Una mujer y un hombre, dos desconocidos, se encuentran en una ruta de senderos en la montaña. Ambos comenzarán una conversación que les acercará íntimamente, una conversación que les llevará a lugares que jamás hubiesen planeado esa mañana cuando cada uno salió de su casa.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «El Beso» que, con texto de Ger Thijs, dirección de María Ruíz e interpretada por Isabel Ordaz y Santiago Molero, nosotros hemos podido ver en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español.
Les prevengo: se entra en esta obra como el que entra en una película de Richard Linklater por una razón no tanto argumental como formal: La premisa del “muestra, no cuentes” (con la consiguiente austeridad en diálogos que promulga) salta por los aires delegando en el diálogo la responsabilidad de vertebrar todo el arco dramático que en este caso se ciñe a un solo día: a un encuentro fortuito en un paseo por la montaña. Más allá de esa formalidad no queremos trazar otras obvias similitudes con la filmografía de Linklater pues el autor de la obra que ahora se analiza, Ger Thijs, lleva su trama por otros vericuetos algo menos romantizados poniendo el foco en recursos más propios de la comedia negra mezclada con el drama.
El autor de esta pieza nació en Waubach, provincia de Limburgo. Vayamos hasta esa región con una serie de datos: Situémonos a una altitud sobre el nivel del mar de unos 140 metros, en el límite con una región minera urbanizada que tiene muy cerca su frontera con Alemania, en el lado norte. Zona agrícola. Canto de pájaros. Rutas cercanas para la práctica de senderismo. Pequeños arroyos junto a las laderas forestales que conducen hasta el llamado valle del Gusano. Imaginamos vacas, flores, apicultores, campos de maíz, olor a queso, gente cortando leña. Un posible cáncer de mama en el pecho de una mujer que se ha hecho mayor y siente que tendría que haber hecho, mucho antes, un balance vital. Thijs da mucha importancia a los detalles de la localización. Cita muchos topónimos. Quiere dejar claro que la acción transcurre donde transcurre. Quiere dejar claro que la vida no se detiene en los pueblos pequeños, en las aldeas, que el tiempo no se para en ningún momento y que hasta en las comarcas más ordinarias pueden suceder historias extraordinarias. Historias de encuentros entre dos personas deseando ventilar emociones.
Por un sendero caminan los dos personajes. Uno de ellos, la mujer, se sienta en un banco desde el que se tienen unas vistas del pueblo que ha dejado más abajo. Pretende estar sola, buscar la soledad como un lugar en el que establecer un diálogo consigo misma, pero aparece un hombre. Un hombre que camina. Que ha decidido hacer una ruta. Ambos se topan por casualidad, por azar, que necesariamente no equivale a pensar que el destino no lo tenía planeado. Y ambos deciden, de un modo consciente, emprender una conversación con el otro en lugar de limitarse a un simple intercambio de saludos. He ahí la magia de la palabra. De una conversación intrascendente o superficial uno puede acabar entrando en desniveles de mayor profundidad. Es este el caso. Lo que les lleva a mostrarse el uno al otro es su necesidad de ser escuchados, su capacidad, también, de escuchar.
María Ruiz los dirige para llevarlos al disfrute de la conversación, pasando por ese arco que va del recelo a la intimidad con un extraño. Dos extraños en un sendero. La obra es una apelación directísima a la comunicación, a la conversación, al diálogo y a la confesión. «Aquello que no se dice, se actúa», solía comentar el profesor de un servidor en la universidad mientras estudiaba psicología. Si no soltamos lo que nuestro cuerpo siente, lo que nuestra mente rumia, eso se queda en algún lugar, agazapado, tal vez esperando para pasarnos la factura. Divulgar en lugar de ocultar parece ser la idea de la escritura de Thijs que opta por la palabra. La palabra que evoca, que libera, que nos perturba si la apretujamos y la ahogamos. La conversación entre estos dos personajes es catártica en sentido estricto. Pero les daré una estupenda noticia: es catártica para el público que se llevará de esta experiencia, un aprendizaje: el nuestro ha sido el de sentir la importancia de no aplazar, de nombrar lo que nos pasa, de no postergar un deseo, una realización incumplida. De saber leer la mordacidad y el humor ocultos entre las líneas gruesas de esa caligrafía que es la vida y que a menudo escribe con letra de médico.
El texto de Thijs es una apelación al ahora o nunca, una apelación sobria, contenida al principio, más libre hacia su tramo final. Ahora fantaseo, o nunca lo haré. Ahora decido encontrar una versión mejorada de mi mismo o nunca lo haré. Cuántas cuentas pendientes se encuentra uno si hace un balance llegada una cierta edad; cuántas decisiones no tomadas por dejarse arroyar por la inercia, por el miedo, por esperar el momento más adecuado (he ahí la trampa al solitario).
En el plano interpretativo creemos que ambos están estupendamente dirigidos y eso se nota en la naturalidad con la que se suceden las cosas y con la que el texto fluye. Tengamos en cuenta, eso sí, un aspecto a destacar en la interpretación de Isabel Ordaz que, tal vez, no guste a todo el mundo. Esto tiene que ver con su personalísima manera de imbuirse en los personajes desde un espíritu muy concreto que, debemos decirlo, por momentos nos recuerda a la turbación de una Blanche DuBois. Nos hacemos la pregunta de si Ordaz se hace al personaje o si el personaje debe hacerse al estilo tan peculiar de la actriz: hay quizá un exceso de afectación, de histrionismo que, una vez filtrado y aceptado desde el patio de butacas, permite ver otros matices del personaje interpretado. Santiago Molero nos encanta en su rol de perdedor con ínfulas, de fracasado acostumbrado a emplear la ironía y el humor negro para parapetarse, protegerse, como quien se compra un pitbull o un Hummer. Lo encontramos desenvuelto, con gran complicidad con Ordaz, estupendo contrapunto al papel más sobrio y contenido de la actriz (al menos al principio). Detrás de sus aspavientos de gallito solo se esconde un hombre con los mismos miedos que ella, con las mismas posibilidades de caer en el abismo del balance existencial en números rojos.
Téngase en cuenta un momento muy concreto, no sabemos si denominarlo como punto de inflexión dramático, pero sí de inflexión de las formas en escena y que tiene que ver con un pecho. Es de justicia reconocer que la actriz conduce la mayor parte de sus escenas con solvencia y que lo del pecho (aunque al principio chirríe un poco) queda relegado a un segundo plano pues pasan a ser centrales el texto y los alegatos finales de cada protagonista, con parlamentos próximos al clímax de la historia.
Con todo esto, el que escribe les puede asegurar que se fue sereno, satisfecho, pensativo; caminando por la plaza de santa Ana rumbo a la puerta del Sol con la sensación de que, para un rato, me había llevado un poco de ozono de esas montañas Holandesas en la que los dos protagonistas lograrían mirar sus vidas como el caminante sobre el mar de nubes del famoso cuadro de Caspar David Friedrich: la vista hacia delante. Ya sólo hacia delante.
EL BESO
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS y 1 PONI (Sobre 5)
Se subirán a este caballo: Quienes deseen encontrarse con un texto ágil, vivo, a la par que esperanzador
Se bajarán de este caballo: Quienes no gusten de un teatro que opta por decir antes que por mostrar.
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DIRECCIÓN: MARÍA RUIZ
TEXTO: GER THIJS
TRADUCCIÓN: RONALD BROUWER
INTÉRPRETES: ISABEL ORDAZ Y SANTIAGO MOLERO
DISEÑO DE ESCENOGRAFÍA: ELISA SANZ
DISEÑO DE ILUMINACIÓN: FELIPE RAMOS
DISEÑO DE VESTUARIO: SOFÍA NIETO (CARMEN 17)
DISEÑO DE ESPACIO SONORO: AUGUSTO GUZMÁN
DISEÑO CARTEL: DANIEL VILAPLANA
FOTOS CARTEL: CORAL ORTIZ
DIRECCIÓN DE PRODUCCIÓN: EVA PANIAGUA Y JAVIER MONCADA
MERITORIO DE DIRECCIÓN Y PRODUCCIÓN: JUAN FRANCISCO GARCÍA
UNA PRODUCCIÓN DE TEATRO ESPAÑOL, NAREA PRODUCCIONES, PRODUCCIONES COME Y CALLA
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Una crítica de Fjsuarezlema

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