LA CASA DE LOS ESPÍRITUS. Cada momento es dos momentos

Cuatro generaciones de una familia se narran en escena dejando paso a las crisis, cambios, anhelos, pérdidas y transformaciones que en paralelo van sucediéndose en Chile, el país telón de fondo de esta historia de una saga familiar.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «La casa de los espíritus» que, con adaptación de Anna María Ricart (sobre el texto de Isabel Allende) y dirección de Carme Portaceli, nosotros hemos podido ver en la sala principal del Teatro Español, en Madrid. 

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No se apuren. La respuesta es «sí», estamos ante una adaptación de una novela de 480 páginas. Adaptación que podría suscitar el (más o menos pertinente) debate en torno a si tiene algún sentido el traspaso de una novela tan prolija al teatro, teniendo en cuenta que ya hubo un traspaso de la narración a lo cinematográfico (en el año 1993 dirigida por Billie August que venía de dirigir, en 1992, «Las mejores intenciones»). Esas 480 páginas de ese best seller de la sobrina del Presidente Salvador Allende, pasan a sustanciarse en un montaje teatral de tres horas y veinte de duración. No sé si está el público para  liturgias tan dilatadas, aunque, ciertamente, el público que acude al teatro es de lo más heterogéneo.

Habrá quien soporte bien esa duración salga cayendo en aquel lugar común del «pues a mí se me pasó sin darme cuenta» (lo cierto es que el tiempo es tan subjetivo). A nosotros, se nos hizo larga. Tres horas son tres horas se mire por donde se mire y pese a ello, sí debemos reconocer el empeño de la dirección por saber regatear con el ritmo de la propuesta con transiciones muy fluidas, cambios de personajes y saltos temporales, bastante bien traídos, etcétera. No ayuda, eso sí, un trabajo de iluminación que cae en lo melancólico y lo subraya. Como si la novela no poseyese esa aureola de realismo mágico capaz de admitir otro juego de luces menos propenso a lo rojizo, a lo plúmbeo por el que opta, aquí, David Picazo. Algo muy similar ocurre con la música original y el espacio sonoro (a cargo de Jordi Collet) que no termina de arrancar nunca el vuelo y propende de nuevo al hábitat de lo melancólico y onírico como ejes transversales antes que a un espectro mucho más amplio de texturas sonoras, (tengamos en cuenta que la historia es también violenta a su manera, que habla de la redención, de momentos muy convulsos de la política y la sociedad chilenas y la música solo parece hacerse cargo de la impronta de la extrañeza, de lo insólito). 

Portaceli dirige a un reparto de diez intérpretes que, claro, no solo representan un único rol si no que se subdividen dentro de los linajes de esta saga familiar y otros más secundarios. Diez actores y actrices que, a nuestro juicio, corren una suerte desigual sobre la escena. Salen bien pertrechadas, solventes en sus roles, por un lado Carmen Conesa (en el papel de una Clara que bien podría haber salido de un lienzo de John Everett Millais; hiper romantizada en esta propuesta, arrastrando su vestido blanco de cola, barbilla siempre bien alta, paso consciente en cada escena, frases cortas, para darle un carácter dulce, pero vehemente, lúcido y beligerante a su personaje que semeja un espíritu en sí mismo; el espíritu de la que tiene un pie en este mundo y otro en el más allá). Por otro lado, Gabriela Flores, ofrece un excelente trabajo de contención al imbuirse de todo el dolor y la represión de una mujer tan falta de cariño como Férula.

No nos termina de convencer el papel (los papeles) en los que vemos a Inma Cuevas. Para ella están pensados algunos fragmentos que quieren aligerar la sobrecarga dramática de la propuesta y, sin embargo, en sus diferentes registros nos resulta, por término general, lo suficientemente impostada y sobreactuada, en su manera de decir el texto, como para disfrutar de sus personajes (si, incluyendo el momento cabeza cercenada). El papel de Alba Trueba, rapsoda oficial de la historia, tampoco termina de parecernos redondo.

 

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En el capítulo de actores masculinos, destaca, por sus características de personaje principal el actor Francesc Garrido. Debemos señalar que el suyo posee un peso protagónico en las más de tres horas de función y que, a nosotros, nos convence de manera irregular. Hay formas de acentuar algunas frases de su texto que no acabamos de comprender. Llámennos pejigueros. Con todo, acierta al pasar, rápidamente, de un momento histórico a otro (ahora hago de joven, ahora hago de viejo) y, desde luego, sí suscita buena parte de todo eso que debería suscitar un personaje como el que interpreta: machista, soberbio, vengativo, cruel, misógino, abusador; uno de esos seres despreciables tallados a pulso de conquistas y logros personales. Una joyita. 

Los demás actores no destacan por papeles que nos emocionen o nos lleven a una parada para destacar algo de sus interpretaciones. La obra progresa gracias a una estupenda dirección del conjunto, que intenta agilizar el ritmo y no dejar demasiados espacios abiertos a la divagación innecesaria. Cierto que la obra se sostiene en una parte importante de narración, pero ello no supone un problema pues mantiene la expectación y está bien adaptada para que el público no baje la guardia. Difícil logro en el traspaso de una novela a lo teatral. Sin duda. 

Si algo posee el texto de Allende, más allá de que cuente con sus defensores y con sus detractores, es que apela directamente a aquello de lo que hablaba la escritora canadiense Anne Michaels cuando afirmaba que: «la  historia es amoral: los hechos ocurren. La que es moral es la memoria. Lo que recordemos conscientemente es lo que nuestra conciencia recuerda. Historia y memoria comparten los hechos; es decir, comparten tiempo y espacio. Cada momento es dos momentos«. En efecto: el momento de los hechos y el momento de la memoria.  Alba Trueba, es la que se hace cargo de humanizar los eventos, de acompañarlos de esa afectividad necesaria para llevar a cabo un recuento del pasado como una ecuación en la que se introduzca todo lo amado y todo lo perdido; todo eso, sí, que la historia ignora. 

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La casa de los espíritus, tomada desde este lugar, desde este ángulo de fábula ética (tal vez el mejor posible), no deja de ser pertinente. Poder tomarla como versión moral antes que ideológica, ayuda a adentrarse en la historia sin maniqueísmos. 

El diario alemán Der Spiegel le preguntaba a Isabel Allende en 1986: «¿Ha mezclado usted un panfleto político con una historia de amor de kiosko para producir un más que seguro superventas?». Esta es una de las principales críticas a las que no ha escapado la novela de Allende desde su publicación. Su romanticismo. Por desgracia, en la pieza teatral, todavía se cae demasiado en ese lugar de la obra, renunciando a un mayor énfasis de su violencia y dramatismo. Ahora bien, para comprobarlo, acudan ustedes mismos/as. Ya saben que una cosa son los hechos y otra, muy diferente, los afectos que generan.  

 

LA CASA DE LOS ESPÍRITUS

 

PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS (Sobre 5)

Se subirán a este caballo: Quienes deseen encontrarse con adaptaciones literarias en su traspaso a lo teatral.

Se bajarán de este caballo: Quienes no lleven bien más de tres horas de función y esperasen algo más de historia moral frente a sobredosis de romanticismo. 

FICHA ARTÍSTICA

FICHA ARTÍSTICA Y TÉCNICA
DIRECCIÓN: CARME PORTACELI
TEXTO: ISABEL ALLENDE
ADAPTACIÓN: ANNA MARIA RICART
DRAMATURGIA: ANNA MARIA RICART CARME PORTACELI
REPARTO: JORDI COLLET, CARMEN CONESA, INMA CUEVAS, DAVID FERNÁNDEZ “FABU”, GABRIELA FLORES, FRANCESC GARRIDO, MIRANDA GAS, BORJA LUNA, PILAR MATAS Y GUILLERMO SERRANO
DISEÑO DE ESPACIO ESCÉNICO: PACO AZORÍN
DISEÑO DE ILUMINACIÓN: DAVID PICAZO
DISEÑO DE VESTUARIO: CARLOTA FERRER
AYUDANTE DE VESTUARIO: SONIA CAPILLA
COREOGRAFÍA Y MOVIMIENTO: FERRAN CARVAJAL
MÚSICA ORIGINAL Y ESPACIO SONORO: JORDI COLLET
DISEÑO DE VIDEO: MIQUEL ÀNGEL RAIÓ
DISEÑO DE SONIDO: PABLO DE LA HUERGA
AYUDANTE DE ESCENOGRAFÍA: FER MURATORI
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: MONTSE TIXÉ
UNA COPRODUCCIÓN DE TEATRO ESPAÑOL, GREC 2020 FESTIVAL DE BARCELONA TEATRE ROMEA 

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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