SHOCK 2: LA TORMENTA Y LA GUERRA. Díptico de la desutopía

El devenir de los acontecimientos desde los años 80 del siglo XX hasta el hito de la guerra de Irak en el Siglo XXI son la urdimbre bajo la cual se amparan los meta relatos teatrales que atraviesan esta pieza pensada para apelar a la siguiente reflexión: ¿hasta que punto, cada uno de nosotros, es partícipe de la Historia de violencia, guerras o malestares que azotan a cada generación?

Este podría ser un intento de sinopsis de la obra «Shock 2: la tormenta y la guerra» que, con dramaturgia de Albert Boronat y Andrés Lima y dirección de este último, nosotros hemos podido ver en la sala Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional, en Madrid.

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Todo empieza con un trasunto de Dorothy (la de El Mago de Oz) compungida en el escenario. «Totó, tengo la sensación de que ya no estamos en Kansas», podría decirnos. Y efectivamente, «You are not in Kansas anymore, sweetheart». Un tornado (una tormenta), la llevará volando hacia otros territorios psicopolíticos, sociales, culturales, desde los que se explorarán los significados de las guerras, de los daños colaterales, de la realpolitik, y ese tipo de cosas, entre otras.

Asistimos, poco después, a un discurso, a una retórica, en torno a la disyuntiva amigo/enemigo como eje vertebrador en el juego político. Categorías meridianamente clara: al amigo, se le quiere. Con el amigo, los amigos, en política, hay coincidencias. ¿Al enemigo? Ay, caramba, a ese hay que extirparlo. Eliminarlo. Por supuesto. Tales categorizaciones schmittianas (por el pensador alemán Carl Schmitt), servirían de caldo de cultivo teórico al nazismo. Pero es igualmente necesario no obviar que hubo un apropiacionismo de las mismas para estalinistas, chavistas, castristas, maoístas, y un largo etcétera (de istas). El discurso inicial se acompaña de imágenes que, en grandes pantallas, en un espacio distribuido de la misma manera que en Shock: el cóndor y el puma, nos acompañarán durante toda la función.

El no-dilema schmittiano se impone y cristaliza en cualquiera que se presuma como régimen totalitario. La exigencia es certera: al enemigo hay que enfrentarlo (o expulsarlo en caliente), hay que azuzar toda violencia posible contra él porque su derrota es lo único que fortalecerá la pervivencia de lo bueno, de lo bello, de lo noble, de toda esa estúpida parafernalia seudoreligiosa y grandilocuente. Al otro, al nombrado/etiquetado como enemigo, se le combate y no se le reconoce como interlocutor posible. Es lo que en la obra se plantea con el mundo árabe: la estrategia socio/geo/política diseñada desde las potencias ultra liberales/neoliberales, arrebataría cualquier posibilidad de observar la cultura árabe como legítima, válida, respetuosa, decente. Al contrario, árabe quedaría igualado a barbarie. A mujeres tapadas de pies a cabeza, a niños entrenados desde bien pequeños para odiar a occidente, a dogmáticos religiosos con Alá en la punta de la lengua a todas horas, a un estereotipo de Bin Laden barbudo y mugriento, a aviones destruyendo la pax del imperio cultural occidental (avanzado, higiénico, decoroso, humanitario y libre como el sol cada mañana…).

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Para este relato dentro de otro relato, Boronat y Lima construyen una dramaturgia potente, super ágil, radiante, efervescente, política, simbólica, dolorosamente real y manifiestamente crítica. Otros (y otras) les acusarán (que yo lo sé) de maniqueos. No nos lo parece. Y, en cualquier caso, Europa y Occidente corren el riesgo catastrófico, en estos momentos, de degradarse hacia autocracias delirantes y psicopáticas (véase Orban en Hungría, el actual gobierno Polaco, Turco. Nótense las aberrantes entradas de la ultraderecha en España, Francia, Alemania).

La guerra/las guerras, bestias de mil brazos, siguen engendrándose en las mismas grandes cabezas (o lo que es lo mismo, pequeños cerebros). Antes en las de aquellos y aquellas que, flor y nata, celebraban actos de boato en la Norteamérica de Reagan, en el Reino Unido de Thatcher, henchidos de orgullo conservadurista y apegados a la moral tradicional; más tarde en la proto America First de George Bush hijo, en el Reino Unido de Blair, en la España de José María -estamos trabajando en ello- Aznar. En fin. Las democracias liberales flamantes y flameantes inflamadas de dogmas y de certezas (así nos va). Esas democracias (cristianas) que han seguido apostando por la tesis de buenos y malos. Patriotas y antipatriotas, belleza y fealdad. ¿Quién se opondría a defender, encendidamente, un mundo justo? (Ay, amigxs, pero las connotaciones de las palabras son, a menudo, tan arbitrarias).

Aparecen, en las imágenes de las pantalla de la Sala Valle-Inclán, mandatarios egipcios, ciudades de Siria destrozadas, la sinrazón de la violencia, Arnold Schwarzenegger, noches estrelladas, falsos cometas, aviones impactando contra las Twin Towers. Y sobre el escenario, el juego voraz y lacaniano de atravesar la fantasía representando, sentados en torno a una mesa, a Yeltsin, Reagan y su esposa, Thatcher, el Papa Juan Pablo (Segundo, alias «te quiere todo el mundo») y una mujer árabe.

El mayor logro, al contar una historia, es también el de subjetivarla. El de reformularla desde un lugar en el que se pueda sujetar a una emoción. Recordar es volver a pasar por el corazón, que diría Galeano. La historia no es neutral, esto lo dice la filósofa de cabecera del gobierno de Orbán en Hungría (de nombre María Schmidt, el parecido fonético con Carl Schmitt es coincidencia). La historia es historia. La historia ha llegado a su fin y lo último que nos queda es la democracia liberal, dice Fukuyama (qué candidez). Con el fin de la historia hemos llegado al fin de las guerras sangrientas. Oh, abracémonos todxs. (Bueno, espera, no, que el Coronavirus lo impide).

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Los textos que se despliegan en escena están repletos de interés filosófico (por ejemplo el tema de «las ideas adecuadas» tomado de Spinoza que poseen el valor extra de retirar de circulación aquellas que ya no sirven; apostaríamos, en este caso, por los textos escritos por Mayorga para este Shock 2), textos repletos de retranca y mordacidad, los guilty pleasures, (nuestra apuesta va por Cavestany) y textos repletos de crítica social, de politización y espectacularización de los contenidos (pensamos en Lima y Boronat). Algunos funcionan mejor que otros, aunque entendemos que es un tema de gustos. Eso sí, en términos generales nos convencen y nos agradan en la misma línea que lo hicieron los de el cóndor y el puma.

Funcionan, igualmente, con gran eficacia los apartados de escenografía y vestuario de Beatriz San Juan, la acertada iluminación en manos de Pedro Yagüe, la música y el potente espacio sonoro creado por Jaume Manresa, así como los más que satisfactorios diseño de sonido, de Enrique Mingo, la videocreación de Miquel Àngel Raió y la caracterización de Cécile Kretschmar.

Por último, en el apartado interpretativo, repiten varios de los actores y actrices que ya pudimos ver en la primera parte de Shock y aparecen nuevos rostros como el de Antonio Durán «Morris», Guillermo Toledo o Alba Flores.  Nos quedamos con las interpretaciones, precisamente, de estas tres incorporaciones al reparto. Debemos señalar que todos ellos y ellas logran un generoso resultado. Destacamos a «Morris» en su papel de Carl Schmitt (que abre la función con un discurso fabulosamente interpretado). Guillermo Toledo está genial en sus interpretaciones de de Bin Laden o de George Bush (padre/hijo) y Flores concita toda nuestra atención cuando se mete en el rol de la mujer árabe. Todo un delicioso desfile de excesos de la comunidad imaginada.

Shock 2 se convierte, así pues, en un díptico, hasta la fecha, de la desutopía. Un viaje a la cámara oscura de la humanidad, a las indignidades de nuestra historia reciente, en un tratado necesario de la impugnación de lo indecente; un genuino esquizoanálisis, cuasi Guattariano, de cómo opera la macro y la micro política, todo pasado por ese embudo de la defensa, legítima, de una mirada politizada que no militante.

Solo nos queda una espina clavada y guarda relación con esa reflexión que propone la obra acerca de si cada uno de nosotros, como ciudadanos y ciudadanas, somos conscientes de el valor de nuestras indiferencias, de nuestras indolencias o, al contrario, de nuestras resistencias, de nuestras luchas. Citando a León Rozitchner: «cuando el pueblo no lucha, la filosofía no piensa«.

Nosotros estamos de acuerdo. Dicho lo cual, también queremos pensar que (y esto ya es cosecha propia): «cuando la cultura lucha, el pueblo vuelve a pensar«.

SHOCK 2: LA TORMENTA Y LA GUERRA

PUNTUACIÓN: 4 CABALLOS (Sobre 5)

Se subirán a este caballo: Quienes deseen siempre una buena dosis de teatro político y social.

Se bajarán de este caballo: Quienes hayan introyectado el maniqueísmo como una deformación para mirarlo todo.

***

Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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Texto: Albert Boronat, Juan Cavestany, Andrés Lima y Juan Mayorga, (basado en hechos reales y textos de Olga Rodríguez y Alba Sotorra)

Dramaturgia: Albert Boronat y Andrés Lima

Dirección: Andrés Lima

Reparto: Antonio Durán «Morris» (Carl Smith, Dick Cheney, Boris Yeltsin, Director de teatro, Soldado de la Marina Española), Alba Flores (Mujer árabe, Minal, Periodista, Corista, Cabo H. H y Coro), Natalia Hernández (Marta Sánchez, Ana Botella, Dorothy, Comandante Arian, Joyce Rumsfeld, Soldado Sabrina, Nancy Reagan y Coro), María Morales (Laura Bush, Lynne Cheney, Yamila, Margaret Thatcher, Olga Rodríguez, Corista, Sargento J. P. K. y Coro), Paco Ochoa (Víctor Gao, Tony Blair, Donald Rumsfeld, Soldado de la Marina Española, Wojtyla y Coro), Guillermo Toledo (Osama Bin Laden, George Bush padre, George Bush Jr., Ronald Reagan, General Miller y Coro) y Juan Vinuesa (José María Aznar, Yaser, Boris Yeltsin, Periodista, Soldado de la Marina Española, Soldado H. y Coro)

Voces en off: Andrés Lima (Den Xiaoping y José Antonio Marcos), Alberto San Juan, (Charlton Heston), Olga Rodríguez

Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan

Iluminación: Pedro Yagüe

Música y espacio sonoro: Jaume Manresa

Diseño de sonido: Enrique Mingo

Videocreación: Miquel Àngel Raió

Caracterización: Cécile Kretschmar

Ayudante de dirección: Laura Ortega

Ayudante de iluminación: Enrique Chueca

Ayudante de vestuario: Carlota Ricart, Remedios Gómez

Ayudante de videocreación: Arantxa Melero

Realizaciones: Maribel RH S.L. (realización vestuario), Mambo Decorados (realización mobiliario)

Fotografía: Laura Ortega, Bárbara Sánchez Palomero y Luz Soria

Tráiler: Bárbara Sánchez Palomero

Archivo sonoro: Olga Rodríguez, Departamento de Documentación de la Cadena SER © Sociedad Española de Radiodifusión, S.L.U.

Diseño Cartel: Equipo SOPA

Alumnado en prácticas: Olga Abolina, Jorge Mediero y Fran Weber

Coproducción: Centro Dramático Nacional y Check-in Produccion

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