Un grupo de adolescentes se plantan sobre el escenario para hacer una denuncia de la sociedad en la que vivimos y en la que, por regla general, los y las adolescentes parecen personas invisibles a las que no se escucha ni se presta demasiada atención. Todas las protagonistas de esta pieza tienen en común dar voz a historias reales de adolescentes Chilenas que han sufrido algún tipo de daño, discriminación, abuso.
Esta podría ser una sinopsis de la obra «Paisajes para no colorear» que la compañía Chilena Teatro de La resentida ha traído a Madrid en el marco del 37 Festival de Otoño y que nosotros hemos podido ver en el Teatro de la Abadía.
Partamos de la matriz de la obra: la mirada feminista pasada por el filtro de un país como Chile que, en la actualidad, asiste al desmantelamiento de sus libertades más básicas. Desde ese lugar, el análisis de contexto nos sitúa en una realidad desoladora que podría ser extensible al resto de América Latina (si bien el contexto español está viendo comprometidos muchos de los consensos alcanzados, parece aún lejos de la realidad social de Sudamérica y América Central).
La tesis de esta propuesta parece clara: la mujer sigue siendo periférica en lo sociopolítico y buena parte de las causas de su falta de derechos, de los daños colaterales que afrontan, vienen de una educación que no se atreve a implementar la igualdad y el feminismo como ejes transversales. El feminismo latinoamericano surge de todos los lugares en los que se sometió a la mujer a la marginalidad y en ese sentido podemos hablar que escucha a la lucha de las indígenas, la lucha contra el colonialismo, las luchas contra el poder omnímodo de los valores religiosos, la lucha contra el racismo. América Latina se desangra por un sinfín de brechas, pero una de las más dramáticas es la brecha de los feminicidios: herida que supura en Guatemala, en México, en Honduras, en Bolivia, en Brasil, en Chile, etcétera. La dinámica perpetuadora guarda estrecha relación con la naturalización de la violencia masculina contra las mujeres sometidas; una naturalización que se extiende de lo social a lo político y que dibuja un paisaje en blanco y negro del abuso masculino que parece haberse incluso instituido como norma.
Por suerte, la voz se alza a modo de protestas, de calles llenas de mujeres que no aceptan formar parte de una norma impresentable que echa sus raíces en el colonialismo racista y discriminador. Y entre esas mujeres, muchas jóvenes en un fenómeno con ecos de convertirse en imparable, le pese a quien le pese. Las mujeres latinoamericanas han decidido renovar su imaginario de lo que es ser mujer y devendrán en una nueva y necesaria mirada propia que ha de saltar el océano y colarse en la agenda feminista europea. Su fuerza radica en la juventud, en las ansias de cambio y de darle la vuelta a lo hegemónico. Esa actitud, casi a modo de swag, es la que ponen sobre la escena las mujeres de este «Paisajes para no colorear». La ética sororidad de un nosotras cuyo argumento irrenunciable debe ser: igualdad es libertad.
Todas ellas representan voces que han sido ahogadas, silenciadas, sometidas al abandono, al daño por el simple hecho de ser mujeres en latinoamerica. Historias de chicas abusadas por sus padres, o padres que maltratan a sus mujeres frente a sus hijas, violencia de género, discriminación por lesbianismo, mujeres que quisieran no haber tenido un hijo pero que fueron forzadas, legal y socialmente, a ello; mujeres jóvenes que expresan con su cuerpo su erótica, su deseo, pero que saben que su cuerpo es su última frontera y que no permitirán que se les ponga una mano encima. Todo un relato enlazado por medio de historias compartimentadas que alcanza un paroxismo en el público, pocas veces visto, y que obedece, entre otros factores, a la energía, al arrojo de sus protagonistas, a su verdad, a la fuerza de lo emergente de su narrativa, de su mensaje.
Las interpretaciones nos sorprenden gratamente en un alegato que nos resulta verosímil, dramático, cargado de aspavientos que no por ello le quitan lustre a la propuesta. (Fíjense que llegamos a empatizar, y de qué manera, con una muñeca hinchable que es otra de las protagonistas de la pieza y que funciona, diríamos, a modo de metáfora de género ).
Las jóvenes de hoy, en Chile, y en lugares distantes del mundo, han comprendido el potencial de la resistencia, de la lucha y la protesta. En Latino-américa las mujeres pueden tener el coraje y la épica de una Bartolina Ciza, de una Micayla Bastidas; pueden y deben aspirar a ganarse el respeto social, poniendo el dedo en la llaga que muchos querrían cicatrizar para no llamar la atención de nadie. Es casi un imperativo que broten movimientos, disidencias, sororidades imprescindibles. Chile es solo un ejemplo de un movimiento global que cuenta también con el freno de quienes siguen negando derechos, denigrando y connotando el feminismo como lo que nunca fue ni será.
La resentida nos trae una pieza teatral que se debe ver desde la asunción de un enfoque culturalista (capaz de reconocer y atribuir a una cultura machista y a una estructura patriarcal, la continua reproducción de las manifestaciones de desigualdad hacia las mujeres). Un teatro capaz de incidir en la lógica de la prevención (¿qué será de cualquier movimiento social si no es abrazado por sus jóvenes?). Teatro rabioso y de rabiosa actualidad, pero no efímero. Teatro feminista desde un Chile que se ve acuciado por una política contraria a la igualdad, aquejada de misoginia y paternalismo. Teatro para hacer llegar a las élites, que a menudo ocupan el patio de butacas en los festivales, un mensaje directísimo, contestatario, libre de elitismos. Teatro que deja muy buen sabor de boca y que más allá de su emergencia y su comprensible efervescencia debe hacernos reflexionar y transformanos en profetas de la igualdad, en algo más que testigos pasivos, en agentes intermediarios del inevitable y urgente cambio.
Tomando las palabras que una vez expresó Julieta Kirkwood, mutatis mutandis, a nosotros tras salir de ver la función nos entraron las ganas de salir con carteles a la calle y encontrarnos en multitudes para cambiar la vida. Que no es poca cosa.
PAISAJES PARA NO COLOREAR
Se subirán a este caballo: Quienes quieran encontrarse con un teatro emergente y poderosamente vibrante, visceral.
Se bajarán de este caballo: Súbanse, sin dudarlo. Su conciencia se lo agradecerá.
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FICHA ARTÍSTICA
Asistente de dirección: Carolina de la Maza
Asesoría dramatúrgica: Anita Fuentes y Francisca Ortiz
Psicóloga:Soledad Gutiérrez
Diseño de escenografía e iluminación:Pablo de la Fuente
Diseño de vestuario: Daniel Bagnara
Jefe técnico: Karl Heinz Sateler
Música: Tomás González
Sonido: Alonso Orrego
Producción delegada y distribución en España: Carlota Guivernau
Producción: Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM)
Coproducción: Compañía de Teatro La-Resentida
Una crítica de Watanabe Lemans
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