Jack Johnson, primer afroamericano que se proclamó campeón mundial de pesos pesados, está viviendo en Barcelona. Corre el año 1915 y ha tenido que abandonar su Estados Unidos natal para no enfrentarse a una condena injusta en su país en el que se le acusa del delito (existente en aquella época) de «transportar mujeres blancas de un estado a otro con propósitos inmorales». Pero en Europa, aunque el racismo se destila de otra forma, tendrá que librar su batalla más difícil: la de plantearse si regresar o no a EE.UU y enfrentarse a la justicia por muy injusta que fuese en su caso.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «El combate del siglo» que, con texto y dirección de Denise Duncan, nosotros hemos podido ver en la sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán, en Madrid.
La carrera profesional, como boxeador, de Jack Johnson, el gigante de Galveston, fue cuesta a abajo cuando las autoridades norteamericanas le arrestaron por moverse por el país con una mujer blanca, una mujer llamada Lucille Cameron, bajo la premisa de haber cometido el delito de «transporte de mujer blanca con propósitos inmorales» amparándose en la Mann Act, (una ley que culpaba a los solteros que viajasen con una mujer, de un estado a otro, con intenciones inmorales). Su novia, blanca, enamorada de un negro, se casó con él para librarlo de la condena, pero aparecería otra amante de Johnson que terminaría declarando en su contra y, esta vez sí, llevándolo contra las cuerdas del racista sistema judicial de la época. En torno al año 1912, el campeón de boxeo de los pesos pesados, fue arrestado. Año en el que en Estados Unidos todavía había «lavabos para caballeros» y «retretes para negros». Un racismo supremacista y una fortísima segregación racial, campando a sus anchas por todo el país.
Dos años antes de ser arrestado, en 1910, Johnson ganaba en Reno (Estado de Nevada) una pelea contra la llamada «gran esperanza blanca»: Jim Jeffries. Un negro ganando en un combate a un blanco. Aquello no era algo que un país supremacista pudiese soportar: se desataron fuertes disturbios raciales a lo largo y ancho de la geografía norteamericana. De aquellos polvos, estos lodos. Con toda seguridad, Johnson pasó a estar bajo el foco de las autoridades de un país rematadamente racista. Había que darle su merecido y, dos años después, su arresto era la derivada natural. Jonhson logró escabullirse y huyó a Europa. Vivió una temporada en París, también Madrid y en Barcelona. Es esta etapa la que se lleva a escena en este «El combate del siglo».
En la pieza, el actor Armando Buika representa el papel de un Johnson en horas bajas, viviendo en una Barcelona supuestamente más liberal, en la que puede dar rienda suelta a sus pasiones amatorias (con unas y otras) y a cierto desenfreno en lo que a ostentación social se refiere (gastos en drogas, cenas, comidas, bebidas, todo para congraciarse con una clase social y un statu quo alejado de sus humildes orígenes; todo para ser aceptado). En la pieza se nos cuenta también cómo Lucille, su pareja, viviría esos años junto a él en Europa y, mediante licencias del texto, asistiremos a saltos temporales que tratarán de contextualizar los diferentes momentos de la vida del boxeador: su relación con el deporte, con las mujeres, con el delito por el que fue imputado, con el racismo, con su madre y con su principal rival, Jim Jeffries que, en la obra, se le aparece también a modo de espectro del pasado.
Con todos estos resortes, uno pensaría que la obra podría tener potencial y así es. O mejor dicho: podría haberlo tenido, puesto que, en escena, sucede más bien poco de lo que se desearía. Fallan bastantes cosas. Los acontecimientos se hilvanan de un modo enrevesado y precariamente en un sinsentido de totum revolutum. Aquellos momentos de la vida del púgil que podrían ser enfatizados para despertar y concentrar mayores emociones en el público, se agarrotan, se desaprovechan y se disuelven al instante. No hay, apenas, momentos en los que logremos empatizar con el personaje principal y este es el mayor problema de la función. No sabemos si ello obedece a un texto al que no se le ha sacado partido, a una dramaturgia demasiado despersonalizada y coreografiada, a unas partes cantadas que no aportan absolutamente nada o a unas interpretaciones que, con franqueza, no están a la altura esperada.
Tanto Armando Buika como Àlex Brendemühl se nos presentan como dos meros transmisores de información, relatores de la historia, sí, pero muy alejados de una representación que cristalice en un repertorio contundente de emociones que terminen resonando en el público. No sucede e incluso diríamos que hay una propensión a contención. Nos llama la atención el papel de Jack Johnson que, a la luz de su biografía, tendría que transmitir una mayor fuerza dramática. El dolor de su exilio, el vértigo de una hostil y amenazante sociedad racista. No lo hemos sentido así.
En las interpretaciones de las actrices, tampoco podemos destacar una distinción con relación a lo anterior. Las interpretaciones resultan correosas y desapegadas de lo genuino, de lo carismático. En definitiva, este combate sitúa a esta dramaturgia de Duncan al borde de un verdadero Knock Out.
Por último, y de manera anecdótica, sin que sirva de precedente, un dato más del asunto Jack Johnson. Durante los años de gobierno de Obama, los herederos de Johnson reclamaron al demócrata un indulto póstumo que nunca llegó. Hubo que esperar hasta el mandato de Donald Trump para que este concediese el indulto al púgil que, tras regresar a EE.UU en 1920, fallecería en el año 1946, a los sesenta y ocho años de edad.
EL COMBATE DEL SIGLO
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS (Sobre 5)
Se subirán a este caballo: Quienes gusten de obras teatrales apegadas al «basada en hechos reales».
Se bajarán de este caballo: Quienes esperen un nivel interpretativo y de dirección con más músculo.
FICHA ARTÍSTICA
Texto y dirección: Denise Duncan
Traducción al catalán: Marc Rosich
Reparto: Queralt Albinyana, Àlex Brendemühl, Armando Buika, Andrea Ros y Yolanda Sikara
Escenografía: Víctor Peralta
Iluminación: Guillem Gelabert
Vestuario: Nina Pawlowsky
Dirección musical: Marco Mezquida
Espacio sonoro: Jordi Bonet
Músicos de la banda sonora grabada: Manel Fortià (contrabajo), Carlos Falanga (batería) y Marco Mezquida (piano)
Grabación estudio: Jordi Bonet y Marçal Cruz (OIDO)
Vídeos promocionales: Raquel Barrera
Asesoramiento dramatúrgico: Isaias Fanlo
Asesoramiento en boxeo: Xavier “Machete” Flotats
Asesoramiento en la coreografía: Jeanette Moreno Silva
Asesoramiento en dicción: Ignasi Guasch
Ayudante de dirección: Xavi Buxeda Marcet
Estudiante en prácticas de dirección: Katja Diao (ERAM)
Fotografía: Kiku Piñol
Diseño de cartel: Equipo SOPA
Coproducción: Centro Dramático Nacional, Sala Beckett, el Grec 2020 Festival de Barcelona y Teatre Principal de Palma
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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