Una joven granadina se promete con su primo, que tiene que emigrar a Argentina. Mientras espera a que vuelva, a ella se le pasa la vida y se queda soltera en su ciudad, donde la joven tendrá que hacer frente al desengaño amoroso y a la idea de ver pasar los años sin que él regrese convirtiéndose, a ojos de las gentes de su pueblo, en la solterona.
Etsa podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Doña Rosita, anotada» que con autoría y dirección de Pablo Remón (partiendo de la obra original de Lorca), protagonizada por Fernanda Orazi, Manuela Paso y Francesco Carril, nosotros hemos podido ver en los Teatros del Canal de Madrid.
Estrenada en 1935, en Barcelona, a cargo de la compañía de Margarita Xirgu, sería la última obra que el autor granadino vería estrenada.
Junto a las obras «Mi prima Aurelia» y «Las monjas de Granada» (que Lorca no lograría ver montadas), «Doña Rosita la soltera» conforma una trilogía dramática con trama secncilla, más alejada del verbo de anteriores piezas, pero apegada igualmente a los contenidos universales del amor, la traición, la humillación, el engaño o el odio.
Mucha parte de la crítica lorquiana ha destacado que esta obre no posee la hondura de otras escritas por el autor y que sus personajes, aquí, se revelan más superficiales; con escasa profundidad psicológica. En cualquier caso, si bien la crítica quizá entienda que esta obra supone una rebaja en la altura poética y de conformación de estructura, de trama, en la obra lorquiana, sí podemos decir que el público la refrendó desde su estreno pues es considerada una de las obras de Lorca que más gusta.
Igualmente, diríamos que Lorca no escatima en el drama en esta pieza que parece tener todos los mimbres de una tragedia. Compuesta en tres actos. El contenido es claro: Rosita está enamorada de un hombre que se ha ido a vivir a Argentina y, pese a la distancia ella le espera. El caso es que él, por correspondencia, le dice que no le espere más porque ya se ha casado con otra mujer y, pese a todo, Rosita oculta esta información a su entorno y sigue esperando su regreso. Pasa así toda su juventud, su encanto, su energía vital, diez largos años esperando a sabiendas de que su enamorado no regresará.
El final parece evidente: Rosita, convertida en una solterona (que a los ojos de la sociedad de su época era algo mal visto) sucumbe, colapsa, y decide revelar a su entorno familiar que ella se había guardado ese secreto durante tantos años. Todo su desengaño queda divulgado. Rosita acepta la mujer que es: más mayor, sin su juventud, y sola. Sin marido. A todo esto se le une una situación de deudas sobrevenidas a su familia que debe mudarse del caserón familiar en que viven a una casa más modesta. Como decíamos: dramón. Pero dramón universal, reconocible, con el que cualquiera podría empatizar. He ahí el don de Lorca.
En escena, recoge el testigo otro autor, Pablo Remón, que hace una tarea de metaescritura y metacomunicación. Nos plantea, a los espectadores, que ha recibido un encargo con esta obra y que, desde su perplejidad, se acercó a la obra de Lorca con curiosidad, con respeto. Su papel, un trasunto, lo pone en escena Francesco Carril que será quien hable por el autor. Lo que realiza aquí Remón, con muy buen tino, es un trabajo sobre Doña Rosita sin olvidarse de su propio estilo de escritura, igualmente poderoso y personal. Se mezclan, así, Lorca y Remón, con desparpajo.
El clásico toma las vestiduras de lo contemporáneo y la idea de Lorca resucita con otras formas, gracias al aire que insufla el nuevo autor.
Remón pone todo su empeño en vincularse al texto, a encontrar qué nexos puede haber entre él y un texto como el que le han encargado. Y parece hallar ciertos hilos de los que tirar para trenzar una conexión: por un lado, el lado de la familia que aparece retratada en Lorca como un sustento y refugio fundamental para Rosita. Remón hace regresión a su infancia y recuerda a dos tía suyas, del pueblo. Estás son el primer parentesco con esa idea de familia tuteladora que aparece en Lorca. Pero Remón va más allá y parece encontrar una conexión, tal vez, más sutil: se sirve de la obra de Lorca para escribirle una carta de amor a su madre ya fallecida. Una hermosa carta dirigida a alguien que ya no está, que ya no regresará y que está mucho más lejos que el primo de Rosita que se había ido a Tucumán.
Al principio, de un modo nebuloso, Remón expone asuntos que obedecen más a anotaciones, a pies de página de la obra de Lorca. Nos dice qué cosas le han atraído, nos habla de su lenguaje, de los hallazgos que el mismo ha realizado y de las interpretaciones sobre los diferentes personajes o incluso el ritmo de la pieza, los ejes temáticos, los contenidos, etcétera, pero, hacia el final, va abriéndose una grieta en la que, Remón, hará que pueda habitar el recuerdo y logrará conciliar «Doña Rosita» con su propia historia.
Rosita ha perdido algo que ya no volverá y debe asumir ese coste, ese dolor. Debe asumir que es mejor nombrarlo que ocultarlo. Remón parece elegir, también, asumir el recuerdo, la nostalgia de una pérdida, de una madre, para nombrarla y dejar de ocultarla. Un hermoso homenaje y profundamente humano (aun cuando las escrituras de ambos autores parecen distantes, reconocemos que la voz de Remón sabe hermanarse y compadecerse en la voz de Lorca).
Si hay algo que debemos sumar a la causa y al vigor de la propuesta es la de los tres intérpretes que están en escena. Los tres brillan. Los tres son cruciales para que el texto nos parezca tan preciso, tan potente y deslumbrante. Francesco Carril, que sobre todo vehicula el personaje del autor, del propio Remón (aunque haga otros papeles), está pletórico. Su presencia es mesmerizante y parece haberse imbuido con gran destreza en la naturaleza de los resorte por donde Remón desea llevar a su personaje. Talento enorme el de este actor para no arredrarse con lo verosímil. Chapeau.
También versátil y atinada se muestra Manuela Paso que interpreta varios papeles siendo el de la madre del autor el más conmovedor.
Por último, (la dejamos por algo para el final) Fernanda Orazi que está, sencillamente, ma-gis-tral. Qué absoluto control de un texto que es como caminar en la cuerda floja. Qué sentido del humor y qué capacidad de cambio de registro para tensar el drama. No podemos decir otra cosa más que estamos deseando verla en más y más papeles. Impecable.
La única pega que encontramos en esta propuesta tiene que ver con un aspecto de medición de los tiempos. Hay algunas escenas que se alargan un poco más de la cuenta. En cualquier caso, sobresaliente. Remón borda, de nuevo, su último montaje. No hemos visto todos los anteriores del autor, pero los que sí hemos podido ver nos han parecido magníficos. Posee un estilo diríamos que único y absolutamente distinguible en lo que concierne a la escritura y la escena de este país.
Nosotros, a diferencia de Rosita en la obra, sí suspiramos por alguien que merece los suspiros y ese alguien es, (además de Lorca), el dramaturgo Pablo Remón.
DOÑA ROSITA, ANOTADA
Se bajarán de este caballo: Difícilmente van a querer bajarse. Este caballo galopa con brío.
FICHA ARTÍSTICA
Autor (versión) y director: Pablo Remón (sobre el texto original de Lorca).
Reparto: Fernanda Orazi, Francesco Carril, Manuela Paso
Escenografía, Mónica Boromello
Iluminación, David Picazo
Vestuario, Ana López Cobos
Espacio sonoro, Sandra Vicente
ayudante de dirección, Raquel Alarcón
Producción ejecutiva, Rocío Saiz
Dirección de producción, Jordi Buxó
Distribución, Caterina Muñoz
Una producción de la Comunidad de Madrid y Buxman Producciones, con la colaboración de La_Abducción.
Una crítica de Fjsuarezlema
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