El inquisidor llega hasta el convento en el que Teresa de Jesús (Teresa de Ávila) intenta instaurar su doctrina basada en una serie de nuevas y revolucionarias indicaciones para la vida de oración contemplativa personal. El inquisidor, que llega para interrogar a la mujer, parece encontrar en Teresa de Jesús a un elemento perturbador para la iglesia de su tiempo (o, «mejor» dicho, aunque sabemos que este es un palabro más que una palabra, a una «elementa» perturbadora para la Iglesia de su tiempo).
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «La lengua en pedazos» que, con dramaturgia y dirección de Juan Mayorga, interpretada por Clara Sanchis y Daniel Albaladejo, nosotros hemos podido ver en el Teatro Galileo de Madrid.
En el «Libro de la vida», autobiografía de Teresa de Jesús (cuyo nombre, antes de su devoción al susodicho, era Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada), es, probablemente, donde haya escudriñado Mayorga para acercarse a la figura de una mujer que vivió en el S. XVI y que el paso de los siglos ha apuntalado como insurrecta en términos de desafiante, retadora a la moral de una época y sus dogmas. Lo primero que se nos dice en la obra, como apunte biográfico, es que Teresa de Jesús era una mujer querida por sus padres, de una familia con posibles, a la que no le faltaron lecturas, afectos. La favorita de su padre, Don Alonso. Él se casaba en segundas nupcias con Beatriz de Ahumada, noble de cuna, y traía ya dos hijos, de su anterior relación, al nuevo matrimonio. Con Beatriz tendría diez más. Doce hijos e hijas en total. ¿Poca prole para el siglo XVI? No sabemos qué decir.
El autor, aquí también director, elige, de la vida de Teresa de Jesús, un episodio concreto para desarrollar su historia: el momento en que la devota tuvo que confesar ante la Inquisición su experiencia mística de encuentro con Dios. Una experiencia a la que ni ella misma sabía qué palabras ponerle, cómo explicarla. Para hacerse cargo de ponerle nombre a esa experiencia, Teresa de Jesús recurriría, tal vez, a los símbolos literarios de las novelas que había leído en la época que le tocó vivir, fundamentalmente los libros de caballería en los que abundaban imágenes de cruentas batallas, sangre, sufrimiento, mucha épica. También libros ascéticos, de vidas de santos, como las Epístolas de San Jerónimo.
Si ante el interrogatorio con su inquisidor, este entendía que la mujer estaba más de parte de lo demoníaco y blasfemo, alucinatorio o brujeril, que de la parte que correspondía al relato místico aceptable por la Iglesia, pues, mire usted, a la hoguera que iría (ese era el protocolo de la Santa Inquisición, ya lo sabemos). Así pues, lo que tenemos en este texto, premiado con el el Premio Nacional de escritura teatral en 2013, es un mano a mano, un vis a vis, Teresa de Jesús y el inquisidor delegado ad hoc.
Según relata Teresa de Jesús, mucho le inspirarían las Epístolas de San Jerónimo (y muchos son, también, los paralelismos entre ambos aunque ya se sabe que, en la mística, todos y todas los santos y santas se parecen). San Jerónimo fundó también conventos, procedía de buena cuna, luchó igualmente por librarse de las tentaciones, abrazó el sufrimiento como ejemplarizante y edificante para acercarse a Dios, y pasó, asimismo, por una serie de tribunales de interrogatorios. Es difícil separar bailarín del baile, pero creemos que las vidas de santos y santas tienen otro denominador común muy elocuente: la delgada línea fronteriza entre lo que puede ser tomado, por unos, como mística y divinidad, y por otros, más desde nuestra manera de ver el mundo, tomado como inequívoca descripción de una enfermedad mental. (Ella misma, creía que sus visiones eran posibles engaños del demonio. Es a partir de sus cuarenta años de edad que comienza una mística tan difícil de sostener que incluso sus confesores le prohibirían dejarse llevar por tal devoción hasta que, con cuarenta y tres años de edad, tiene su primer éxtasis (ese tan paradigmático que esculpió Bernini).
Sin entrar en semejante batahola, reconozcámosle a Teresa de Jesús lo que tantos y tantas le reconocen, pero insistamos, también en sus claroscuros. Como decía de ella Gerardo Diego: «Santa Teresa escribe; no tanto como habla, sino como es». Quizás el análisis más sucinto y menos paternalista que podamos encontrar.
Mayorga enfrenta a la mujer (santa) con el hombre (inquisidor) y no es posible sustraerse de una potencialidad de batalla de géneros, aunque, aquí, cuente mucho más la importancia de la dialéctica, del lenguaje, de la experiencia, por encima del género. Así lo creemos. Texto por encima de todo. Y un texto fabuloso.
No es tan fabuloso el apartado escenográfico en el que, comprendemos, la austeridad obliga (la austeridad de la época y del personaje de Teresa de Jesús, impulsora de la orden de las Carmelitas Descalzas). Con todo, en ese apartado, fallan algunas sutilezas de iluminación (sobre todo cuando los dos intérpretes están en el fondo del escenario y la luz recae sobre ellos de un modo poco limpio, aportando cierto desequilibrio a la escena). El juego de las sillas sí nos resulta realmente interesante desde el momento en que llenan un horror vacui sin tremendismos, aferrándose a una plausible escenografía del menos es más.
En cuanto a la obra en sí, entroncando con el texto y la dirección, sentimos que su arranque es lento, un tanto impenetrable hasta que, para bien, todo va tomando forma paulatinamente y todo se equilibra.
En el apartado interpretativo, creemos que Clara Sanchis mejora hacia la mitad de la obra y su personaje se ve más henchido de matices a medida que avanza la función. No parece el suyo un papel fácil, pero nos resulta más verosímil, en su conjunto, el papel del inquisidor que encarna Daniel Albaladejo, cuyo texto no tiene tal vez la misma riqueza o profundidad que el de Teresa de Jesús, pero, sin embargo, logra redondear con eficacia.
Septiembre de 1582, monasterio de Alba de Tormes (Salamanca): Teresa llega muy enferma. El 4 de octubre, fallece. Es enterrada allí mismo, en el monasterio, y poco antes de un año, su cuerpo es exhumado y aparece incorrupto.
Y así sigue, incorrupto, custodiado bajo nueve llaves, en la Iglesia de la Anunciación de Nuestra Señora de Alba de Tormes. Ahora bien, al cuerpo de Teresa de Jesús, le faltan muchas partes que fueron amputadas para ser tomadas como reliquias. Una mano amputada, en su día llevada al convento de las carmelitas de Ávila (a día de hoy, reposando en en la Iglesia de la Merced de Ronda, Málaga). El brazo izquierdo y el corazón, en Alba de Tormes. La mano izquierda, en Lisboa. Un dedo, en París. Un pie y parte de la mandíbula están en Roma.
Y ustedes se preguntarán: Y ¿La lengua? La lengua incorrupta, en pedazos, que no un pedazo de la lengua, en este hermoso texto de Juan Mayorga.
LA LENGUA EN PEDAZOS.
PUNTUACIÓN: 4 CABALLOS (Sobre 5)
Se subirán a este caballo: Quienes deseen toparse con un texto brillante y acercarse a la figura de Teresa de Jesús.
Se bajarán de este caballo: Quienes no gusten de textos apegados a una estructura clásica y literaria.
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FICHA ARTÍSTICA
Dramaturgia y dirección: Juan Mayorga
Reparto: Clara Sanchís y Daniel Albaladejo
Diseño de iluminación: Miguel Ángel Camacho
Espacio escénico: La Loca de la Casa
Música: Jesús Rueda
Ayudante de dirección: Viviana Porras
Dirección de producción: Nadia Corral
Fotografía: Viviana Porras
Distribución: Fran Ávila
Una producción de La Loca de la Casa y Octubre
Con la colaboración del Instituto Cervantes y Carlos Verneuil
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Una crítica de Fjsuarezlema

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