fosas y en cunetas. No. En las cunetas, yacen, «con» embargo, quienes les hicieron frente y les ofrecieron su resistencia. La historia es así de capciosa y torticera y aquellos monstruos solo engendraron otros monstruos y así, sucesivamente, hasta llegar a nuestros días. Los malditos furibundos de aquella España negra, parece advertirnos un lúcido Lorca desde su fosa, han regresado con sus censuras, con las mismas certidumbres y convicciones dogmáticas que entonces; con un «maricón» y «rojo» deseando salir de sus labios. Con las mismas ganas de embestir y de desfigurar el lenguaje. Haciendo de las palabras un síntoma en lugar de un significado. Resuenan en esta función los ecos de la lucha por la identidad, de la beligerancia necesaria por preservar la memoria (y no rechazarla despojándola de su condición de vigía fundamental de nuestra historia). 

Habita, también, esta noche sin luna, ese paradigma del ciudadano que clama por mirar hacia delante (no sé si el verbo debería ser huir, antes que mirar), el ciudadano que apuesta por legitimar otras voces, otros discursos como si se pudiese igualar un huracán con un amanecer despejado dando pasaporte de legitimidad al discurso del odio al diferente, del escarnio al marica, a la feminista, al negro, al moro, al pobre, a la lesbiana, al inmigrante.  Lorca lanzaría toda su beligerancia, toda su cordura frente a tal oprobio, diciendo:

“Yo soy español integral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más, yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos. Desde luego no creo en la frontera política.”

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No parece tan sencillo, hoy, al menos en España que a uno le metan dos tiros en el culo por masón, homosexual, socialista. Afortunadamente. Pero sí es cierto que los herederos de aquellos que se llevaron al poeta de la casa de sus amigos, la familia Rosales, campan hoy a sus anchas por este país hablando de libertad al tiempo que la boicotean inadmisiblemente. 

Todo en esta obra está bien pensado y ejecutado; repleta de hallazgos y símbolos. Su dirección, a cargo de Peris-Mencheta, como nos tiene acostumbrados, es francamente impecable. La interpretación de Botto emociona y remueve en la butaca. Invita a la reflexión, al desgarro y, desde luego, incomoda, tal y como se le pide, dado su envoltorio de cri cri de margaritas. 

Esta es la historia de una noche sin luna. Imagínense la negrura. Esta es la historia de un Lorca que viene hasta el 2021 a decirnos que no ha muerto. A decirnos, a quienes tuvimos/tenemos/tendremos miedo del naufragio, que siempre hay un mar que está dispuesto a recordar el nombre de todos sus ahogados. 

UNA NOCHE SIN LUNA

PUNTUACIÓN: 5 CABALLOS (Sobre cinco)

Se subirán a este caballo: Quienes deseen toparse con una excelente y emocionante propuesta.

 

Se bajarán de este caballo: Los negacionistas de la Memoria histórica, los homófobos, los corruptos, insensibles y fauna de la misma especie.

 

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FICHA ARTÍSTICA

DIRECCIÓN: SERGIO PERIS-MENCHETA
TEXTO: JUAN DIEGO BOTTO 
REPARTO: JUAN DIEGO BOTTO
DISEÑO DE ESCENOGRAFÍA: CURT ALLEN WILMER (AAPEE) CON ESTUDIODEDOS
DISEÑO DE ILUMINACIÓN: VALENTÍN ÁLVAREZ
DISEÑO DE VESTUARIO: ELDA NORIEGA (AAPEE)
ESPACIO SONORO: PABLO MARTÍN JONES
MÚSICA ORIGINAL: ALEJANDRO PELAYO
ATREZZISTA: EVA RAMÓN 
AYUDANTE DE ILUMINACIÓN: RAÚL BAENA
FOTOGRAFÍA DE ESCENA: MARCOSGPUNTO
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: XENIA REGUANT
 
UNA COPRODUCCIÓN DE LA ROTA PRODUCCIONES, BARCO PIRATA PRODUCCIONES Y CONCHA BUSTO PRODUCCIÓN Y DISTRIBUCIÓN

Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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