Un grupo de actores y actrices se desplazan hasta la ciudad Iraquí de Mosul en donde representarán una obra de teatro en torno a la Orestiada de Esquilo tratando de integrar los personajes de Agamennon, Clitemnestra, Egisto, Ifigenia, Orestes y Pilades en una ciudad, como Troya, también devastada tras la guerra.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Orestes en Mosul» que, con dramaturgia de Stefan Bläske y dirección de Milo Rau, nosotros hemos podido ver en losTeatros del Canal, dentro del marco del 37 Festival de Otoño 2019.
Milo Rau entró a dirigir el NTGent (Teatro de la ciudad de Gante, Bélgica) en 2018 con un manifesto bajo el brazo en el que se incluía el siguiente punto: al menos una producción de cada temporada deberá ensayarse o representarse en una zona en guerra. De este modo comprendemos la idea de su «Orestes en Mosul» no solo ensayado en la ciudad sino, además, estrenado allí mismo. No demasiado original Rau en su órdago al NTGent al pensar en llevar el teatro a zonas de guerra o conflicto posbélico. Nos viene a la mente el ejemplo, ya en el año 1993, de la escritora e intelectual estadounidense Susan Sontag que con sesenta años se plantó en Sarajevo y ensayó, en un teatro bombardeado, durante cinco semanas, la obra Esperando a Godot (incluyendo, igualmente, su estreno en la ciudad Bosnia).
Reflexionemos críticamente sobre lo que vemos en la sala roja de los Teatros del Canal.
Por un lado, la capacidad de evocación de las imágenes y del texto, de la conjugación entre teatro y vocación periodística. Tenemos a una dramaturgia al servicio de la narración documental. Un teatro documento (no sabemos si indocumentado). Una apuesta por hablarnos de las guerras, de un escenario bélico en el que cobre algún sentido la idea de sacrificio para poder emparentarlo con el sacrificio por parte de Agamenón (Trío de las Azores Bush, Blair, Aznar) de su hija Ifigenia (Irak/Sadan Hussein) y posteriores asesinatos encadenados.
Las imágenes del rodaje de los días pasados en Mosul poseen mucho magnetismo y una fuerza evidente por todas las connotaciones de una ciudad que estaba ahí, como Nínive, antes que Troya. Hay una buena cantidad de mística en torno a la idea de «ciudad asolada por la guerra» en la que todo debe reconstruirse para recomenzar; una mística quizá pasada por el tamiz del occidental medio que vive de lejos el conflicto y que es capaz de encontrar poesía en los escombros. Rau se hace cargo de esa sentencia Esquiliana que reza: «Ni aún permaneciendo sentado junto al fuego de su hogar, puede el hombre escapar a la sentencia de su destino». Las imágenes de la ciudad y sus habitantes, su paisaje y su paisanaje derruidos, intentando salir a flote, nos parecen honestas. Pasadas, eso sí, por el tamiz de lo estetizante.
Si hay algo que nos produce cierto pudor es la injerencia: el director y su trouppé acuden a Mosul a hacer ¿un teatro con los iraquíes para los occidentales? Por desgracia, la tragedia de Esquilo no resuena en absoluto entre los edificios destruidos, en medio de las mezquitas aún en pie, de los niqab, de las minas antipersona, en un lugar en el que huele demasiado aún a intolerancia, falta de libertad y desigualdades explotadas por el Estado Islámico y en una buena parte sembradas, paradojicamente, por las tropas de Estados Unidos que en su día vinieron a Irak en busca de armas de destrucción masiva. Una tierra de sangre, sí, tal vez sea lo más parecido a la idea de la Orestiada y la guerra de Troya. En cualquier caso, y aunque a la pieza se le vea lo impostado de meter con calzador a Esquilo, sí podemos valorar su pertinencia del sentido dramático (que no dramatúrgico per se), con unas interpretaciones que conectan más con lo cinematográfico que con la idea de lo teatral y un texto elegante, proselitista, aunque tal vez demasiado depurado.
Nos imaginamos más la idea del «Esperando a Godot» que Sontag llevó a Sarajevo. Más contingente sin duda que este «Orestes en Mosul» del que sacamos un rédito más pragmático que dramatúrgico. Teatro de trinchera, de documento, activista, engendrado como artefacto centroeuropeo más próximo a una epifanía intelectualizada, una epifanía ética. Una meditación en torno a la guerra, el poder y la idea de sacrificio que de tan depurada nos recuerda a la estilización propia de un Haiku. (El siguiente es de nuestra propia cosecha, que nos hemos puesto creativos):
«Orestes en Mosul/
beso entre dos hombres/
nunca es guerra perdida»
ORESTES EN MOSUL
Se bajarán de este caballo: Pocos se bajarán de una propuesta como esta: estilizadamente intelectual, pero atractiva.
FICHA ARTÍSTICA
Dramaturgia: Stefan Bläske
Manager de gira: Elli De Meyer
Texto: Milo Rau & ensemble
Con el apoyo de: Romaeuropa Festival
Actores del vídeo: Khalid Rawi, Khitam Idress y Baraa Ali
Músicos del vídeo: Zaidun Haitham, Suleik Salim Al-Khabbaz, Firas Atraqchi, Saif AlTaee y Nabeel Atraqchi
Coro del vídeo: Mustafa Dargham, Rayan Shihab Ahmed, Ahmed Abdul Razzaq
Hussein, Hassan Taha, Younis Anad Gabori, Hatal Al-Hianey, Abdallah Nawfal y
Mohamed Saalim
Película: Moritz von Dungern y Daniel Demoustier
Escenografía: ruimtevaarders
Vestuario: An De Mol
Iluminación: Dennis Diels
Regidor: Marijn Vlaeminck
Técnico de vídeo: Stijn Pauwels
Técnicos de iluminación: Dennis Diels y Geert De Rodder
Edición: Joris Vertenten
Composición y arreglos musicales: Saskia Venegas Aernoudt
Técnico de sonido: Dimitri Devos
Creación de sobretítulos: Eline Banken
Sobretitulado: Noemi Suarez Sanchez, Katelijne Laevens
Asistente de dirección: Katelijne Laevens
Técnico de escena: Jeroen Vanhoutte
Asistentes de vestuario: Micheline D’Hertoge y Nancy Colman
Prácticas de dramaturgia: Liam Rees, Eline Banken
Ayudante de dirección en prácticas: Bo Alfaro Decreton
Manager de producción: Noemi Suarez Sanchez
Coproducción: Schauspielhaus Bochum, Tandem Scène Nationale
Con el apoyo de: The Belgian Tax Shelter
Una crítica de Watanabe Lemans
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