Dos hermanos, Julia y Toni, se encuentran en las visitas al hospital para ver a la madre de ambos que está enfrentando los últimos días de su vida. Toni tiene claro que si él y su hermana se decidiesen y abordasen el tema, podrían solicitar a los médicos que su madre dejase de sufrir. Pero para Rita, no es tan sencillo como para su hermano Toni. Él, tal vez, entienda mejor a su hermana el día que su veterinario le aconseje eutanasiar a su perra Rita.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Rita» que, con texto de Marta Buchaca, dirección de Lautaro Perotti e interpretada por Carlos Hipólito y Mapi Sagaseta, nosotros hemos podido ver en el Teatro Fernán Gómez de Madrid.
Dice la autora de la presente pieza, que nació de su «necesidad de hablar de la muerte y también del amor». Dos temas centrales en cualquier trama que se precie escrita por alguien de nuestra raza humana. Al leer esa reflexión de la autora , enseguida se nos viene a la mente uno de los pensadores que más han hablado de la imposibilidad de conciliar amor y muerte en una misma existencia, Roland Barthes. Pero en esta «Rita», si nos disculpan, no hay ni un pequeño atisbo Barthesiano.
Continúa la escritora de la pieza: «El amor a una perra y el amor a una madre». Y esta nueva comparación, ahora entre dos amores (no entre amor y muerte) nos resulta igualmente perturbadora.
Estamos ante un texto rematadamente buenista. No hay salida. No hay escapatoria. Todo lo que escuchemos en la obra conduce al mismo lugar: el blanco y prístino espacio de la ingenuidad. Tanto Julia como Toni nos recuerdan a un matrimonio mal avenido que se soporta: (ojo, son hermanos, en la obra). Él, un cincuentón neurotizado (que equivale a decir esclavizado por su mente), propenso al aspaviento verbal, próximo a un Homer Simpson con algo más de mala leche. Soportable. Ella, una oncóloga a la que parece costarle tomarse la vida a la tremenda, pero repleta de contradicciones: ora segura, ora hecha un mar de confusiones. Los dos se necesitan más de lo que ellos se creen.
La madre de ambos agoniza en la cama de un hospital en el que su hijo, Toni, siente que debería dejar de sufrir y ella, la hermana, le espeta: «Eres tú quién sufre, no te engañes. Y si no puedes soportar que tu madre esté así, te aguantas». Cristaliza en este aserto el sustrato principal de la obra: el dilema ante la decisión de si una madre anciana debería dejar de sufrir (equipo Toni) o si, al contrario, debería esperar hasta que el destino quiera llevársela (equipo Julia). En algunas notas de la autora, Marta Buchaca, se escribe lo siguiente:
«Cuando deseamos que un ser querido muera porque está en un estado «indigno», ¿queremos acabar con el sufrimiento del enfermo o con el nuestro? En nuestro caso, la madre realmente no sufre dolor, o al menos eso es lo que asegura la hija, que es médico. Ella tiene claro que no pueden «matar» a la madre. Pero ¿por qué lo tiene tan claro? Seguramente porque es incapaz de practicar la eutanasia a su propia madre y, también, porque, aunque esté en estado vegetal, es su madre, la puede tocar, la puede oler. Y, aunque ella no le conteste, le puede hablar».
Digámoslo así: el dilema no se ofrece al espectador. No hay nada dilemático, ni filosófico merodeando el texto. Comprendemos el tema (los temas) capitales que, a priori, se proponía abordar con su texto, pero, seamos sinceros, no están en él. Todo se diluye en un entramado edulcorado de subtramas que hablan de otras cosas: de infidelidades amorosas, de las relaciones laborales.
Sí, entendemos que, estas subtramas mencionadas, están concatenadas con la idea de la toma de decisiones, pero, insistimos, diluyen sobremanera cualquier posible foco dramático en torno al buen morir. Nos produce perplejidad observar de qué modo la historia, se nos dice, quiere hablar de la eutanasia ( y el derecho a morir dignamente) y, sin embargo, da tantos rodeos que se torna absolutamente timorata y titubeante a la hora de plantear el asunto con solvencia. (Para un maravilloso acercamiento, amén de rotundamente luminoso, y sin rodeos, al asunto mencionado, les aconsejamos la película «Las invasiones bárbaras». Paradigmática y elocuente a la hora de echarle el lazo a la temática de morir dignamente).
«Rita» se aleja por completo. La autoría toma la decisión de desviarse por otros carriles antes de entrar en materia y, así, lo único que se logra es ver el asunto de la eutanasia como se debe ver el Empire State Building si alguien lo mira desde Hoboken, en Nueva Jersey, en lugar de mirarlo caminando por la intersección entre la Quinta Avenida y West 34th Street, en la gran manzana.
En el duelo interpretativo, pólvora mojada. Los dos están correctos, sin más. Apegados a un texto que les supone el esfuerzo mínimo de levantar una piedra de pocos kilos. Hipólito y Sagaseta son dos harrijasotzaile capaces de otros récords; de levantar muchos más kilos, desde luego. Nada destacable más allá de una pieza que apunta a la tragicomedia y se queda en medio: en un lugar en el que ni asoma demasiado la chispa de la risa, ni convence con un tono dramático capaz de emocionar. Nada que destacar del apartado de dirección más allá de un tutelaje en modo piloto automático.
Decía Roland Barthes que «la literatura es eso: que yo no pueda leer sin dolor, sin sofocarme de verdad, lo que Proust escribe en sus cartas sobre la enfermedad, el valor, la muerte de su madre, su aflicción, etc». El sofoco, en «Rita», sin duda nos alcanza desde otro lugar.
RITA
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS (Sobre 5)
Se subirán a este caballo: Quienes busquen una tragicomedia a la que le falta músculo. (O a un actor de referencia de alguna serie de televisión).
Se bajarán de este caballo: Quienes, definitivamente, no alcancen a ver más que el tratamiento puerilizado de un asunto nada pueril como la eutanasia.
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FICHA ARTÍSTICA
Texto: Marta Buchaca
Dirección: Lautaro Perotti
Con Carlos Hipólito y Mapi Sagaseta
Diseño de Iluminación Juanjo Llorens
Escenografía y vestuario Alessio Meloni
Ayudante de dirección David Blanco
Ayudante de producción Sara Brogueras
Producción ejecutiva Elisa Fernández
Comunicación Pepa Rebollo
Dirección de producción Miguel Cuerdo
Fotografía Javier Naval
Una producción de La Zona
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Una crítica de Fjsuarezlema

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