EL MÉTODO GRÖNHOLM. El fin justifica los miedos

Una serie de candidatos están a punto de ser entrevistados para un puesto en una multinacional. Para ello, durante la entrevista, tendrán que pasar una serie de pruebas, cuanto menos sui generis, en las que tendrán que competir por desplegar una serie de habilidades y competencias para valorar su aptitud para el puesto al que se presentan.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la multipremiada obra teatral «El método Grönholm» que, escrita por Jordi Galcerán y dirigida por Tamzin Townsend, nosotros hemos podido ver en el Teatro Cofidis Alcazar de Madrid.

Sabemos que la presente obra de Galcerán viene precedida de años de éxito en cuanto a público se refiere. Las cifras alcanzan, quizá superan, los dos millones de espectadores en todo el mundo. Derechos vendidos a Broadway, representaciones en múltiples idiomas, cuatro ediciones del texto, adaptación cinematográfica, etcétera. Tarjeta de visita de esas que nos hacen pensar que se puede vivir del teatro. Pero es que esta pieza tiene vocación que va más allá de lo teatral y está escrita desde lo universal pues, tal y como afirma el autor, se sustenta en la premisa de las relaciones que se establecen entre quienes quieren conseguir algo y quienes tienen el poder de ofrecerlo. ¿Qué puede estar alguien dispuesto a hacer teniendo en cuenta esa jerarquía?

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Las connotaciones de crítica social o análisis de la realidad vienen de la mano de la incursión del texto en el mundo de la empresa y la selección de personal. Todo partiendo del disparador que supuso leer en prensa la noticia de una polémica selección de personal por parte de una cadena de supermercados española. La noticia, aquí.

Teniendo en cuenta el mundo, a menudo depredador, de la selección de personal en las grandes empresas, el autor llega hasta la ideación/invención literaria de un método que un tal Grönholm ha desarrollado en escandinavia y que sirve para elegir o descartar candidaturas en procesos de selección.

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Ese componente que reside en la pregunta de hasta dónde alguien está dispuesto a llegar por lograr un objetivo, es el verdadero protagonista de la pieza, pues seremos testigos de cuánto puede degradarse un alma humana bajo pequeñas dosis de presión continuadas. En la pieza, los personajes, sometidos a los requerimientos de la empresa, se dejan llevar por la necesidad de alcanzar una meta y van perdiendo algo tan sutil como la dignidad de manera insidiosa, escalonada.

Con todo, situaríamos al texto por encima de la dirección escénica y las interpretaciones  en esta propuesta. Como texto, su mayor mérito es haber sabido sacar el máximo provecho a un disparador sencillo, que funciona a modo de fórmula exportable e identificable. No destaca por su estructura rizomática, sino efectista, desplegándose en torno a una idea central de la que no se separa hasta el final buscando un clímax narrativo en la misma línea de sarcasmo. Cuando hablamos de un teatro de fórmula queremos referirnos a una propuesta que obedece, claramente, a una directriz que la vertebra por completo y alrededor de la girará todo lo que suceda en escena ahorrándose y obviando complejidades, sutilezas, otras capas, subtextos, etcétera y optando, sin contemplaciones, por un discurso que puede, a veces, hacerse un tanto repetitivo.

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Decimos que el texto es, entonces, lo más honesto de la propuesta que encajarán bien quienes acepten la comedia sencilla, con una trama fácilmente digerible, sin reversos, y que no obliga a pensar demasiado. Incluye, además, ciertos aspectos de crítica al liberalismo más salvaje (si es que hay algún liberalismo que no lo sea) y a la sociedad del cada palo que aguante su vela. No se presta a conjeturas ni a análisis sesudos sino que disecciona de manera efectiva una realidad de las transacciones humanas en las que echa sus zarpas el poder.

Queremos señalar, con énfasis, un momento poco reconfortante y especialmente a reconsiderar que no relacionamos con la idea del autor y entendemos que obedece, incluso, a una crítica vertida sobre una tipología de individuos como el personaje al que le corresponde: un depredador sin escrúpulos. Lo que nos preocupa no es su escritura, sino, antes bien, las reacciones que suscita en el patio de butacas. Nos referimos a un momento que opta por la incorrección y que bien podría ser tildado de momento transfóbico cuando el personaje de Fernando se burla de otro de los personajes que revelará algo relacionado con la un cambio de sexo. Episodio bochornoso es el observar al público reírse a pierna suelta con comentarios realmente desafortunados de uno de los personajes. A nosotros nos provoca cierto rechazo sentir que algo así pueda generar risas. El teatro debe apelar a una reflexión antes que a una mofa sin pudor alguno. Momento francamente lamentable que es, así mismo, un excelente termómetro de una sociedad que se ríe, con el misógino, o con el homófobo, o con el xenófobo en lugar de reírse del misógino, del homófobo, o del xenófobo. Cuestión de matices.

En lo que respecta a las interpretaciones, a nuestro juicio, solo el actor Vicente Romero saca gran provecho a todo el caudal que le puede dar su personaje. Los demás, especialmente Luis Merlo, a quien podríamos asumir como el protagónico, parecen estar un tanto alejados de conectar con sus personajes y resignarse a cubrir ficha. Observamos cierta dejadez, cierta desidia o cansancio en su interpretaciones. Quizá fuese ese día. Nunca lo sabremos.

La obra termina con sorpresa y giro efectista en una propuesta que se deja ver, pero que, pensamos, podría mejorar mucho con otro casting.

Hoy en día, los recursos humanos y procesos de selección parecen haber avanzado de manera funcional, con una apuesta por currículos ciegos, con entrevistas en las que no quepa la discriminación, con la apuesta por resaltar en los perfiles la creatividad y el talento antes que otros factores.

Sopresivamente, sigue surtiendo efecto en la práctica aquel mensaje que se atribuía a Warren Buffet que decía: «Contrata a los mejores y déjales hacer lo que saben. Si no, contrata a los más baratos y que hagan lo que tú dices». Tal vez, las cosas no hayan cambiado tanto desde que en 2003 Jordi Galcerán viese editada, por vez primera, «El método Grönholm» y aún sigamos asumiendo y tolerando eso de que el fin justifica los medios. O, mejor dicho, que el fin justifica los miedos.

 

EL MÉTODO GRÖNHOLM

PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS (Sobre 5)
Se subirán a este caballo: Quienes

Se bajarán de este caballo: Quienes

 

FICHA ARTÍSTICA

Autor: Jordi Galcerán

Dirección: Tamzin Townsend

Elenco: LUIS MERLO (Fernando), JORGE BOSCH (Carlos), MARTA BELENGUER (Mercedes), VICENTE ROMERO (Enrique).

Producción: Carlos Larrañaga

Ayte. producción: Andrés Belmonte

Ayte. dirección: Chema Rodríguez

Diseño escenografía: Anna Tusell

Diseño iluminación: Felipe Ramos

Diseño vestuario: Gabriela Salaverri

Música: Andrés Belmonte

Regiduría: José Ángel Navarro

Jefe técnico: David González

Diseño gráfico: Hawork Studio – Alberto Valle

Fotografía: Sergio Parra

Construcción escenografía: Mambo Decorados

 

Una crítica de Fjsuarezlema

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