Othello (a partir de ahora, Otelo), ha sido nombrado gobernador de Chipre como reconocimiento a sus éxitos en varias batallas. Todo le va viento en popa, hasta tal punto que se casa con Desdémona, la hija de un rico veneciano. Ambos parecen profundamente enamorados, pero un subordinado de Otelo, llamado Yago, hará lo posible por destruirle y comenzará una insidiosa estratagema levantando en Otelo suspicacias, en forma de celos, hacia su querida Desdémona.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Othello» que, con texto de William Shakespeare, versión de Fernando Epelde y dirección de Marta Pazos, nosotros hemos podido ver en el Teatro de La Abadía, en Madrid.
Posee el texto de Shakespeare ingredientes suficientes para aderezar un drama con vocación de contemporáneo (tal vez, él, cuando lo escribió, lo hizo queriendo anticiparse. Pura especulación, obvio). Por un lado, el asunto de las relaciones amorosas y los celos. La posesión del hombre sobre la mujer. El asesinato machista, podríamos decir, sin miedo: el hombre celoso que mata a su mujer y se suicida, con esa asquerosa cobardía del a posteriori. Añadamos a esto otro drama con ecos de xenofobia o racismo: el del hombre con piel oscura, morisco, que ha escalado en el poder político-militar y que parece despertar envidias, prejuicios, dada su condición racial. Luego, toda la urdimbre estupenda de un juego de piezas que encajan y explican cómo la catástrofe está servida: los tejemanejes de Yago, los juegos en torno a los discursos del poder, los discursos del odio. Fíjense que, incluso, la hermenéutica nos podría llevar a una contemporización de los esquemas maquiavélicos en torno a las fake news y la manipulación en una escala micro relacional (Yago y su estilo de «miente que algo queda»). Todo en orden hasta aquí. Texto poliédrico. De acuerdo. ¿Interesante para revisar y adaptar a nuevos contextos? Desde luego que sí. Why not? Otelo puede ser un banquete. Pensemos, por ejemplo, y citando al filósofo Stanley Cavell, qué trabajo de encaje de bolillos podría hacerse con un tema que atraviesa toda la obra de Otelo: el de la duda. La duda como un escepticismo paralizante, como un avispero de falta de certezas, de medias verdades, que conducen a Otelo a la fatalidad. Ese podría ser un asunto realmente interesante sobre el que situar el foco en el texto de Shakespeare.
El problema está en pasar de un banquete tipo cáterin gourmet, (ese que podría indagar en la duda), a un bufé libre, low cost, en el que puedes comer todo lo que quieras hasta atiborrarte; eso sí, comer sin deglutir, con la voracidad de la nada por la nada. Sin el paladeo de los matices de los diferentes sabores. Esto es lo que le sucede a esta extemporánea adaptación de Otelo. En el folleto de mano deberían poner un cartel diciendo: «All you can eat». Empacho asegurado.
Al principio, sobre el escenario, varios personajes introducen al público en lo que viene. A modo de tres reyes/reinas magos/as enmascarados/as que lanzan caramelos. A nosotros nos recuerdan más a ese personal contratado por las discotecas ibicencas para que vayan repartiendo flyers y haciendo promoción por las playas atestadas de turistas en busca de discotecas y farra nocturna. Corramos un estúpido velo. Next. Un Otelo negro entra en escena a cuatro patas. Después, Desdémona. Todo en un juego de poseedor y poseído que no aporta nada de nada. La escenografía: sencilla. Unas telas vaporosas colgando de lo alto y formando una serie de capas que permitirán a los actores y actrices ocultarse más o menos, jugar con ese nivel de estetización al que nos tiene acostumbrados/as Marta Pazos. Vale. Más. La obra mantiene su trama, de acuerdo. ¿Con recortes? Sí. Bastantes, pero tratando de ser fiel al contenido, a las ideas que desfilan por Otelo. Ahora bien, el continente es una farsa de postureo sin horror alguno a lo vacuo. Un vodevil repleto de juglares de la posmodernidad. Let me entertaint you, parece ser el mantra. Pero es un entretenimiento tan frívolo y carente de gracia que te preguntas si los programadores acaso habían visto la propuesta aunque fuese por skype.
De este Otelo hemos leído que quería contar la historia poniendo a Desdémona en el foco, antes que en la periferia. Pues muy bien. Y ahí tenemos a una Desdémona cuyo principal cometido es casi el de acotadora, el de dobladora; su presencia desdibujada y relegada a la categoría de neofantasma susurrador. Observar el juego resultante de Desdémona microfonada diciendo el texto de Yago o de Emilia, o de Otelo, etcétera, y ver las caras y los gestos y los tics de los demás intérpretes dirigidos para esmerarse en lo grotesco, en lo bufonesco, es ciertamente inquietante (en el pésimo sentido de la connotación que pueda tener esta palabra). A uno le vienen a la mente reflexiones como «Hello? What the hell?». (Solo si ven la obra entenderán por qué reflexionamos en inglés).
En fin. El caso es que alguien podría pensar que ya se ha pasado la línea roja del buen gusto, pero no es así. Esto no es todo, amigos/as: la traca o as»traca»nada final está por servirse. ¿Los innecesarios desnudos masculinos? No, por favor, no somos tan pazguatos. ¿Tal vez las desequilibradísimas interpretaciones en escena? Para gustos, oiga. No. Tiene más que ver con esa cualidad de lo extemporáneo que, en lugar de blindar algunas propuestas, las debilita hasta el bochorno. Nos referimos a esa peculiaridad de meter, con calzador, en un texto, en una trama, una idea que no tiene ningún sentido más allá del ridículo manejo del arte y del oficio (artificio) propio del manual del cultureta. Aquí, se sustancia en la inclusión del Black Lives Matters de manera tan frívola y vergonzante que dan ganas de hacer aquello que hacen Mizaru, Kikazaru, e Iwazaru, los tres monillos sabios de la tradición cultural asiática.
Nos relata Emilia (que encarna un estupendo Ángel Burgos, sin duda de lo mejor y más genuino en escena pese a los derroteros del texto) esas instrucciones que los afroamericanos han interiorizado a la hora de reaccionar si son detenidos por un policía en EE.UU. como si el Chipre de Otelo del Siglo XVII fuese una suerte de Ferguson, Misuri, Estados Unidos. OMG. Aunque, el plato fuerte, guiño final, es el de el asesinato de Desdémona a manos de su esposo Otelo. Entre las telas vaporosas color faja (así las denominó una espectadora al inicio de la función), asistimos a esa disociación en toda regla que apela a la forma en que se produjo el homicidio de George Floyd.
Un exceso que nos lleva a otro exceso: el de querer llevar a las puertas del Teatro de la Abadía una pancarta gigante con la siguiente frase: «Shakespeare writings matters».
OTHELLO
PUNTUACIÓN: 1 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre 5)
Se subirán a este caballo: Quienes acudan buscando un Othello revisitado ya no como tragedia sino como farsa.
Se bajarán de este caballo: Quienes no deseen encontrarse con un montaje posmoderno desprovisto de la dosis necesaria de inteligencia.
***
FICHA ARTÍSTICA
Dirección Marta Pazos
Texto William Shakespeare
Versión Fernando Epelde
REPARTO: Joaquín Abella, Ángel Burgos, Ana Esmith, Chumo Mata, Mari Paz Sayago y Hugo Torres
Iluminación Nuno Meira
Espacio escénico Marta Pazos
Vestuario Silvia Delagneau
Música original Hugo Torres
Coreografía María Cabeza de Vaca
Trabajo de palabra Miguel Cubero
Ayudante de dirección Lucía Díaz-Tejeiro
Asistente de escenografía Pablo Chaves
Asistencia de producción Vicente Conde
Jefa de producción Montse Triola
Producción artística José Díaz
Una producción Voadora en coproducción con Teatro de La Abadía, MIT Ribadavia, Teatro Nacional São João.
Con el apoyo de Iberescena y AGADIC – Axencia Galega das Industrias Culturais – Conselleria de Cultura e Turismo- Xunta de Galicia.
Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
Síguenos en Facebook: https://www.facebook.com/www.mireinoporuncaballo.blog
Y en Instagram: https://www.instagram.com/mireinopor/