Esta podría ser una sinopsis de la obra «Atocha: el revés de la luz» que, con dramaturgia y dirección de Javier Durán, nosotros hemos podido ver en el Teatro del Barrio.
Año 1977. España y el tardofranquismo aún latiendo en las calles. El camino de la transición estaba en marcha desde la muerte del dictador en el año 75. A esas alturas de la película, no habían tenido lugar, todavía, elecciones libres en nuestro país desde el febrero del año 1936. Habría que esperar al mes de junio de ese año 1977 para que los ciudadanos y ciudadanas votasen. Casi nada.
Imaginemos una democracia muy joven intentando levantar la cabeza, con las rodillas aún visiblemente doloridas, tras tantos años obligada a estar hincada. Una juventud deseosa de cambios, harta de opresores. Clamando por libertades, por justicia social. Unos meses antes, en ese contexto, en el que todo era político, unos abogados laboralistas hacían su trabajo en el número 55 de la calle Atocha. En un tercer piso. Era un 24 de enero, al rededor de las once de la noche. Unos tipos se presentan en el despacho de los y las abogados/as laboralistas. No pinta nada bien. Son unos individuos jóvenes, portan metralletas y, tras unas amenazas, abren fuego y se llevan por delante la vida de cinco personas (tres de los abogados, un estudiante de derecho y un administrativo). Heridas, otras cuatro personas.
Recordemos que aquella España estaba sembrada de fieles a las ideas de un régimen que se resistía a desaparecer. De personajes indeseables campando a sus anchas en amplios sectores de la sociedad. La ultraderecha estaba envalentonada (no sabemos si el verbo estaba, en pretérito, es el más correcto y deberíamos emplear el modo de presente de indicativo). Una ultraderecha que creía que no podía serle arrebatado el poder y con solo imaginar esa posibilidad, les hervía la sangre. El despacho de abogados laboralistas estaba vinculado políticamente con el Partido Comunista que, por entonces, aún estaba considerado ilegal (no fue hasta abril de ese mismo año 77 que el Partido Comunista pasó a ser legal).
En aquel caldo de cultivo de ideas exacerbadas y odios bullendo, que se habían puesto en efervescencia con varios días de huelga de transporte privado de viajeros en los primeros días de enero del 77 e importantes fricciones con el Sindicato Vertical, se precipitarían los acontecimientos que condujeron a la matanza de los abogados. Detrás, Falange y Fuerza Nueva, extremismos políticos cuyos idearios apelaban a eliminar a los «enemigos de la patria». Los abogados laboralistas eran, con toda seguridad, deseables elementos a eliminar.
Cuando la historia habla, todos debemos estar atentos y escucharla. Y en los acontecimientos que se narran en «Atocha, el revés de la luz», se presentaban, a priori, como un relato necesario, digno; un relato que cualquiera debería estar dispuesto a escuchar. Por desgracia, el hecho teatral, en sí, roba protagonismo a un sinfín de elementos que podrían hacer la historia más interesante y en la multiplicidad de aspectos a relatar, la historia hace aguas y naufraga. Es un naufragio que ocurre en dos lugares: en el del texto, muy mejorable a la hora de ahondar en un relato mucho más emocional que el que nos ofrece. Teniendo todos los ingredientes al alcance, el texto opta por no descuidar los aspectos documentales y hacer, antes, un trabajo de datos que un trabajo de construcción de personajes con los que podamos hacer algo más que empatizar. Por otro lado, el naufragio sucede en el la elección de algunos de los actores que darán forma al texto. Desiguales interpretaciones que no terminan de hacer que el público evoque la historia sin resultar tal evocación más un trabajo propio de quien observa que de quien lo interpreta.
El personaje rapsoda, el que da voz a Ruiz-Huerta, el actor Nacho Laseca, nos resulta demasiado parco, falto de un espíritu más convincente que otorgue a la propuesta un ritmo más sentido, menos inacabado. Nos convencen algo más los demás, pero debemos insistir en que ninguno de los personajes queda en nuestra retina en base a una impronta, un apego, un sentimiento de identificación.
Esto, creemos, obedece a un texto que no sobresale por lograr hacer más que un bosquejo o semblanza a medio gas, de quienes pasan por escena. Tal vez sea el personaje de Cristina Almeida, breve remedo que aparece en la obra, el único que se quede algo más fijado (extremo este bastante fácil dado su peso mediático). Pero echamos en falta, y mucho, que la riqueza de los otros personajes se hubiese quedado pegada a nuestra piel.
ATOCHA, EL REVÉS DE LA LUZ.
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS y 1 PONI (Sobre 5)
Se subirán a este caballo: Quienes acudan a una obra que podría ser un homenaje a las víctimas y supervivientes de la matanza de los abogados laboralistas de Atocha.
Se bajarán de este caballo: Quienes esperasen una mayor profundidad de la historia y de las interpretaciones.
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FICHA ARTÍSTICA
Dramaturgia y dirección: Javier Durán
Colaboración especial: Alejandro Ruiz-Huerta
Elenco: Nacho Laseca, Fátima Baeza, Frantxa Arraiza, Alfredo Noval, Luis Heras
Producción: Javier Durán – I.N.K. Producciones
Ayudante de Producción: Elvira Gutiérrez
Diseño de vestuario: Elda Noriega
Diseño de escenografía: Eva Ramón
Diseño de Luces: Ángel Cantizani
Proyecciones: Ele Medios Comunicación
Fotografía: Lucía Bailón
Diseño gráfico: EDO estudio
Comunicación: Lemon Press
Distribución: a+ Soluciones Culturales
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Una crítica de Fjsuarezlema

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