LA FIESTA DEL CHIVO. Una voz temblorosa

La abogada Urania Cabral que abandonó la República Dominicana siendo muy joven, hace el relato de los últimos días del dictador Trujillo. Treinta años después de su partida del país, Urania vuelve a visitar a su padre, enfermo, el senador Agustín Cabral que en su día fue cargo del régimen. El regreso de la hija de Agustín al país servirá para desvelar un secreto que la une, fatídicamente, con Trujillo.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «La fiesta del chivo» que basada en la novela de Mario Vargas Llosa ha sido adaptada el teatro por Natalio Grueso. Dirigida por Carlos Saura y protagonizada por Juan Echanove, nosotros hemos podido verla en el Teatro Infanta Isabel de Madrid.

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Detrás de esta nueva adaptación, esta vez de Vargas Llosa, se encuentra el mismo equipo de producción que, hace pocos meses, nos había traído la adaptación de una obra de García Márquez («El coronel no tiene quien le escriba»).

La obra de Vargas Llosa se publicó en el año 2000. Ya han pasado veinte años sobre la historia en la que se entrecruzan el relato documento político y la invención del autor. La historia de Trujillo como dictador queda reflejada en la prosa del autor peruano en una novela totalizante (24 capítulos) en la que conviven juegos con lo cronológico, multiplicidad de voces y perspectivas, amalgama de discursos. Una novela, siempre, es más comprehensiva que cualquier adaptación que de la prosa se haga al cine o a la dramaturgia. Es lógico, por el simple hecho de que la arquitectura de la narrativa escrita posibilita la evocación ilimitada.

Trujillo (apodado El chivo) fue un dictador sanguinario y toda dictadura, tal y como dice Vargas Llosa, «es un charco en el que puede prosperar cualquier tipo de alimaña». Tras más de doscientos años de su independencia, latinoamérica ha tenido la desgracia de caer en manos de muchas alimañas que han hecho del poder su feudo y han campado a sus anchas por encima de constituciones y cartas magnas, funcionando más como sátrapas que a modo de servidores públicos dentro de los saludables márgenes de la democracia. Ese es un lastre, sin duda, espantoso de las relaciones establecidas entre los gobernantes y la ciudadanía  en américa central y del sur. 

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La historia de Trujillo es otra historia de corruptos y miserables. De servilismos y caudillismos. Pero si algo de atractivo posee es, más allá del personaje real de Trujillo, es la voz de Urania: el personaje femenino protagonista en la obra. Urania es un personaje inventado por el autor que no guarda relación con un correlato histórico. Es una ficción pura (y dura) del autor. Y he ahí la diferencia de esta novela con otras que ponen el foco en el dictador y sus alrededores o en el simple testimonio y relato documental de los hechos acaecidos. La figura de Urania puede ser vista como ejemplarizante, como sublimadora, del sufrimiento de tantas mujeres bajo el yugo de los dictadores en general y de Leónidas Trujillo, en particular. Urania sirve además para dar una mirada contemporánea al relato. Urania es la que viene, del futuro, al presente, para ajustar cuentas con el pasado. Y es la que da voz a las mujeres, a lo femenino, al feminismo, en un país asolado por el machismo, por el patriarcado, por la hegemonía del poder masculino. Trujillo, como machista recalcitrante, usaba a las mujeres, se servía de ellas para su propia realización, siendo lo sexual un símbolo implacable de su poder. Virilidad asociada a lo coital. Llegaba incluso a acostarse con las mujeres de sus colaboradores más cercanos y a burlarse y alardear de ello. Es Urania, entonces, la réplica perfecta al misógino Trujillo. La voz perfecta dentro del relato para trasgredir lo que intenta ser impuesto. Una suerte de Ifigenia Dominicana ofrecida como ofrenda al Dios Trujillo.

Poniendo el foco en la adaptación, podemos decir que, si bien todo está honrosamente adaptado y sintetizado, nosotros sí desearíamos encontrar en la propuesta otros volúmenes que no hemos encontrado. De manera muy concreta, la obra discurre de un modo un tanto precipitado en algunos acontecimientos y ralentizada en otros. Por ejemplo, partimos de un in media res, de acuerdo; de golpe nos situamos en la administración de Trujillo y se nos explica quién es y cómo procede, pero pronto los acontecimientos se aceleran y la Urania  de 14 años es llevada a su palacio presidencial, su Casa de Caoba. Imposible sintetizar una novela en el recorrido de una obra teatral si no se quiere hacer absolutamente discursiva. Pese a todo, insistimos, creemos que hay un intento de llevar a cabo un digno trabajo de adaptación.

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Otro factor que juega a la contra, a nuestro juicio, es del personaje de Urania.

Si bien la elección de Juan Echanove es ideal, verosímil, y se ajusta como un guante al personaje, icónico, con una capacidad asombrosa para meterse en la piel de quien le da la gana, y levantar una arquitectura interpretativa en sí misma que nos provoca desazón, repulsa, desprecio al componer a un Trujillo completamente apuntalado, no nos encontramos con el mismo equilibrio en el personaje de Urania: Lucía Quintana queda muy lejos de conmovernos, de conducirnos con su voz y su interpretación hacia su dolor, su sufrimiento, su devastación o de hacernos empatizar con su Urania niña que es llevada junto al Chivo para que este se pueda complacer. Su interpretación se nos hace poco creíble y en general demasiado afectada. Rompe así el equilibrio que hubiésemos deseado para ese papel tan importante. 

El resto del elenco aguanta el tipo, aunque deberíamos reconocer especialmente a Manuel Morón y Gabriel Garbisu pues los otros se nos presentan, francamente, bastante más prescindibles. (Qué sentido aporta el personaje de Eduardo Velasco?).

El diseño de escenografía y vestuario, en manos del propio Saura, digámoslo sin rodeos: mediocre. Acostumbrados como estamos a escenografías elaboradas, evocadoras, potentes, que refuercen la

Muchos nombres importantes rondan esta propuesta. Vargas Llosa, Saura, Echanove. Pesos pesados todos ellos. A nuestro modo de ver, lo que vemos en escena es correcto, sin más, digno, sí, pero ese es precisamente, también, su mayor handicap pues esperábamos bastante más. Aunque sepamos perfectamente que es imposible competir con la capacidad evocadora de la novela. Un intento similar, en resultado, a la adaptación cinematográfica que en el 2006 llevó al cine el peruano Luis Llosa.

Tomando las palabras del propio Vargas Llosa, el autor escribe: «Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora». Nosotros, sin permiso, añadiríamos: y un libro adaptado puede convertirse en una voz temblorosa. 

LA FIESTA DEL CHIVO

PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS (Sobre 5)
Se subirán a este caballo: Quienes gusten de adaptaciones de novelas al teatro.

Se bajarán de este caballo: Quienes se defrauden porque la novela siempre es más evocadora.

 

FICHA ARTÍSTICA

Dirección: Carlos Saura
Basado en la novela de Mario Vargas Llosa
Adaptación: Natalio Grueso

Intérpretes:

Trujillo: Juan Echanove
Urania: Lucía Quintana
Abbes: Manuel Morón
Manuel Alfonso: Eduardo Velasco
Cabral: Gabriel Garbisu
Balaguer: David Pinilla

Equipo técnico y artístico

Ayudante de dirección: Gabriel Garbisu
Iluminación: Felipe Ramos
Diseño de escenografía: Carlos Saura
Diseño de vestuario: Carlos Saura
Jefe técnico: José Gallego

Producido por:
José Velasco

 

Una crítica de Watanabe Lemans

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