SIEMPREVIVA. El amor que se desangra

Alex Macklin, un artista de éxito en el campo del Land Art, ha entrado en estado vegetal permanente. Una de sus exmujeres, su hijo y la nueva y jovencísima mujer de Macklin, parecen tener deseos diferentes acerca de qué es lo mejor para el hombre: dejarlo morir naturalmente o ayudarlo a morir con dignidad. Hasta tomar la decisión y llegar a un consenso, los tres personajes mantienen vivo a Alex recordando momentos de su vida repletos de luces y de sombras.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Siempreviva» que, con versión y dirección de Salva Bolta (basada en Sangre de amor engañado, del norteamericano Don Delillo) e interpretada por Felipe García Vélez, Mélida Molina, Marina Salas y Carlos Troya, nosotros hemos podido ver en las Naves del Español de Madrid.
Dice Eduardo Lago, crítico literario versado, escritor y traductor, que Don Delillo es, probablemente, el escritor vivo más importante. No le restaría una sola palabra. Para quien escribe estas líneas, es mucho más que eso: un tipo capaz de crear universos literarios extraordinarios por medio de los que los lectores podamos acceder a una dimensión de goce intelectual tipo «experiencia cumbre». Ahí es nada. No me consta que en España alguien se atreviese (no sé si atreverse es el verbo correcto) a poner sobre las tablas una pieza del gigante Delillo. Tampoco entiendo muy bien a qué obedecería este hecho. ¿Quizás a que, en nuestro país, se le conoce poco? Pudiera ser.
En el lado cinematográfico, el primero que llevó a fotogramas una de las obras del autor Neoyorkino fue David Cronenberg con la adaptación de Cosmópolis (el libro me seduciría más). Hoy, leo que el director Noah Baumbach está rodando la adaptación cinematográfica de White Noise (Ruido de fondo, traducido en España), novela de Delillo que fue, en mi caso, la primera que leí del autor y es ya, para mí, un fetiche literario sin parangón.
¿Qué tienen las novelas, la escritura, del autor nacido en el barrio de Brooklyn para despertar el fervor de personas como Eduardo Lago o de un servidor (y tantas otras)? Pues su destreza para dotar de una profundidad asombrosa a los hechos cotidianos y a los hechos contemporáneos .
Múltiples son los códigos artísticos representativos de la escritura de Delillo, de su arqueología de la posmodernidad: su retórica de la conspiración, casi a modo de epistemología, que incluye elementos de lo subterráneo, lo invisible, lo insólito. Su hipertextualidad que nos remite a otros asuntos y a otros tropos convirtiéndolo en escritor propenso a lo rizomático, a lo metanarrativo (qué es la historia de la humanidad sino una entropía hipertextual). Su mirada sobre los medios de comunicación masivos, los agujeros negros de la información/desinformación, su fervor por la ciencia, sus miedos y dilemas en torno a lo tecnológico (dadas nuestras pesadas dependencias como seres humanos). Su incertidumbre resacosa al rededor de lo ecológico. Sus repasos a la belleza de lo aleatorio, al examen de la muerte (y sus posibilidades de desreferencialización), etcétera. Todo ello enriquece, de un modo apabullante, sus historias, sus tramas.
La que trae a escena Salva Bolta es una de las piezas teatrales de Delillo, mucho más conocido en su faceta de novelista (pero, claro, a ver quién osa adaptar una de sus novelas a lo escénico). Su teatro se resguarda en los mismos códigos, cifrados lejos de lo moralizante, casi deudores de una resistencia propia de un Thomas Bernhard.
Y Bernhardiano, también, es el personaje de Alex Macklin en esta «Siempreviva». Un creador, un artista, que busca la soledad y que parece querer exiliarse de toda la parafernalia de la comunidad del arte propia de un M.O.M.A o de un Metropolitan. Él ha encontrado guarida en una zona alejada, (no sabemos si se trata del desierto de Anza-Borrego en Baja California, pues nos recuerda mucho al personaje de Richard Elster de la novela de Delillo «Punto Omega»). Allí, en la lontananza como epicentro/vórtice de la nada y del todo, proyecta pasar sus últimos días en la siguiente arquitectura salida de la mente de un tipo que ha trabajado, con voluntad, el llamado land art: un gran cubo blanco como espacio habitable. Sin él saberlo, le llegará la muerte en forma de limbo, en forma de sucedáneo: sufrirá un accidente cerebrovascular y quedará postrado, vegetante, en una cama que ocupará, lo habéis adivinado, ese gran cubo blanco.
Del texto de Delillo (versión Bolta) deseo decir que es imperdible e impecable. Una escritura incisiva, reflexiva; tan magnética, pulsátil, vibrante, tan dolorosamente hermosa que te mesmeriza por completo.
Pero, no se queda en esto la obra porque, además, acierta en todos y cada uno de los aspectos que la rodean: dirección, interpretaciones, escenografía, música, iluminación y vestuario.
Bolta ha dirigido, con seguridad, la mejor obra de lo que llevamos de este 2021. La presencia del director se percibe en la disposición de los personajes en la escena, en cómo se mueven, en cada pequeño gesto que parece calibrado para dejar impronta. Solo podemos quitarnos el sombrero.
En el apartado (combinado) de espacio escenográfico, música, iluminación y vestuario, una matrícula de honor. La luz cae como un guante sobre ese desierto de cactus esculpidos, se abre paso dentro del cubo como una epifanía. La música acompaña de una forma sublime y el vestuario se ajusta, al milímetro, al tono del desierto, de las evocaciones de Park Avenue, al carisma de cada personaje y su flashback temporal.
Cuando uno ha leído mucho a Delillo, se ha imaginado muchas veces a sus personajes. Todos tienen un halo de profundidad intelectual inequívoca: todos reflexionan con agudeza, o poseen una destreza para el análisis de su entorno. No son banales y, en todo caso, lo aparentan. Los personajes de esta adaptación de Loves Lies Bleeding gozan de un enorme atractivo apoyados en un texto sin fisuras.
El papel de Alex Macklin recae en Felipe Garzía Vélez. Desde el momento en que abre la pieza, con su relato del hombre muerto en el metro, nos deja clavados en la butaca. El actor encaja perfectamente en el rol, más en esos fragmentos del principio y el final que en los que corresponden con los saltos temporales. Tiene atractivo y se adecúa a la actitud de un hombre que ha hecho lo que ha querido en su vida pese a haber dejado un pequeño número de daños colaterales por el camino, entre ellos el distanciamiento con su hijo. Su rastro no pasa desapercibido pues, incluso, su presencia en la cama en la que está postrado, aun cuando no le veamos, resulta apabullante.
El papel de Lía, la cuarta y jovencísima esposa de Macklin, está en manos de la actriz Marina Salas. A mí me ha resultado más irregular en su encaje, quizás por la brusquedad en las formas para presentar su malestar por la irrupción de Sean, el hijo de Álex, y de su segunda mujer, Toinette.
Me convence más cuando la dirección no la conduce a una rudeza un tanto infantilizada, casi de rabieta, que chirría tanto como los tres o cuatro golpes que ella misma asesta con una máquina pulidora sobre una mesa. No es sencillo apropiarse de la identidad de un personaje de mujer joven casada con el artista a quien habrá de cuidar el resto de sus días. Y tampoco es fácil, desde luego, apropiarse de un argumentario como el suyo en el debate de eutanasia sí/eutanasia no. Me hago cargo.
En en papel del hijo de Álex, encontramos a un Carlos Troya pletórico. En estado de gracia. Este actor me gusta cada día más. De recursos ilimitados en escena, aquí, penetra en la contenida personalidad de un hijo que siempre ha echado en falta a su padre; un padre del que recuerda momentos de ternura pese a haber alcanzado, con el paso del tiempo, el indeseable desapego. Cada uno de sus gestos, de sus soliloquios, de sus diálogos, es una gozada. Decir así un texto de Delillo no es poca cosa. Además, su personaje llega de nuevo a la vida de su padre habiéndose leído, mal que bien, las instrucciones de cómo administrar la dosis necesaria de morfina para lograr el efecto de una muerte dulce. Troya borda el conflicto, es verosímil y certero. Emociona cuando evoca la figura de su padre en su estudio de pintura en el que, Sean, probaría su primer café: fuerte y amargo; asusta cuando recorre la habitación, en la que se encuentra Macklin, como el hijo que uno no sabe muy bien si ha llegado para ofrecer un último gesto de benévola conmiseración o de impenitente venganza.
Y, por último, last but not least, el papel de Toinette, la segunda esposa del artista, madrastra de Sean, que encarna en este «Siempreviva» la actriz Mélida Molina. Lo diré con una sola palabra: Brillante. Desde el momento en que entra en escena y hasta el último minuto. Molina sustancia con firmeza y poderosa solvencia la identidad de una mujer que ha sabido adaptarse a diferentes entornos. Al de los ricachones y del postureo de Park Avenue que tanto enfermaba a Álex, o al del desierto que, ya antes de estar postrada su ex pareja en una cama, ella había visitado junto a Macklin. La mujer que ha sabido aparentar: no tener a veces ni un duro y, sin embargo, parecer una mujer adinerada. (Zasca a la hipocresía de esa pseudo intelectualidad de fiestas y aspavientos que aborrece Delillo). Toinette vuelve al desierto para tratar de convencer a la nueva y jovencísima esposa de que lo mejor es ayudar a Álex a morir. Cuidándose de no aparentar arrogancia intelectual, pero sabiendo que cuenta con la prerrogativa de ser la segunda en el listado de conquistas del artista moribundo. Su texto es el más evocador; a veces más turbio (oh, ese fragmento, maravilloso, de haber contemplado el intento de suicidio de Macklin cuando eran más jóvenes), a veces más hermoso; siempre con el inconfundible sello de la escritura preclara de Delillo. Llena de matices, Molina enriquece su personaje con indiscutible destreza/belleza.
Love lies bleeding es el título original de la obra que, en una traducción rápida, y quizás incorrecta, podría ser tomado, en español, como «el amor miente desangrándose» o, más correctamente, «el amor se encuentra sangrando» (frase encriptada con la variabilidad de acepciones del verbo «lie», con aureola poetizada, de esas que tanto gustan a Delillo ). En el idioma inglés equivale, también, al nombre común de una planta llamada Amaranthus Caudatus.
Bolta, en esta versión, reconvierte el título, con acierto, poniéndole «Siempreviva» (nombre de otra planta con resonancias, paradójicas, más que evidentes para la presente función. Y, por cierto. ¿acaso no es increíblemente excepcional ese fragmento en el que los personajes desgranan una lista de nombres de plantas del desierto entre la que se incluye la siempreviva? Sin duda alguna).
En cualquier caso, yo no sé si el amor miente desangrándose, o si el amor miente incluso cuando le cosen la herida por la que sangra.
Lo único que sé es que en esta pieza hay una serie de personajes buscando, infatigables, un temblor que convertir en sustentáculo; buscando un corte que convertir, de una vez por todas, por fin, por fin, en inobjetable cicatriz.

SIEMPREVIVA

PUNTUACIÓN: 5 CABALLOS (Sobre 5)

Se subirán a este caballo: Cualquiera que tenga un mínimo de buen gusto.

Se bajarán de este caballo: Nadie con dos dedos de frente se bajaría de este caballo.

FICHA ARTÍSTICA

VERSIÓN Y DIRECCIÓN: SALVA BOLTA
BASADO EN SANGRE DE AMOR ENGAÑADO, DE DON DELILLO
REPARTO: FELIPE GARCÍA VÉLEZ, MÉLIDA MOLINA, MARINA SALAS Y CARLOS TROYA
DISEÑO DE ESPACIO ESCÉNICO: PACO AZORÍN Y ALESSANDRO ARCANGELI
DISEÑO DE ILUMINACIÓN: LUIS PERDIGUERO
DISEÑO DE VESTUARIO: IKERNE GIMÉNEZ
COMPOSICIÓN DE MÚSICA ORIGINAL: LUIS MIGUEL COBO
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: JUANMA ROMERO GÁRRIZ
RESIDENCIA DE AYUDANTÍA DE DIRECCIÓN: ÍÑIGO SANTACANA APAOLAZA
FOTOGRAFÍA CARTEL: ESMERALDA MARTÍN
FOTOGRAFÍA ESCENA: JESÚS UGALDE

UNA PRODUCCIÓN DE TEATRO ESPAÑOL

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Una crítica de Fjsuarezlema

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