CELIA EN LA REVOLUCIÓN. Que no la revolución en Celia

Celia, una joven madrileña de 15 años, se ve sumida de lleno en los desastres de la guerra civil española. Con muertos en su propia familia de un bando y de otro, Celia se entrega a la búsqueda de sus dos hermanas pequeñas que, según parece, han cruzado la frontera y están en Francia. Su objetivo será llegar hasta ellas en medio de una España en guerra.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Celia en la revolución» que escrita por Elena Fortún (con versión de Alba Quintas) y dirigida por María Folguera, nosotros hemos podido ver en el Teatro Valle-Inclán de Madrid.

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Son muchos/as quienes alaban de la novela de Elena Fortún su inocencia como piedra angular y hallazgo fundamental tanto ético como técnico al haber creado un personaje cuya honestidad, pureza (candidez, si se quiere) le permitan hacer el relato de la guerra civil española sin caer en prejuicios tocados por la ideología. Estamos de acuerdo en la parte en la que una escritora/un escritor hace lo que desea con sus criaturas y las sitúa en el lugar que considere. También creemos que es imposible separar al bailarín del baile. La guerra nunca es un fruto dulce, sino amargo y aunque se entienda el lugar desde dónde se cuenta esta novela adaptada al teatro, desde el corazón de una adolescente, sí creemos que también este hecho puede ser interpretado como una vulnerabilidad per se.

Novela publicada por vez primera en 1987, treinta y cinco años después de la muerte de su autora, su lectura o interpretación en clave de equidistancia nos la acerca, mutatis mutandis, a la obra de Pérez Reverte: «La guerra civil contada a los jóvenes» en la que el autor almeriense explica que la guerra civil fue una guerra «entre hermanos» con dos bandos: el golpista y el rebelde; este último, a la sazón, apoyado por Rusia para intentar imponer el comunismo en España.

Contar la guerra es complejo, pero nunca se debería soslayar o suavizar que la guerra civil española sí fue una guerra con víctimas y verdugos.

Celia, como criatura proyectada por la autora, nos parece una adolescente un tanto pazguata para su época. Incluso los protagonistas de Enid Blyton (autora no exenta de polémica) poseen algo más de arrojo. Celia se encuentra inserta en el contexto histórico de una guerra terrible en la que, nos va contando, ha visto morir a los de un bando y a los de otro. Se ve favorecida, así, esa mirada de conciliación o de querer tener contentos a griegos y a troyanos. El principal atolladero de la propuesta enraíza entonces con su deliberado tono de anti maniqueísmo tal vez intentando hacer un ejercicio de justicia salomónica, pero inquietantemente banalizadora. Su visión neutralizante es en sí misma castradora y hace un flaco favor a la batalla cultural de la memoria histórica. Descontextualizar las causas políticas de una guerra es hacer que la guerra civil pueda ser tomada como un fenómeno natural inevitable, en una confrontación inevitable. Si desdibujamos los contornos, podemos posibilitar que alguien redibuje, a su antojo, de nuevo sobre lo borrado. Ese es el mayor peligro. Maticemos que esta reflexión solo apunta al texto en sí mismo que ha servido para ser adaptado al teatro. Dejando clara nuestra mirada, nos podemos centrar en otros aspectos como interpretación, dirección y escenografía.

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En el apartado interpretativo, nos encontramos con un reparto coral muy equilibrado en el que despunta la Celia interpretada por Tábata Cerezo que asume las coordenadas de su adolescente con arreglo a un texto que no le permite más que un arco bastante reducido que, pese a todo, conduce con solvencia. Lo que sí observamos es que Celia está en la revolución, pero la revolución no está en Celia. Algunas veces solo podemos sentir perplejidad por un imaginario tan cándido. Celia nunca desea saber qué ocurre, qué está pasando, qué ha provocado la guerra. A ella eso no le interesa. Podríamos contar con el salvoconducto de decir que tiene quince años, pero eso no explicaría nada. Justamente  las y los adolescentes son también perfectamente sensibles a las injusticias que ocurren a su alrededor. Las demás interpretaciones encajan sin chirriar más allá de lo que el texto tiene designado para cada uno/a. La dirección también parece ajustarse a ese relato que no desencarrila y que elige quedarse en una vía de único sentido, lineal y dulcificada. Lo que más nos gusta es probablemente el aprovechamiento de las dimensiones de la sala grande del Teatro Valle-Inclán que, sí, dan mucho margen de maniobra a la propuesta que toma del apartado escenográfico una buena dosis de su fuerza plástica.

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Vivimos tiempos de revisionismos peligrosos. De juegos con fuego alrededor de la  neutralidad glorificada, como si ser neutral fuese ser más correcto en las formas. No podemos perder de vista que todo aquel que revisa la historia, como un traductor, puede traicionarla. El peligro de las falsas simetrías de los dos bandos de fascistas y comunistas igualmente culpables, no se sostiene dentro de un análisis riguroso de los acontecimientos. Que miedo cuando la equidistancia pierde su efecto corrector y se convierte en artefacto de silenciamiento. Sirva, siempre, el teatro como núcleo duro, como lugar desde el que poder contar con vehemencia, con sentido de la memoria. Cómo espacio de encuentro, de debate y de reflexión, que no de testigo ciego y mudo de nuestra historia.

Que se sepa: ningún pasado existe independiente de la mente de los individuos. Más erudición, más análisis, divulgaciones de los conocimientos es lo que se precisa para seguir construyendo las partes del pasado que aún nos quedan por alumbrar.

 

CELIA EN LA REVOLUCIÓN

PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y 1 PONI

Se subirán a este caballo: Quienes busquen la equidistancia en los relatos de la guerra civil española.

Se bajarán de este caballo:  Quienes no acepten, sin incomodidad, el relato de la guerra civil en el que desaparecen víctimas y verdugos solo para igualar a los dos bandos.

***

Ficha artística

Autora: Elena Fortún

Versión: Alba Quintas

Direccción: María Folguera

Reparto: Chema Adeva, Tábata Cerezo, Pedro G. de las Heras, Trigo Gómez, Andrea Hermoso, Ione Irazabal, Isabel Madolell, Ramiro Melgar, Julia Monje y Rosa Savoini.

Mónica Teijeiro (Escenografía y Vestuario), Ion Anibal (Iluminación), Javier Almela (Espacio sonoro), María Cabeza de Vaca (Movimiento escénico), Guillermo Domercq (Asesor de ukelele) y Rakel Camacho (Ayudante de dirección).

Producción Centro Dramático Nacional.

Un trabajo de investigación del Laboratorio Rivas Cherif.

Una crítica de Watanabe Lemans

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