LA ESPUMA DE LOS DÍAS. Cómo hacer crecer un nenúfar en nuestro cerebro

Tomando como elemento vertebrador la esencia de la novela «La espuma de los días», del francés Boris Vian, asistimos a una representación teatralizada, sui generis, de su esencia reinterpretada por la personalísima voz de otra autora. Temas capitales: el amor,  el jazz, (lo único por lo que merece la pena vivir según Vian). Chloé, su protagonista femenina principal, encarna el vivir meláncolico, el fado funesto de un amor condenado, sentenciado desde el principio y Boris Vian hace corolario de las cosas espantosas que tiene la existencia: la muerte, la enfermedad, el trabajo, así como lo absurdo de la religión o los dogmas ideológicos.

Esta podría ser una suerte de sinopsis, mutatis mutandis, de la propuesta «La espuma de los días» que, asumiendo las tesis de su autor, Boris Vian, tamizada ad hoc por María Velasco, nosotros hemos podido ver en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español.

Planteemos de entrada una premisa desde la que nos situamos para el presente desarrollo de esta crítica: el texto compuesto/arreglado por Velasco pasa, para nosotros, a ocupar un lugar destacado en este año que estamos cercano a cerrar y entra, por autoridad propia, en esa categoría de los mejores textos que hemos podido encontrar en 2019.

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Todo es post en este encuentro de la autora con Vian. Un homenaje/tributo póstumo a la genial obra del francés y una post modernidad sobre las tablas. Hay un remarcable numero de aciertos en la propuesta de María Velasco que, tal vez, para algunos/as queden enmascarados bajo la (¿acertada?) crítica a las interpretaciones de los actores y actrices, por otro lado, deliberadamente planteadas así por la dirección de la propia autora. Pasemos a examinar los aciertos que posee, bajo nuestra lupa, la propuesta.

Primero: si tomamos como premisa esencial de la obra de Vian el amor y el jazz, podremos percatarnos de que Velasco apuesta fuerte por un estilo jazzístico atravesando por completo a su criatura. Sus actores y actrices se ponen, además, a disposición de la palabra hablada y ejecutan una coreografía, de principio a fin, inserta en este género del spoken word tan hermanado con el jazz. Una suerte de slam que, tal vez, no todo el mundo aprobará o degustará dado que se acude a una sala de teatro como la del Español esperando interpretaciones antes que a rapsodas. Pero si uno/a es capaz de ver más allá del actor o la actriz como un intérprete, seguramente podrá disfrutar de este largo poema que ha escrito la autora.

«No representes las palabras. No representes nunca las palabras. No intentes nunca despegar del suelo cuando hables de volar, ni gires la cabeza y cierres los ojos cuando hables de la muerte. No me mires con ojos ardientes cuando hables del amor. Si quieres impresionarme al hablar del amor, métete la mano en el bolsillo o debajo del vestido y acaríciate». Esto afirmaba Leonard Cohen, reconocido representante de la palabra hablada. ¿Es esta pieza una suerte de equivalente de lo que es la palabra hablada de Cohen a la música? Diríamos que sí. Un hallazgo en lo teatral que se aparta de sus rieles. Que parece traernos el grito ahogado de un Magritte diciendo esto no es una pipa  (esto no es parís) o esto no es el Teatro tal y como vosotros pensáis en lo que el Teatro es.  Mallarmé diciendo «nombrar el objeto es suprimir el mayor placer del poema, que es la felicidad de conjeturar poco a poco«.  Eso es lo que logra, precisamente aquí, Velasco: La felicidad de conjeturar poco a poco con las esencias de Boris Vian. Y nos encanta su conjetura.

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«Dí las palabras, transmite los datos y hazte a un lado (…) Hablas frente a los miembros del club de exploradores de la Sociedad Geográfica Nacional, quienes conocen todos los riesgos del alpinismo«. Sentimos a Cohen en esta espuma de Velasco. En cómo pone a los actores a decir o a desdecir. A hablarnos por medio del desgarro de sus cuerpos antes que por medio del desgarro de sus almas. Las palabras llegan al patio de butacas poco manufacturadas, en crudo, como fotografías en un archivo raw y es cada espectador/a quien hace el resto con el material que aquí danza y vibra como palabra antes que acción, como paisaje interior.

Es difícil no llevarse un estupendo sabor de boca tras paladear este texto de palabras que están pensadas para no desacreditarse al ser representadas. Solo enunciadas. La autora se aleja de la necesidad de rellenarlas como un pavo para que las digiramos y opta por la precisión, apegada a lo puramente textual y patafísicamente iconográfico.

En el repertorio de imágenes convocadas, más allá de las que conciernen a las evocadas por el propio texto, nos encontramos con una escenografía sencilla: un sofá, en la esquina derecha y un montículo de arena en la esquina izquierda. Para el final, una máquina de espuma como manera de alcanzar el clímax. Y los cuerpos que se saben instrumento para el que es válido, también, la desnudez. Cuerpos que expresan sin demasiados suspiros, sin jadeos. En la línea de ser objetos de información. La voz como un dato. El cuerpo como un dato. Y un robot de limpieza que acude a la vagina. Y un Mickey Mouse que desmonta a un París idealizado. Nos falta un nenúfar brotando dentro de un pulmón.

La espuma de los días aborda el amor desde la óptica de la anti indulgencia, la destrucción de la inocencia, el desafío de unos personajes que se enfrentan a la sociedad confrontando sus valores con despreocupación, criticando la alienación del trabajo, la muerte, la religión y sus parafernalias, el poder del dinero y todo atravesado por un insólito mundo poético, con un irresistible halo de irrealidad. Y, con todo, la trama es lo de menos porque lo que importa en Vian es su escritura apartada de lo rectilíneo. Aquejada de fascinación.

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Si es difícil encontrar un director que no sea Michel Gondry para dirigir la versión cinematográfica de la novela de Vian, nos parece que pocos autores/as más interesantes que María Velasco para abordar la empresa de teatralizar esta historia à sa façon.

Colin y Chloé, Chik y Alise se conducen, aquí, bajo el régimen del franco distanciamiento de los personajes originales y, al mismo tiempo, asumiendo la impronta, la estela que dejan  los personajes de Vian tras cerrar las páginas del libro .

Las cosas se confunden con las formulaciones. Marías Velasco funda un lugar nuevo invadiendo la textura de las palabras y el lenguaje es la capital de su patria. Como una Fernández Mallo en su gusto por la palabra hibridada y mezclada, la autora no se amedrenta y nos ofrece este regalo: el hallazgo de un neologismo, de un nuevo logos, de un nuevo y flamante significado en una obra cargada de significantes. 

Tal vez esta pieza deba ser vista como un nenúfar brotando en los cerebros de la audiencia. Dejen, dejen que les crezca y que les salga por la boca, por las orejas, por los ojos.

 

LA ESPUMA DE LOS DÍAS

PUNTUACIÓN: 4 CABALLOS (Sobre 5)
Se subirán a este caballo: Quienes gusten de texto crudo, repleto de poderosas imágenes y recovecos.

Se bajarán de este caballo: Quienes no crean que Leonard Cohen hace música por medio de la palabra hablada.

FICHA ARTÍSTICA

Texto / dirección:

Boris Vian / María Velasco 

Reparto:

Miguel Ángel Altet
Fabián Augusto Bohórquez
Lola Jiménez
Natalie Pinot

 

Ficha artística:

Coreografía                                       Lola Jiménez
Diseño de iluminación                Antoine Forgeron
Diseño de Espacio                        Marcos Carazo
Diseño de sonido y mezclas    Adolfo García.
Diseño de vestuario                    Daniel Voltta (con la colaboración de la compañía)
Audiovisuales                                 José Francisco Castro
Fotografía                                         Ilde Sandrin
Taxidermia artística                   Tamara Ablameiko
Ayudante de dirección             Joaquín Abella
Asistente de dirección             Peio Lekumberri
Producción Ejecutiva                Ana Carrera

 

Una crítica de Watanabe Lemans

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