EL GRITO. Que se quedó en murmullo

Aina se casa con Rubén. Ambos parecen felices y hacen planes de familia. Ella se queda embarazada de dos bebés tras haber buscado una clínica de fecundación in vitro. Pero, al poco tiempo, Rubén decide dejar a Aina y desentenderse de los hijos alegando que no son hijos suyos. Efectivamente, una prueba de paternidad demostraba que él no era el padre. Algo así solo podría entenderse en base a un error en la cadena de custodia de las muestras de semen en la clínica de fertilidad. Aina, comenzaba así una batalla legal denunciando a la clínica. ¿Pero iba una clínica de prestigio a reconocer un error así? O, ¿resultaría más sencillo desacreditar la versión de Aina argumentando que si su pareja no era el padre, tal vez era porque ella le había puesto los cuernos con otro hombre?

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «El Grito» que, con dramaturgia de Itziar Pascual Amaranta Osorio y dirigida por Adriana Roffi, nosotros hemos podido ver en la Sala Guirau del Teatro Fernán Gómez, de Madrid.

 

 

Es Pilar de Yzaguirre la impulsora y adalid de esta propuesta. Es ella quien, suponemos, les hace llegar el encargo a Itziar Pascual y Amaranta Osorio, las autoras del texto. Texto que sigue, con una estructura fundamentalmente lineal, desprovista de elementos oníricos (algunos los hay, pero no cuajan), la historia real en la que se basa. Una historia que ocurrió en España y que enfrentó judicialmente a una mujer, la denunciante, con el Instituto Canario de Infertilidad (ICI). La disputa de ese caso saltó a los medios (puede leerse, por ejemplo, aquí).

No es el asunto de esta crítica indagar en los pormenores del caso sino auscultar el ritmo, el tono de la escritura, las interpretaciones y otros elementos vistos en escena. En lo que respecta al texto, sentimos que es un texto sincero, con algunas francas debilidades en algunas de las partes que le restan imparcialidad a la trama (aunque entendemos que esa idea es premeditada). No se trata de un texto demasiado ambicioso sino apegado a una historia que se quiere hacer verosímil a fuerza de tratar de situarnos en el lado de la denunciante. Nos gusta que no se trace el personaje de Aina a modo víctima recalcitrante e indefensa sino como mujer luchadora y decidida a ser escuchada y no prejuzgada en su causa.

Creemos, eso sí, que si el texto y el drama se empobrecen en esta pieza, es por la elección de un elenco muy desigual y por una dirección un tanto pasiva/ausente. Lo mejor, en el capítulo de las interpretaciones, son Ana Fernández, en el rol de madre que va desarrollando un Alzheimer galopante, y Nuria García, que encarna a Aina, la protagonista.

Los/as demás, siembran el apartado de las interpretaciones de irregularidades que desnortan por completo. En particular, el personaje de Rubén que es encarnado por Oscar Codesido. Su interpretación es la que menos nos convence y la que, sentimos, no ha tenido apenas un marcaje desde la dirección. Nos preguntamos cómo es posible que algunos tics, aspavientos o imposturas no hayan sido corregidas por la directora de la pieza. Muy estereotipada, asimismo, el papel de la abogada de turno de oficio que recae en Patricia Palau. Su personaje es tomado desde un a mecánica casi caricaturesca, casi a modo de abogada pro bono con todos los clichés posibles. Ver la rabia o el enfado con el que se suele sacar la chaqueta nos resulta un tanto esperpéntico. Sin nada que aporte especialmente al drama, con un rictus de «pasaba por aquí», el papel de la jueza que interpreta Carlota Ferrer. Un poco mejor, el abogado de la clínica (Alberto Iglesias) y el presidente de la clínica (José Luis Alcobendas), en sendos papeles de reparto alejados de lo carismático.

 

 

En términos de idea y concepto de lo que se quiere poner en escena, valoramos la honestidad de la propuesta. Como homenaje a las «mujeres tenaces que han sabido enfrentar grandes dificultades en su proceso de maternidad». De acuerdo. Es noble y, como tal, negro sobre blanco, puede resultar interesante. El problema reside en que cuando este planteamiento da el paso a lo escénico, hay muchas preguntas que dejan más cabos sueltos que cerrados en lo que respecta al asunto que se quería tratar. Por ejemplo, pensemos en el personaje de Rubén: el padre que luego dice que no son sus hijos. Viendo lo que vemos en escena, Rubén no se compadece con la idea de un maltratador o un tipo miserable que quiere destrozar la vida de Aina sino, al contrario, como un hombre con un severo trastorno mental (el más severo, tipo esquizofrenia o trastorno psicótico) y parece honrado sacar a Rubén de la ecuación: su acto no parece estar medido por una voluntad concertada sino, más bien, egodistónica fruto de un brote.

Sí se queda en la ecuación la batalla entre una clínica de infertilidad que se ve denunciada y la denunciante, Aina, a la que la clínica, niega la mayor: ellos no han cometido error en la custodia de las muestras porque eso no es posible, de lo que se desprende que es ella la que ha cometido el error de haberse acostado con otro hombre. Ese prejuicio, torticero, que la propia sentencia acabará mandando al traste por su naturaleza difamatoria y cargada de machismo, es el que sostiene la trama y el conflicto. Aina y su abogada de oficio frente a un Goliat convencido de poder ganar la partida. Así, la historia pasa ya a convertirse en drama jurídico con carga de sexismo. ¿Conseguirá Aina ser resarcida por el daño a ella y a sus hijos por parte de la clínica? (Recordemos que Rubén ya no está en esta ecuación). Todo lo que nos queda por ver pasa por la batalla contra la clínica. La clínica con un mejor abogado, la clínica con posibilidades de traficar con influencias, la clínica que sabe cómo llegar hasta la jueza que llevará el caso, etcétera. Mientras, Aina cuida de su madre, cada día más deteriorada en su memoria, comparte ratos de charla con ella, cría a sus dos hijos y busca otros trabajos.

 

 

 

Otro de los cabos sueltos que deja la obra tiene que ver con la parte en la que la juez se entera de que el presidente de la clínica de infertilidad, viejo compañero de la infancia que ha reaparecido en su vida, es parte implicada en el proceso jurídico del que ella se está encargando. Nos preguntamos si eso es parte, también, de la historia real o, al contrario, elemento ficcionado. En cualquier caso, qué se nos quiere decir: ¿que la juez castiga a la clínica al enterarse de que su viejo amigo, a la sazón presidente de la clínica, trataba de alterar el proceso? ¿Afectaría de algún modo a la sentencia que la jueza supiese o ignorase qué puesto ocupaba su viejo amigo? ¿Que a la justicia se le puede comprar y manipular por medio de injerencias? etcétera. Es cierto que el final queda desdibujado por este hecho en sí mismo y deja ese tipo de preguntas. De hecho, no comprendemos muy bien qué se quiere lograr al meter en la ecuación al presidente de la clínica interfiriendo con la juez. Nos gustaría mucho más una sentencia que respondiese estrictamente a las pruebas y los hechos per se, antes que una que nos deja también, abierta, la posibilidad de haberse visto mediatizada por el enfado de una juez con un viejo amigo.

El apartado de música para la escena, a cargo de Carlota Ferrer (voz) & Alberto Iglesias (trompeta), sentimos que no funciona y arrastra a la propuesta ya no hacia un dramatismo tenebroso sino, antes bien, hacia un dramático esperpento. Por último, en el apartado escenográfico, sin demasiados alardes (no acabamos de entender el árbol a no ser que responda a una simbología de la madurez, de las raíces), le otorgamos un punto a favor a Anna Tussell.

Dice Ana Fernández en la obra que, a veces, el tiempo es hierro y otras es nieve. A nosotros el tiempo pasado viendo «El grito» se nos quedó en murmullo

 

 

EL GRITO

PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS (Sobre 5)

Se subirán a este caballo: Quienes busquen obras basadas en hechos reales.

Se bajarán de este caballo: Quienes esperen unas buenas interpretaciones.

FICHA ARTÍSTICA

Dramaturgia – Itziar Pascual Amaranta Osorio
Dirección – Adriana Roffi

Reparto:
Empar Amat (Amparo) –  Ana Fernández*
Aina Lóguez Amat y enfermera – Nuria García
Rubén Torres – Óscar Codesido
Patricia Palau – Lucía Barrado
Agustín Becerro – Alberto Iglesias
Doctor Serrano – José Luis Alcobendas**
Victoria Sau – Carlota Ferrer

* Elsa Chaves las funciones del 24 al 28 de marzo de 2021
** Pablo Turégano desde el 30 de marzo al 4 de abril de 2021

Música para escena: Carlota Ferrer (voz) & Alberto Iglesias (trompeta)

Ayudante de dirección – Elsa Chaves
Ilustración del cartel: Mercedes deBellard
Escenografía – Anna Tusell
Vestuario – Guadalupe Valero
Diseño audiovisuales – Elvira Ruiz Zurita
Diseño iluminación – Paloma Parra
Maquillaje y caracterización: Chema Noci
Fotografía – Xavi Vilanova
Dossier – Cristina Galán
Dirección técnica en gira – Íñigo Benítez
Dirección Ysarca y producción ejecutiva: Pilar de Yzaguirre
Subdirección Ysarca: Pilar Gª de Yzaguirre
Gerencia y dirección de producción: Elisa Ibarrola
Ayudante de producción: Nuria Sosa
El Grito es una coproducción de Ysarca, Pilar de Yzaguirre, y el teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa.

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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