Sobre el escenario, un conjunto de personajes habitan un territorio indeterminado llamado, por decirlo de algún modo, existencia. En ese lugar bailan, padecen, cantan, se callan y abren puertas a lo extraordinario, buscan la redención, subliman y reflexionan.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la pieza «Daimon y la jodida lógica» de Matarile Teatro que, con textos y dirección de Ana Vallés, nosotros hemos podido ver en el Teatro de la Abadía, en Madrid.
Hemos creado un mundo material inabarcable, hemos logrado, como especie, rodearnos de artefactos externos, de artilugios más o menos innecesarios, quizá, consciente o inconscientemente, para llenar vacíos en torno a los que preferiríamos no mirar. Pero queda un vasto mundo por explorar: el mundo del espíritu, no el mundo de lo inmanente, sino el espacio de lo trascendente. Es en ese mundo de los deseos, de las decisiones, de la voluntad, de las expectativas, el que está detrás de la carne y el hueso, donde Matarile hunde su bisturí para observar y especular.
Es esta pieza performativa, textual, musical e inteligente; un compendio de muchos hallazgos e investigaciones previas por parte de la compañía. Solo hay que detenerse en las cartas que Ana Vallés, la autora y directora, enviaba, durante el proceso de trabajo, a los integrantes del equipo. En ellas reside un reflejo del amplio simbolismo, de la considerable dosis de filosofía, que acabaría impregnando el resultado final. Un final «subjetible» en el que no sabemos si la forma determina la posición del sujeto o el sujeto la posición de la forma.
Es este «Daimon y la jodida lógica» un ejercicio de capas sobre capas que remiten a un buen número de hitos culturales, a un buen número de pensamientos que parecen hibridarse, con mayor o menor dificultad. Levantas una capa y encuentras a Hamlet; levantas otra y está Plutarco, o Walter Benjamin, o Huberman, o Thomas Bernhard, Byung-Chul Han, Cartarescu, Kaurismaki y hasta el I Ching.
No sabemos si todos ellos/as pueden apelmazarse y formar una enorme bola de referencias cruzadas, rizomáticas, pero sí vemos que esa bola crece y crece en escena y Matarile la lanza colina abajo librándonos a todos del encargo Sisifesco de volver a subirla hasta la cima.
Tal vez sí hay algo que vincula todas y cada una de las referencias que podemos encontrar en los textos que escuchamos en escena, porque tal vez todos comparten un mismo código al hablar de la existencia, del azar, del sentido o sinsentido de la vida. Todos ellos/as , al igual que Matarile, al igual que cualquier espectador/a, se sienten llamados a buscar una lógica a su existencia. Un asunto central, un logos, que diría Víctor Frankl, pues la motivación primaria de todo ser humano parece ser la voluntad de sentido. Pero Ana Vallés sube a sus actores y actrices a escena, a sus músicos, para decirnos: «la vida no obedece a contingencias, estúpidos». (Lo de «estúpidos» es cosa nuestra, conste). Y no podemos estar más de acuerdo.
Nos viene a la mente el famoso aserto de Spinoza: «Natura abhorret vacuum». En la naturaleza no hay sitio para el vacío, todo parece explicarse por una jodida lógica. Por la presencia de una voluntad que se encuentra en cada uno de nosotros y que nos lleva a dotar de sentido a todo cuanto nos rodea. La idea de la pieza de Matarile pasa por desbaratar el sentido, por procurar un caos, una teleología que abrace la arbitrariedad, tirando el teatro por la ventana, dándonos a entender que la vida puede ser tomada como una aceptación del horror del vacío.
Porque, sí, la lógica, es una especie de certidumbre, de asidero, de suelo no resbaladizo, pero la mayor parte del tiempo vivir es algo semejante a caminar sobre placas de hielo, sobre puentes colgantes, atravesar desiertos con arena entrándonos en los ojos. Visto así, aborrecer el vacío sería como aborrecer nuestra esencia.
En escena, Ana Vallés dispone el artefacto con soltura, con solvencia: actrices y actores dispuestos a entrar en el cabaret vital, dispuestos y dispuestas al baile, a la tragedia, al canto, a la desnudez, a la introspección y a ocupar el escenario como en una película de Kaurismaki, como en un videoclip que hubiese dirigido una filósofa cansada de filosofar.
Hay pirotecnia visual, abrumadora y elocuente, gran trabajo de la mano de Baltasar Patiño y una apuesta firme por ponerle banda sonora al banquete: percusión, karaoke frustrado, platillos y violín.
Todo funciona como en un planetario en el que no importa demasiado la posición de cada astro, de cada estrella, porque todas son importantes y el centro es lo menos relevante en un firmamento. Matarile buscando la substancia aeterna; el dar forma a un universo deformado (o al revés). El mayor logro: el de bracear contra corriente y seguir pudiendo respirar en este río de aguas revueltas que es el teatro.
Uno de los momentos más hermosos, al menos para un servidor, se ofrece al final de la pieza: un juego de mesas repartidas a lo largo del proscenio y varias actrices y actores sentados, mirando al público, mientras se proyectan unas imágenes que recrean lo imposible: el azaroso existencialismo. Este momento parece decirnos: incluso la intelectualidad, a menudo, solo busca el autoconsuelo de los significantes.
Nosotros, que pensábamos que íbamos a salir con el corazón encogido, envueltos en la ausencia Bernhardiana de toda esperanza, salimos, sin embargo, satisfechos, henchidos; tarareando incluso, cerca de un semáforo de la glorieta de Quevedo, una melodía de Benjamin Clementine, haciendo llegar nuestras condolencias al miedo, y nuestras felicitaciones a Matarile.
DAIMON Y LA JODIDA LÓGICA
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre 5)
Se subirán a este caballo: Quienes deseen que lo inefable les hable con su personal lenguaje de signos.
Se bajarán de este caballo: Quienes busquen un teatro cercano a lo canónico.
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FICHA ARTÍSTICA
Textos y dirección: Ana Vallés
Iluminación, espacio y producción musical: Baltasar Patiño
Músicos: Nacho Sanz (batería procesada y teclados), Cristina Hernández (teclados, voz y batería), Alba Loureiro (viola procesada y teclado), Neus Villà Jürgens (guitarra eléctrica y voz) y Nuria Soleto (trompeta)
Asistentes de dirección: Ricardo Santana y Baltasar Patiño
Otros textos: Robert Burton, Ives Bonnefoy, Giuseppe Adami, libretista de la romanza Morire?, de Giacomo Puccini, Charles Baudelaire, Cristina Hernández, Ricardo Santana Celeste, Neus Villà Jürgens y Ana Cotoré
Arreglos musicales: Cristina Hernández, Nacho Sanz y Alba Loureiro
Coreografías: Ana Cotoré, Ricardo Santana, Nuria Sotelo, Celeste, Cristina Hernández Cruz, Neus Villà Jürgens, Jorge de Arcos Pozo, Alba Loureiro y Ana Vallés
Vestuario: Matarile Teatro y Naftalina
Imagen gráfica y redes: Baltasar Patiño
Foto: Rubén Vilanova
Vídeo: Edición Rusa
Construcciones: José Faro y José Quintela
Soporte técnico: Matarile Teatro, RTA y PantinHaus
Asistencia técnica ensayos: José Quintela
Asistencia técnica en gira: Miguel Muñoz, José Faro y José Quintela
Teclado Super Continental: colección de la PantinHaus de Pilar y Nacho
Agradecimiento: Ónfalo Teatro
Agradecimiento especial: Agus y Lali, por su colaboración y generosidad
Comunicación: La Locomotora Comunicación
Producción y distribución: Juancho Gianzo
Una crítica de Fjsuarezlema

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