SEÑOR RUISEÑOR. Contra el adoctrinamiento, la risa

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Señor Ruiseñor» de la compañía Els Joglars que, dirigida por Ramón Fontseré y con dramaturgia del propio Fontseré y colaboración de Dolors Tuneu y Alberto Castrillo-Ferrer, nosotros hemos podido ver en la Sala Verde de los Teatros del Canal en Madrid.

Superada la segunda guerra mundial, y desde luego con toda probabilidad fruto de las reorganizaciones de los estados, de las fronteras, de la reubicación de aspectos incluso étnicos y culturales, Europa comenzó a emplear de manera exponencial el término «Identidad» (palabra que, durante décadas, no había tenido el menor interés por parte de los pueblos). Con el paso de las años, la identidad echó raíces y comenzó a ser útil para reivindicar aspectos tan pragmáticos como las fronteras, dando paso, más tarde, a las ideas de autonomías no solo geográficas sino también culturales. Toda derivada de lo identitario se hizo ya no hacia lo racial o étnico sino hacia lo cultural. Podríamos decir que, a día de hoy, el concepto de identidad se ha devaluado por culpa del uso indiscriminado del mismo. Un uso que ha dado lugar a situaciones casi paroxísticas y sonrojantes en la propia realidad. (O, tal vez, podríamos asumir el concepto de «identidad» del mismo modo que Santayana asumía la religión: como una «poesía de la conducta social«). En cualquier caso, es desde ahí, desde ese lugar de lo ridículo de la explotación en torno a lo identitario, desde donde la compañía Els Joglars ha decidido tirar para urdir esta parodia (o autoparodia en torno a la identidad cultural catalana) que es «Sr. Ruiseñor».

La idea es diáfana: Catalunya ha asumido una tesis que, en manos de algunos de sus gobernantes y líderes sociales, se les ha ido de las manos. A partir de este punto, el texto urde una trama que da cabida a las críticas a los nacionalismos hipertrofiados (en este caso el nacionalismo catalán, pero que habría de servir para cualquier otro tipo de nacionalismo). Una trama que es ante todo irónica, apegada a la realidad social, crítica, audaz y políticamente incorrecta. Varias de las ideas que entran en este cocktail son las siguientes: por un lado, reírse de los síndromes del cosmopaletismo que guardan relación con aquello de «nuestra cultura es mejor que las demás» llevado al extremo (véase la creación de un museo de la identidad catalana auspiciado por las autoridades. Museo que estará presidido por un cráneo catalán que, según los estudios antropológicos, demostraría que los catalanes tienen capacidades craneales superiores al resto y, en particular, al resto de los españoles. Toda una crítica, necesaria, a los supremacismos). Por otro lado, confrontar esta mirada de corto alcance de la idea nacionalista con la introducción, en el texto, de un personaje que sirva de contraarquetipo y que, en este caso, encarnaría la figura de un ilustre catalán: Santiago Rusiñol (al que conocían en Aranjuez como Sr. Ruiseñor). La figura de Rusiñol funciona a modo de némesis al erigirse como personaje capaz de encarnar la libertad desde un profundo respeto al cosmopolitismo. Rusiñol sería lo que los estoicos llamarían un ciudadano del mundo. Su patria era catalunya, sí, y su querido Sitges, pero también París, Aranjuez, cualquier lugar donde pudiese disfrutar de la belleza del paisaje. Alejado de cualquier dogma patriotero de poca monta, Rusiñol es el elegido para vertebrar, en la presente obra, un discurso que, a nuestro juicio, podría ser más claro y estar menos diluido en la verborrea del artista.

Els Joglars parecen querer decirnos que la cultura está por encima de una bandera, por encima de una adscripción a una patria, aunque sepa alimentarse de lo propio de una cultura concreta. Es evidente que la cultura se apropia de un todo que va mucho más allá de las fronteras de una región o una nación. Toda cultura es apropiación de otros códigos, de otros símbolos, de un patrimonio que no es de unos más que de otros o antes que de otros.

Empaquetado a modo de comedia, debemos otorgarle a «Sr. Ruiseñor» el valor de erigirse en protestona, contestataria, que no es fácil en el marco de un horizonte político tan miope y desnortado. Si bien, sí reconocemos que hay momentos bien sazonados de carnaza, también debemos señalar que hay muchos otros que nos recuerdan más a un capítulo del Polònia de la TV3 que a una creación original. Muchos de los elementos de esta pieza se articulan como gags un tanto recurrentes y echan mano de aspectos ya un tanto vistos. Así pues, en lo que respecta a la escritura de la obra, no destacaríamos un brillo especial. Se nos queda un poco a medias habiendo incluso partes que nos resultan un tanto correosas (el principio con una torpe coreografía de palomas no ofrece nada y deja el arranque de la pieza en una tesitura muy renqueante).

En el apartado de las interpretaciones, no hay ninguna que se eleve sobre las demás y sentimos que funcionan a modo de equipo, por mucho que Ramón Fontseré se lleve algo más de protagonismo con su encarnación de un hombre que trata de imbuirse del espíritu de Rusiñol. No creemos que la interpretación de Fontseré deje de ser convincente, pero tampoco cumple con nuestras expectativas en lo que al personaje de Rusiñol se refiere: una más certera presentación del personaje. Añadiríamos más: ¿Hay una necesidad de sacar en pelota picada a uno de los actores en un momento determinado de la función?

Queremos destacar uno de los momentos más hermosos de la pieza que ocurre cuando sobre el escenario, los diferentes actores componen una serie de fotogramas o cuadros de momentos de la biografía del artista catalán por medio de unos lazos rojos. Muy hermoso.

Els Joglars se han atrevido ( si es que atrevimiento es la palabra) a reírse de la realidad que les circunda, de la sociedad, a menudo, torpe e incoherente en la que moramos (no solo la catalana sino la sociedad en general).

El valor de este acto creativo reside en saltar por encima de la pose de seriedad (que como decía Rusiñol: «tantos estragos causa») y en no pretender ofrecer la verdad alternativa como si existiese realmente pues, con mucha frecuencia, quienes acostumbran a buscar una verdad sagrada y única son aquellos que dogmatizan y no saben reírse de sí mismos. Para todos ellos/ellas, tiene también Santiago Rusiñol una cita muy apropiada:

«Quienes buscan la verdad merecen el castigo de encontrarla».

Sr. RUISEÑOR

PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS (Sobre 5)

Se subirán a este caballo: Quienes gusten de las parodias de temas candentes.

Se bajarán de este caballo: Quienes, dogmatizados y dogmatizadores, no encuentren espacio para saber reírse de sí mismos.

***

FICHA ARTÍSTICA

DIRECCIÓN Ramon Fontserè

DRAMATURGIA Ramon Fontserè con la colaboración de Dolors Tuneu y Alberto Castrillo – Ferrer

ACTORES Ramon Fontserè, Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xevi Vilà, Juan Pablo Mazorra, Rubén Romero

DIRECCIÓN DE ESCENA Alberto Castrillo – Ferrer

ESPACIO ESCÉNICO Anna Tusell

DISEÑO DE ILUMINACIÓN Bernat Jansà

PROYECCIONES Manuel Vicente

DISEÑO DE VESTUARIO Pilar Sáenz Recoder

DISEÑO ESPACIO SONORO David Angulo

DIRECCIÓN TÉCNICA Y ATREZZO Pere Llach

CONSTRUCCIÓN ESCENOGRAFÍA Pere Llach

COREOGRAFÍA Cía. Mar Gómez

ASESOR MUSICAL Enrique Sánchez Ramos

COLABORACIÓN MUSICAL Francesc Vidal

PRODUCCIÓN EJECUTIVA Montserrat Arcarons

DISTRIBUCIÓN Y COMUNICACIÓN Montserrat Arcarons, Oriol Camprubí

FOTOGRAFÍA David Ruano Fotografía

DISEÑO GRÁFICO Arkham Studio

JEFE TÉCNICO EN GIRA Pere Llach

REALIZACIÓN DE VESTUARIO Eugeni Caireta, Mª Àngels Pladevall

POSTICERÍA Santos y Damaret

CATERING Restaurant Hort d’en Roca

Agradecimiento especial a ALBERT BOADELLA

Una crítica de Fjsuarezlema

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