RIDING ON A CLOUD. Sublimar el sufrimiento

Yasser recibió un disparo que le atravesó el cráneo. Una bala perdida de un francotirador apostado en un edificio de Beirut, en los últimos estertores de la guerra civil libanesa. Yasser, mediante una serie de grabaciones de audio y vídeo, nos hará el relato de quién era él y cómo, a raíz del disparo recibido, tuvo que hacer se cargo de su nueva manera de habitar el mundo con una afasia como secuela de su lesión cerebral.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la pieza «Riding on a cloud» que, con dirección y guion de Rabih Mroué e interpretada por Yasser Mroué, nosotros hemos podido ver el el Centro Cultural CondeDuque de Madrid.

Yasser, hermano del director, recibió un disparo cuando era joven. Cuando la guerra fratricida en el Líbano, que se extendió desde 1975 a 1990, recontaba ya más de cien mil muertes. La obra soslaya lo bélico, como telón de fondo, para centrarse en las consecuencias de un conflicto armado sobre las personas. Más aún, sobre quienes se encuentran en medio de una guerra en la que no han siquiera elegido bando. Cuando eres un adolescente que cruza una calle y te ves atravesado por una bala que ni siquiera era para ti, te das cuenta de la idea de predestinación. Ese asunto del que tanto hablaba Epicteto. Una bala predestinada. En el momento exacto en que Yasser salió a la calle. (¿Donde estaba, en ese momento, ese Dios del que el Deuteronomio dice que cabalga sobre las nubes?)

 

 

El relato de los hechos no transcurre linealmente, ordenado cronológicamente, si no diseminado, en saltos temporales, en retazos, recuerdos, experiencias, reflexiones, que van proyectándose en pantalla. Yasser, que en escena ya no es un adolescente si no el hombre que se reconstruyó desde aquel disparo, se sienta frente a una mesa y va introduciendo una serie de dvd’s, sucesivamente, en un lector. Cada dvd contiene un pedazo de la historia. Una parte del collage performativo.

Para algunos/as esto caería fuera del espacio de la dramaturgia y no estaríamos hablando de una obra de teatro al uso, ya no canónica si no incluso de una pieza postmoderna. Los elementos circunscriben la propuesta y la acercan, la supeditan, al terreno del documento audiovisual. A la idea de testimonio arropado de música, poesía e imágenes. Yasser es un corresponsal de sí mismo.

Vemos a un Yasser ya talludito caminando renqueante por escena (cuando debe hacerlo), leyendo textos en árabe, diseccionando su vida a modo de representación irrepresentable. Es la ilusión la que siempre desaparece en la realidad, que diría Braudillard. Solo es posible el simulacro. Yasser reverbera frente a un espejo de imágenes grabadas, frente a un número de recuerdos y fotografías de su infancia, de sus padres. El afásico que trata de re ordenar una vida hecha pedazos. El afásico que nos trae a la memoria el famoso ejemplo que ponía el Doctor Oliver Sacks en su relato «El discurso del Presidente» en el que un grupo de pacientes con afasia se reían mientras escuchaban el discurso de un Ronald Reagan que solo ellos podían comprender más allá de las palabras. «Se puede mentir con la boca, pero la expresión que acompaña a las palabras dice la verdad», que diría Nietzsche. Qué euforia tan penetrante en la conciencia de quien cree que puede organizar un pasado evanescente y otorgarle un sentido a la experiencia, cifrarla para poder asir aquello que es inasible.

 

Yasser llega a buscar, con el tiempo, el lugar desde el que un francotirador le insertó una bala en el cerebro mientras el Yasser joven cruzaba una calle. La necesidad de indagar en la experiencia es lo que nos hace humanos. No creo que otra especie animal llegase a buscar un sentido a sus avatares. Y lo que nos deja la historia es la conclusión de cómo el azar gobierna nuestras vidas con la mismas firmeza que la voluntad de los hombres.

Todo nos recuerda, mucho, mutatis mutandis, a aquel «Finir en Beauté» del marroquí Mohamed El Khatib que llevaba a escena, del mismo modo performativo mediante imágenes, sonidos, recuerdos, grabaciones, la muerte de su madre. No todo artefacto con estas características pasa la criba (pues cada vez son más recurrentes como fórmulas en lo teatral) y algo debe poseer la pieza para alcanzar un lugar carismático. A nuestro juicio, la presente sí alcanza ese lugar de interés dado su carácter de genuina y sincera. Hay mucho aquí de arte como expresión de voluntad, como expresión de sentimiento, casi a lo Schopenhauer,  y así se logra que, por encima de la materialidad con la que está concebida la propuesta, destaque en su vertiente emocional. Punto a favor para «Riding on a cloud».

Del compendio de este simulacro biográfico nos quedamos con una reflexión que nos lleva de nuevo a Shopenhauer. Aquella que señala que una vida sin dolor no tiene sentido. Y añadiremos: ojalá todos/as supieran sublimar el sufrimiento como lo hace aquí Yasser.

 

RIDING ON A CLOUD

PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre 5)

Se subirán a este caballo: Quienes disfruten con propuestas apegadas a la autobiografía performativa.

Se bajarán de este caballo: Quienes esperen una historia más próxima a lo teatral.

FICHA ARTÍSTICA

DIRECCIÓN Y GUION Rabih Mroué

INTÉRPRETE Yasser Mroué

COLABORADOR Y DIRECTOR TÉCNICO Sarmad Louis

ASISTENTE Petra Serhal

TRADUCCIÓN Ziad Nawfal (inglés)

COPRODUCCIÓN Fonds Podiumkunsten, Prins Claus Fonds, Hivos & Stichting DOEN (Países Bajos)

 

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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