Un joven aristócrata, con aspiraciones literarias, se transforma en mujer a lo largo de una vida longeva de avatares y peripecias que discurre desde que nace en 1588, en plena época isabelina, hasta que muere, en el periodo de entreguerras, en 1928.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Orlando», producción de Teatro de Fondo que, adaptando la novela homónima de Virginia Woolf, dirigida por Vanessa Martínez y protagonizada por Gustavo Galindo, Pablo Huetos, Pedro Santos, Gemma Solé y Rebeca Sala, nosotros hemos podido ver en los Teatros del Canal.
La novela de Woolf, publicada en 1928 en la casa editorial de la autora, es una novela trans por muchas razones. La más evidente: su trama relata la historia de un joven que experimentará un cambio de sexo a lo largo de la novela. Además es una novela trans porque para muchos estudiosos no es una novela, per se, sino una autobiografía mientras que, para otros tantos, se trata de una carta de Virginia dirigida a su amante Vita Sackville-West. Hay algo en movimiento, en flujo constante en sus páginas y en quienes la leen.
Desde lo dramatúrgico valoramos la proeza de querer subirla a las tablas. Sin embargo, nos planteamos si ese traspaso ha sido eficaz o si, al contrario, la narración se empobrece en detrimento de la acción, del cómo se pone en escena.
Pensemos en la proeza del paso a la escena por todo lo que contiene la novela de Woolf:
Orlando crecerá en un entorno de nobleza. Conocerá a la reina Isabel I, se convertirá en idolatrado de esta y terminará por caerle en desgracia por lo cual se alejará de la corte. Regresará a Gran Bretaña cuando ya sea rey Jaime I. Entre otras de sus múltiples peripecias, a lo largo de sus 300 años de historia abarcada, le dará tiempo a enamorarse de una princesa rusa o, ya bajo el reinado de Carlos II, y para huir de los desagradables avances de la archiduquesa Enriqueta Griselda de Rumania, viajará como embajador a Turquía. Allí, un día, en medio de una revuelta, despierta transformado en mujer. Huirá de la ciudad junto a un gitano y se instalará con la tribu de este en las montañas. Tras ver cómo los gitanos desconfían de ella, Orlando (o deberíamos de decir Orlanda) decide regresar a Inglaterra. En el barco se enamorará del capitán y comenzará a sentirse, genuinamente, mujer. Al llegar a su país natal volverá a reencontrarse con la archiduquesa, descubriendo, en esta ocasión, que en realidad se trata del archiduque Enrique, quien le propondrá matrimonio (que Orlando/a rechaza). Más tarde, en la época victoriana, lady Orlando se unirá a Marmaduke Bonthrop Shelmerdine, un marino con el que simpatiza de inmediato, aunque este debe emprender un viaje luego de su apresurada boda con nuestro/a protagonista. Ya en el reinado de Eduardo VII, a comienzos del siglo XX, Inglaterra tomará otros rumbos. La sombría Inglaterra victoriana es ahora luminosa. Una abultada e intensa biografía que, no olvidemos, se encuentra siempre atravesada por la necesidad de Orlando/a de escribir los versos finales de su poema tributo a la eternidad cuyo título será: The Oak Tree. (El Roble). (En clara alusión a un poema de Sackville-West llamado «The Land»).
La dimensión literaria de Orlando es la de erigirse en figura capaz de transmutar en una suerte de compendio de la cultura, la sociedad y el pensamiento británicos, al mismo tiempo que la escritura de Woolf deviene en todo un tratado sobre la igualdad de género. Esta es la necesidad de la autora al escribir la obra: asumir, con placer, una cosmovisión, una novela mundo. El paso de semejante envergadura literaria al hecho escénico ya, de por sí, merece nuestro elogio. Estamos ante una novela repleta de fantasía, de una carga alegórica y simbólica, tan significante que abruma. Ese potente juego de poesía de alegatos poéticos en torno a la muerte, la vida, la literatura, el género o la identidad están contenidos en la novela. La autora parece, también a modo de pionera, querer prevenirnos: las diferencias entre los dos sexos no afectan al alma humana (encajando la psique dentro de este alma). Parece, como adelantada a su tiempo, querer recordarnos que uno puede ser hombre y mujer al mismo tiempo sin dramatismos innecesarios. (Que buena campaña sería su novela frente a todos esos transfóbos que ponen en marcha autobuses a circular por las calles de las ciudades). Orlando nos dice que el alma no muta. Que un pene o una vagina no hacen alma. Y su trans-formación en la novela es el señalamiento de una realidad inapelable: la inteligencia y el espíritu de una mujer y de un hombre queda muy por encima de sus atributos biológicos. Toda diferencia es adquirida, no natural.
En lo que respecta a este Orlando que hemos podido ver sobre las tablas, nosotros tenemos varias apreciaciones.
Por un lado, si bien la obra está escritora en modo de sátira, con un tono humorístico, no alcanzamos a entender muy bien la deformación caricaturesca que acontece en su paso a las tablas. Probablemente el dar voz y encarnación a los personajes literarios es un modo de atravesar la fantasía que, sin duda, protege la novela de Woolf. Una novela (o anti novela, según se mire) que está amparada por la imaginación del lector. Quizá esa ruptura de lo imaginado, al darle vida, se hace en precario. Se abusa, creemos, de la narración bobalicona y ello afecta a todo el itinerario. Orlando es vital, es alegre, es perspicaz, es juguetón, es mordaz, pero no es el/la tonto/a del bote. Y nosotros acusamos esa indagación por parte del presente montaje. Quizá sea un recurso demasiado manido en las novelas de peripecias, hacer del héroe, o la heroína un simplón arquetipo. No digerimos bien ese encuadre. (Esto, presumimos, irá en gustos, claro).
La dirección escénica chirría en esa encrucijada: cuando el resultado de lo que vemos se entrega, por completo, a lo excesivamente pazguato. Hay momentos de estupendo encaje (pensamos ahora en el momento del carruaje, a trompicones, por una calle mal iluminada) y que funcionan con soltura. No creemos que haya un problema de interpretaciones sino de dirección en cuanto a elegir la tibieza frente a la mordacidad. Nos falta esa dentellada de brillo inteligente, de causticidad bien entendida. Si se juzgase la entrega de los actores y actrices, harina de otro costal. Lo que se nos hace bola es el resultado final que, pese a reconocerle el esmero a la propuesta, se nos diluye en la sensación de haber visto una serie de sketches conectados con esfuerzo y voluntad, pero sin demasiada solución de continuidad.
La escenografía nos resulta interesante, aún cuando dote al montaje de cierto estatismo, de cierta falta de movilidad. Las paredes repletas de libros y notas que siempre están ahí, como hilo conductor, tienen sentido, pero al mismo tiempo crean un clima de cerrazón. Orlando debería transitar por más decorados. Quizá un trabajo de vídeo escena más evocador le aportase un mayor dinamismo.
Escribe Virginia Woolf:
«A finales del siglo XVIII, se produjo un cambio que yo, si volviera a escribir la Historia, trataría más extensamente y consideraría más importante que las Cruzadas o las Guerras de las Rosas: la mujer de la clase media empezó a escribir».
Que la aparición de este Orlando teatral sirva, al menos, para volver una vez más, y las veces que sean necesarias, a una de las mentes femeninas más abrumadoras (y abrumadas) de la historia de la literatura.
El poso que deje la estela de este montaje en cada cual, ya es otra historia.
ORLANDO
Se subirán a este caballo:
Se bajarán de este caballo:
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FICHA ARTÍSTICA
Autora: Virginia Woolf
Dirección escénica: Vanessa Martínez
Reparto
Gustavo Galindo: Biógrafo Poeta, Archiduquesa, Shelmerdine, Swift…
Pablo Huetos: Biógrafo Crítico, Greene, Lady R., Sra. Bartholomew…
Rebeca Sala: Orlando
Pedro Santos: Biógrafo Experto, Isabel I, Scrope, Sra. Grimsditch, Addison…
Gemma Solé: Biógrafo Aprendiz, Sasha, Penelope, Pope…
Equipo artístico y técnico
Escenografía: Alessio Meloni (AAPEE) | Construcción: Miseria y Hambre SL
Vestuario: Paola de Diego | Ayte. vestuario: Íñigo Álvarez de Lara Moreno
Ilustraciones: Luis Frutos | Animación: Chicken Assemble
Iluminación: David Martínez | Coord. técnica: Miseria y Hambre SL
Ensemble grabación
Laura Salinas: Viola de gamba | Ramiro Morales: Guitarra barroca y archilaúd
Iván Mellén: Percusiones | Roberto Terrón: Contrabajo | Joan Espina: Violín
Antonio Toledo: Guitarra española y Bouzuki | Daniel del Pino: Piano
Andreas Prittwitz: Director musical, flautas, clarinete y saxos
Asesoría de movimiento: Arnold Taraborrelli | Lucha escénica: Mon Ceballos
Fotografía & diseño gráfico: Javier Naval
Producción y Distribucion: Pablo Huetos
Dirección escénica y dramaturgia: Vanessa Martínez
Una Producción de la Compañía Teatro Defondo (Comunidad de Madrid)
Coproduce · Comunidad de Madrid
Colaboradores
Fondo IBERESCENA | Centro Dramático Nacional | INAEM
Área de Políticas LGTBI de la Comunidad de Madrid
Ayuntamiento de Coslada | Círculo de Bellas Artes de Madrid
La Olla Producciones (ARG) | Cris Gil Produçao (BRA)
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Una crítica de Watanabe Lemans
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