Los señores Carnero comen tranquilamente en su casa hasta que suena el teléfono. El problema es que ellos, que recuerden, no tienen teléfono. La persona que llama pregunta por un tal Sr. Schmitt. Los señores Carnero revisan la casa en la que se encuentran: ni los muebles, ni la ropa, ni las llaves, nada es suyo tal y como lo recuerdan. ¿Acaso esta no es su casa? ¿Acaso ellos no son quienes creen ser? Tienen que averiguar qué está sucediendo.
Esta podría una suerte de sinopsis de la obra «¿Quién es el Sr. Schmitt?» que, con autoría de Sebastien Thiéry, con versión y dirección de Sergio Peris-Mencheta y protagonizada, entre otros, por Javier Gutiérrez y Cristina Castaño, nosotros hemos podido ver en la sala principal del Teatro Español de Madrid.
Comencemos preguntándonos cuáles son las profundas implicaciones afectivas que tiene el tema de la autenticidad, de lo genuino. Enseguida reconocemos cuándo algo es auténtico, pero no siempre. A menudo, cualquier sociedad, por muy avanzada que esta pueda ser, puede aceptar lo falso y rechazar lo verdadero. La vida también está sometida, queramos o no, a las reglas de esta era, la era de la posverdad. Dramático cuando ello salpica a nuestra naturaleza, a nuestra identidad. ¿Somos quienes queremos ser o somos quienes quieren que seamos? Una burda copia de otros. Bien. Partamos de que esa es una de las premisas que vertebran la escritura de este texto del autor (y actor) francés Sebastián Thiéry (aquel que salió en pelotas, frente a la Ministra de Cultura de su país, en la gala de los premios Molière 2015 para exigir igualdad de derechos en su profesión). Si esa es la premisa, ante qué obra nos encontramos: ¿Una potente reflexión con contenidos cuasi filosóficos? No es el caso. A no ser que torturemos los datos para que acaben confesando. Thiéry nos embarca en un texto cuya fuerza motriz parece ser la parodia (o así lo interpreta Mencheta en el presente montaje). La parodia como elemento movilizador una buena parte de la función, coqueteando con el tono de suspense, propio de un relato tipo cluedo pantomímico, hasta conducirnos a un final cuya resolución transforma la propuesta en anti clímax. En un tremendo ejercicio de teatrus interruptus.
Desde el principio, Mencheta, el director, logra que sobre el escenario se despliegue un caos ordenado cuyo vórtice es el sinsentido (qué otra cosa es la vida sino eso) y nos va metiendo, junto a las interpretaciones de los dos protagonistas, en un frame, un marco mental, donde reina el disparate. Todo se mueve bien, con gracia, es inevitable no reírse ante los birlibirloques que, mano a mano, van desgranando Gutiérrez y Castaño. Todo crece y evolucionan con eficacia. De pronto, los dos protagonistas se han metido en un jardín. La trama se ha disparado como una enredadera. Nos interesan sus averiguaciones más propias de la Pantera Rosa que del C.S.I, claro. Y nos dejamos llevar. Comienza a chirriarnos, un poco, la presencia de un policía que encaja con fórceps en la tesitura. Luego, la presencia de un médico psiquiatra que añade más caos a la ecuación. Los dos protagonistas se aferran a un péndulo: saben que deben vascular entre lo cómico y absurdo teniendo en cuenta su agenda oculta: la historia concluirá como concluirá. El público no masca la tragedia. En todo caso masca un chicle en el patio de butacas y se ríe a carcajadas (o sonríe de cuando en cuando, es más nuestro caso).
Cristina Castaño está maravillosa en dos terceras partes de la obra; digamos que la tercera mitad ya no depende de sí misma sino de un texto que titubea tanto que es complicado seguirle el juego. No le queda otra y ella lo hace, dignamente, pero alejada de esa primera señora Carnero/Schmitt que más nos gusta. El último tramo se nos atraganta y todo tiene que ver con el giro, por el derrape. La obra se sale del circuito y el coche da vueltas de campana. Incluso con un buen cinturón, la presencia del hijo y el alegato final, resulta estridente hasta para el apuntador. Javier Gutierrez, avezado en la interpretación, nos convence. Superdotado en la naturalidad. El actor embiste como solo él sabe y dota de una franca espontaneidad a su personaje (que, por cierto, no deja de recordarnos mucho a su papel en «Vergüenza»). Aquí se erige en guardián de las esencias de la obra: su comicidad es innegable. Por desgracia, igual que Castaño, en el último tramo de la obra no puede hacer otra cosa que devolvernos un personaje menos convincente por exigencias del propio guion. Ya no solo el final, como resolución de la trama nos resulta disfuncional, pues también la comicidad se resiente sobremanera desde que asistimos al anuncio de la llegada del hijo. Sonrojo máximo.
Byung-Chul Han, filósofo, habla en uno de sus libros a propósito de la verdad y la mentira, el original y la falsificación, y nos regala una palabra china llamada «Shanzai» que se refiere «a la apropiación de una forma o una idea, desestimando su estatus de originalidad. Un shanzhai es un fake, una copia pirata, una parodia. Aplicado en un principio a las falsificaciones de productos electrónicos y marcas de ropa, este concepto hoy abarca todos los terrenos de la vida en China: hay arquitectura shanzhai, comida shanzhai, diputados shanzhai y hasta estrellas del espectáculo shanzhai». Pensamos, por qué no, en un concepto más aglutinador: «Vidas shanzai». Así son las vidas del señor y la señora Carnero/Schmitt: vidas adulteradas, mutadas, combinadas, clonadas. El problema en la obra es su tono: demasiado occidentalizado. La comedia troca en artefacto excesivamente trágico (demasiado francés). Al final, se toma muy en serio a sí misma y resulta que toda la parodia era un simple artificio y trampantojo.
Nosotros, preferimos la versión orientalizada pues, citando de nuevo a Chul Han: «A la creencia occidental en la inmutabilidad y la permanencia de la sustancia, se corresponde una noción de autoría y originalidad: el ser es igual a sí mismo y, por ello, toda reproducción tiene algo de demoníaco, que destruye la identidad y la pureza primarias. El pensamiento chino, en cambio, es deconstructivo desde sus comienzos, prescinde de toda idea de ser y esencia. Frente a la identidad, reivindica la diferencia transformadora; frente al ser, el camino«.
¿QUIÉN ES EL SR. SCHMITT?
Se subirán a este caballo: Quienes no teman descarrilar pasando de la comedia a la tragedia.
Se bajarán de este caballo: Quienes no acepten los volantazos forzados.
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FICHA ARTÍSTICA
Diseño de Iluminación: Valentín Álvarez (AAI)
Diseño y realización de Vestuario: Elda Noriega (AAPEE)
Ayudante de dirección: Víctor Pedreira
Ayudante de escenografía: Eva Ramón Ayudante de producción: Fabián Ojeda
Dirección Producción y Producción Ejecutiva: Nuria-Cruz Moreno
Gerente y Regidor: Blanca Serrano y Paco Flor
Fotografía: Sergio Parra
Diseño gráfico: Eva Ramón
Una crítica de Watanabe Lemans
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