Aitana Sánchez-Gijón encarna, mediante la recitación de diferentes fragmentos de textos, a distintas mujeres unidas por ser tocayas en nombre: todas ellas son Juana. Juana La Papisa, Juana de Arco, Juana la Loca, Sor Juana Inés de la Cruz y Juana Doña. Le acompaña la compañia de Danza de LosDedae arropando el texto con coreografías dando al conjunto un formato de perfomance.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la pieza «Juana» que, con un reparto formado por Aitana Sánchez–Gijón, Carlos Beluga, Chevi Muraday, Maximiliano Sanford y Alberto Velasco, con dirección artística y coreográfica de Chevi Muraday y dramaturgia a cargo de Juan Carlos Rubio, nosotros hemos podido ver en la sala principal del Teatro Español.
«Sin claridad no hay voz de sabiduría», decía en uno de sus escritos Sor Juana Inés de la Cruz. Sin fondo, de nada vale la forma, queremos decir nosotros para comenzar. Porque es lo primero que nos viene a la cabeza al pensar en los ropajes y el ornato de esta «Juana» que hemos visto sobre el escenario. Porque esta propuesta se lo juega todo a una carta: la de la forma sobre el fondo. Sin duda hay textos de reconocidas figuras y valorables, pero ese intento de hibridación entre los fragmentos escuchados no cuaja, o lo que es mucho peor, se hace tedioso y pretencioso en lugar de bello (a no ser que alguien asimile la idea de belleza con la idea de lo pretencioso). Todo, suponemos, estaba pensado como artefacto en el que forma y fondo convergiesen y se encontrasen, mientras que, a nosotros, nos resulta en otra geometría: forma y fondo se bifurcan, se entrecruzan, se persiguen, alejándose, si acaso, y la propuesta queda sometida al imperio de lo netamente estético.
La voz y la presencia de Sánchez-Gijón no son suficientes. Sin duda es la actriz lo mejor que le pudo ocurrir a esta pieza. Su arranque es estupendo, de una elegancia deliberadamente alambicada. Ella, vestida con traje rojo se sube a una pequeña cinta de caminar y suelta el texto como solo las intérpretes superdotadas saben. Eso sí, un texto con el que es difícil conectar pues los fragmentos elegidos, a modo de poema deconstruido, se ven cercados por una abstracción debilitante. Pese a que Aitana Sánchez-Gijón comparece maravillosa en su rol, la propuesta solo logra algunos conatos de belleza en donde lo que brilla es la plástica, lo escenográfico, nunca el relato que lo debería enfatizar.
En el apartado de la danza que sustenta todo el conjunto, junto con la palabra, aquí el baile invoca pero no evoca. Esa es su flaqueza. No dudamos de la generosidad de lo coreografiado con lo dramatúrgico y sabemos que nos podemos mover en dos direcciones: la estrictamente técnica y la puramente intersubjetiva. Quedémonos con la segunda. Analizando el baile como galvanizador, como elemento cristalizador, en este punto, la propuesta no alcanza el fuelle que se le exige. No acaba de integrarse del todo con el sentido de los diferentes textos.
Igualmente podemos decir que hay algunos momentos en los que sí ocurre que lo invocado es también evocado en escena y esos momentos se disfrutan. Un ejemplo: la coreografía de las telas que hacen de la Juana de turno una bámbola penitente. Mención especial para la escenografía de Allan Willmer, lograda, inspirada, acertada con su versátil estructura de juego de celdas, de jaulas, de puertas que pueden ser montículo o escondite.
Leyendo la danza, su engranaje y su altura poética, danza que instrumentaliza el cuerpo como una medium, debemos señalar el oficio de Muraday y la, a nuestro juicio, no sabemos si obedeciendo a las órdenes de la dirección artística, hiperatrofiada ostentación de Carlos Beluga que, en ocasiones, parece permutar escenario en pasarela.
Si bien hay un intento de dotar de forma y encadenar los textos, en su improbable encadenamiento, mediante una estructura circular, de ouroboros, diríamos que aquí la serpiente se inyecta a sí misma su propio veneno al morderse la cola. De nuevo, no funciona. Dicho esto, nos es socorrida y pertinente (tal vez, para otros/as impertinente) otra frase de Sor Juana Inés de la Cruz cuando decía: «Salgan signos a la boca de lo que el corazón arde, que nadie, nadie creerá el incendio si el humo no da señales».
Para el caso que nos ocupa, si es que el corazón arde por dentro a través de estos textos elegidos para poder emocionarnos, iluminarnos, elevarnos como espectadores, debemos ser honestos, nosotros no nos creímos este incendio.
JUANA
Se bajarán de este caballo: Quienes no encuentren apenas evocación en esta fragmentación de discursos donde danza y palabra no se miran frente a frente.
FICHA ARTÍSTICA
Chevi Muraday
Carlos Beluga
Chevi Muraday
Aitana Sánchez–Gijón
Maximiliano Sanford
Alberto Velasco
Dirección Artística y Coreografía Chevi Muraday
Dramaturgia Juan Carlos Rubio
Textos Juan Carlos Rubio, Marina Seresesky y Clarice Lispector
Y fragmentos de George Bernard Shaw, Alcuino de York, Antiguo y Nuevo Testamento, Emmanuel Royidis, Fiedrich Schiller, William Shakespeare y Juana Inés de la Cruz
Asistente de Dirección Manuela Barrero
Coaching Danza Paloma Sáinz-Aja
Repetidora Noelia Venza
Diseño de Escenografía Curt Allen, Willmer y Studio DeDos (AAPEE)
Diseño de Vestuario Sonia Capilla y Chevi Muraday
Diseño de Iluminación Nicolás Fischtel (AAI)
Música, Mariano Marín
Fotografía Sergio Parra / Lighuen Desanto y Damián Comendador
Maquillaje y Peluquería Chema Nocci
Video Javier Cardenete y El tornillo de Klaus
Ayudante de producción Julio Rojas y Clarisa García
Dirección de producción Amanda R. García
Distribución Charo Fernández- TraspasosKultur
Redes Sociales:
IG: @losdedae
FB: Losdedae Dance Company
Web: www.losdedae.com
#Juana #JuanaLosdedae
Una crítica de Watanabe Lemans
Síguenos en Facebook: https://www.facebook.com/www.mireinoporuncaballo.blog
Y en Instagram: https://www.instagram.com/mireinopor/