Regresando de una batalla, y acompañado por su amigo Banquo, Macbeth se encuentra con una hechicera que va a predecir su futuro: le dice a Macbeth que pronto será nombrado duque y que tiempo después obtendrá el trono del rey. Las predicciones parecen cumplirse: Macbeth es nombrado duque de Cawdor. Lady Macbeth, que ya se ve de reina consorte, le sugiere a su marido que no espere y se afane en cumplir la otra decisiva predicción: ser rey de escocia. Pero, para que eso ocurra, solo hay un modo posible: asesinar al rey Duncan que es quien ocupa legítimamente el trono.
Esta podría ser una suerte de sinopsis del clásico del teatro «Macbeth» que, escrita por Shakespeare, en versión de José Luis Collado, con diseño de puesta en escena de Gerardo Vera y dirección de Alfredo Sanzol, nosotros hemos podido ver en la sala principal del Teatro María Guerrero de Madrid.
Se ha hablado tanto de este texto de Shakespeare que poco y poco podríamos decir al respecto sin caer en el apropiacionismo de los que ya lo dijeron antes (y mejor). Macbeth se ha convertido, en nuestro tiempo, en algo más que un texto clásico y respetado: en objeto de la posmodernidad. Ya empleamos la obra de Shakespeare para calificar acciones de algunos personajes o tramas dramáticas en series de televisión, (House of cards como ejemplo más claro), películas (Orson Wells, Kurosawa, Polanski), música, etcétera. Los Simpson, también, no podía ser de otro modo, lo han parodiado. Y los tertulianos de política, en los platós de televisión, abusan del recurso de Macbeth para referirse a un político de turno en sus maneras de actuar en el poder (el ejemplo más reciente, claro, es el de Donald Trump). Y no solo la figura de Macbeth es empleada como paradigma de la propensión al mal; también la de su esposa Lady Macbeth se ha ganado un puesto en la representación de valores similares.
¿De qué nos habla este texto? Acudamos a su esencia. Macbeth es la tragedia del poder. También es paranoia en la mente de un hombre que se deja arrastrar por la ambición, la corrupción y la necesidad de materializar sus deseos. La profecía autocumplida es palmaria en este texto de Shakespeare de un modo categórico y supone un reconocimiento de cómo el hombre que abraza la superchería, la superstición, puede convertir su vida en un espanto de dimensiones colosales. Asumiendo el contexto de la obra y que la escena era el campo de representación de una metáfora, el autor nos sumerge en un tiempo francamente oscuro, agriado, denso, hostil; ese tiempo en el que lo bello es feo y lo feo lo que es bello. Las profecías funcionan para Macbeth como detonante de lo que ya reside dentro de él, como disparador de un resorte que estaba esperando para mostrarse: toda su voluntad de hacer el mal.
En términos actuales, modernos, Macbeth podría ser perfectamente una persona aquejada de un brote psicótico que escuchase las voces de unas brujas que le instasen a ritualizar, en acciones, una tragedia. Nadie puede mirar en las semillas del tiempo y saber cuál de ellas crecerá y cuál no. Lo que importan son los actos de los hombres sin tener que aceptar que estamos predestinados. Son sus actos los que harán qué semillas crecerán. Esto es trascendental en la obra de Macbeth. Tan trascendental que sentimos que Shakespeare está escribiendo, y advirtiéndonos, de algún modo, sobre la idea del poder de nuestra voluntad (mal administrada, en este caso). ¿Estamos en manos de una voluntad superior llamada destino, indomable, o en manos de nuestra propia voluntad que es domable? Parece claro que Macbeth opta por dejar que su carro lo guíen los caballos negros (que diría Platón). El destino frente al libre albedrío. Ambos parecen librar batalla en Macbeth en forma de vorágine con funestos resultados.
Llevar a escena Macbeth siempre es arriesgado e igualmente admirable dada su amplísima iconografía, simbolismo. Cualquier montaje en torno a este texto debe ser apreciado. En el caso que nos ocupa, hay cosas que nos parecen funcionar y otras no tanto, haciendo que el montaje se mueva en lo irregular.
Si atendemos a la estética elegida por Shakespeare, esta queda clara: oscura, densa, sangrienta, una atmósfera de bruma; una buena ración de hurly-burly, de torbellino, de caos externo e interno en los personajes. En el Macbeth de Shakespeare, el espacio vital es otro personaje de la obra. No se habita un páramo, un vacío escénico. Se habita un lugar que habla a través de la naturaleza. Shakespeare, a su manera, se convierte en animista en este texto. La niebla, la sangre, el aire impuro, los bosques, el frío, los relámpagos y los truenos. Todo debe cobrar vida en forma de estética. Macbeth habita la Escocia de principios del siglo XVII, los fanatismos dogmáticos de un tiempo oscuro (muy oscuro). Una época de dejarse guiar por los oráculos, las predicciones, lo esotérico. Si observamos cómo se apropió de este poderoso imaginario nada menos que Kurosawa, entendemos la universalidad de Shakespeare. Su Trono de Sangre es probablemente el mejor Macbeth en pantalla. Brutal, venenoso. Acongojante (por no cambiar las sílabas y decirlo de otro modo).
En la propuesta escénica, que dejó Gerardo Vera, nos faltan algunos elementos del engranaje shakesperiano: hay mucha sangre, pero en la video escena se ve tan grandilocuente como neutra. La sangre mancha, altera, destroza el ánimo. Falta nebulosa. Todo es demasiado pop. A veces, incluso, las coreografías de transición parecieran abusar de la formalidad más propia de una fashion week que de un Macbeth.
Echamos de menos el graznido de los cuervos, el crepitar de las ramas de los árboles, el peso de los ropajes del siglo XVII que imprimirían espanto y quietud, reposo y sobrecarga a los personajes principales. Si uno ve cómo viste ese general que es Washizu en la película de Kurosawa, solo su indumentaria ya nos parece motivo suficiente para comprender el peso que carga (literal y metafóricamente hablando), por no hablar del horror que deja la impronta del rostro y los andares de su mujer Lady Asaji (Lady Macbeth).
Sabemos que la mirada sobre el Macbeth no tiene porque ser estrictamente aristotélica (hay notables incursiones desde la modernidad en el texto del autor Isabelino), pero creemos que si el acercamiento se produce desde otro ángulo, con toda su legitimidad, por supuesto, debería no dejar de lado el enorme valor de la estética. Este Macbeth dirigido por Sanzol parece haber apostado por la desnudez formal y por una entrega a la palabra (sí, central en Macbeth), pero nos hubiese gustado salir más sobrecogidos, más temblorosos, más emocionados; nos hubiese gustado sentir la oscura naturaleza del bosque de Birnam, los ecos de sus ramas, el sobrecogedor sonido de la tormenta que se cierne. Es cierto que no se le puede reprochar sobriedad y simbolismo a esta producción del Centro Dramático Nacional y que hay algunos elementos bien servidos. Nos gusta este Macbeth por cuanto tiene de revisitación de un texto enorme, pero hay más cosas que no acaban de redondearse que las que sí lo hacen.
Las interpretaciones (no todas), están más que correctas y ejecutan bien en los roles principales: Macbeth y Lady Macbeth cuentan con unas buenas interpretaciones, pero hay algo que las deja en un terreno fronterizo sin traspasarlo.
Carlos Hipólito se blinda en un papel que es un regalo, como texto, como personaje, pese a que echamos en falta un emocionario más amplio en su personaje que lo lleve más allá. Tal vez tenga que ver con que el desgarro interno no se refleja del todo por fuera y hay alta concentración de mesura. El papel de Lady Macbeth, en manos de Marta Poveda, a veces se sostiene y apuntala sobre una forma de decir y unos aspavientos un tanto histérico-cómicos que no nos dejan encontrar en ella un personaje más envenenado, más tóxico, más próspero en matices de alimaña astuta. Nos convence Banquo que encarna, aquí, el actor Jorge Kent. Su muestrario de voz, gestos y presencia es, sin duda, más que solvente. Eso sí, en su caracterización de médico, el resultado no es el mismo dado que la presencia de su personaje parece extemporáneo dentro del conjunto.
No destacamos al resto que, debemos reconocer, se muestra más irregular (exceptuando a Mapi Sagaseta en su papel de mujer oscura). La propuesta se completa con un franco trabajo de iluminación, video escena, música y espacio sonoro (de todos ellos pensamos que se podría haber sacado más provecho) y queda más desangelada en la parte de vestuario y de lucha escénica (donde todo se presenta más esbozado e incompleto).
Siempre hay algo fascinante en observar la tragedia del poder por mucho que, en este caso, el poder de la tragedia quede un tanto neutralizado. En cualquier caso, ir al teatro para ver un Macbeth es siempre un plan inteligente y atractivo. No desaprovechen la ocasión.
MACBETH
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS (Sobre 5)
Se subirán a este caballo: Quienes busquen un texto clásico siempre interesante y atractivo.
Se bajarán de este caballo: Quienes esperen más horror y más tragedia.
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Ficha artística
Autor: William Shakespeare
Versión: José Luis Collado
Diseño de puesta en escena: Gerardo Vera
Dirección: Alfredo Sanzol
Reparto: Alejandro Chaparro (Capitán / Criado), Carlos Hipólito (Macbeth), Jorge Kent (Banquo / Médico), Fran Leal (Noble / Seyton), Borja Luna (Lennox), Markos Marín (Ross), Marta Poveda (Lady Macbeth), Álvaro Quintana (Malcolm), Agus Ruiz (Macduff), Chema Ruiz (Duncan / Asesino), Mapi Sagaseta (Mujer oscura / Lady Macduff) y Fernando Sainz de la Maza (Fleance / Macduff Jr. / Soldado)
Escenografía y vestuario: Alejando Andújar
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Música y espacio sonoro: Alberto Granados Reguilón
Videoescena: Álvaro Luna
Caracterización: Sara Álvarez
Lucha escénica: Kike Inchausti
Grabación canciones: Ada Ribeiro Reguilón y Carmen Merino
Proyección de Macbeth niño: Alan García
Ayudantes de dirección: José Luis Arellano García y José Luis Collado
Ayudante de escenografía: María Albaladejo
Ayudante de vestuario: Sandra Espinosa
Ayudante de iluminación: Ion Aníbal
Ayudante de Videoescena: Elvira Ruiz Zurita
Auxiliar de escenografía y vestuario: Lola Rosales
Realizaciones: Cristina Caballero – Creators of Legend (Realización reproducción de cabeza), María Calderón (ambientación de vestuario), Miguel Díaz de Espada (armas de lucha escénica), Mambo Decorados y May Servicios para Espectáculos (escenografía) y Maribel Rodríguez Hernández (vestuario)
Fotografía: Luz Soria
Diseño de cartel: Equipo Sopa
Tráiler: Bárbara Sánchez Palomero
Producción: Centro Dramático Nacional
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Una crítica de Fjsuarezlema

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